El olor a quemado era penetrante, nauseabundo. El calor insoportable. Los gritos resonaban cada vez más débiles, pues varias personas ya habían perdido el conocimiento asfixiadas por el humo. Muchos se habían abalanzado a las puertas para intentar forzarlas, otros, saltaron el círculo de llamas que los rodeaba para lanzarse al vacío y acabar entre las rocas y el mar. Quizás era mejor así... al menos se podría respirar aire puro un instante antes de encontrar la muerte.
El fuego se expandía rápidamente, y no les costó comprender que esa habitación no era la única que ardía. Naraku había incendiado todo el palacio, haciendo el escape prácticamente imposible.
El picor del humo le atacaba los ojos, ya ni siquiera podía mantenerlos abiertos. El golpe que se había dado le punzaba fuertemente en el rostro, y el aceite con el que estaba empapado ardía tanto que, extrañamente, se sentía helado.
Sara pensó en saltar. Pensó en guiar a su familia, especialmente a sus primas pequeñas, a través de las llamas para que juntas pudieran escapar de ese sofocante calor. Sería rápido, casi indoloro. Si tenían suerte el impacto las mataría antes de que las olas las arrastraran al fondo del mar.
O quizás, lo más apropiado para ella era dejar que el fuego la devorara. Un castigo adecuado por no haber sido capaz de proteger a su gente, por permitir que Naraku llegara tan lejos.
Pero lo intentó. Koharu pudo contactar al clan Hyogane, y gracias a eso, toda Shiroyama estaba siendo alertada. Era el único pensamiento positivo al que podía aferrarse en medio de ese infierno.
Volvió en sí cuando sintió una mano fría y sudorosa apresándola por la muñeca.
―¡Señora! ¡Señora! ―le gritaban, pero apenas podía entender lo que le decían―. ¡Reaccione, señora! ¡Tenemos que salir de aquí!
―No hay salida... pero podemos saltar... ―respondió ella, ida y debilitada. Le costaba mucho respirar, todo le daba vueltas, todo dolía...
―¡Póngase de pie! ¡Vamos!
Esa persona tiraba de ella, casi arrastrándola por el tatami. Hasta que unas manos más grandes la tomaron y la cargaron. Se estaba moviendo, todo se movía... pero no sabía hacia dónde iba.
―¡Maldición, está muy mal! ―exclamó una voz masculina―. ¡Preparen la camilla, no resistirá mucho si no la atendemos ahora! ¡Continúen sacando a los demás!
Sara estaba más inconsciente que consciente, no sentía casi nada de su cuerpo más allá de un entumecimiento que le causaba un desagradable cosquilleo. Sabía que tenía quemaduras, ese horrible olor la acompañaba aunque podría jurar que, de alguna, manera habían abandonado el gran salón.
Lo último que sintió antes de que todo se apagara fue una gentil brisa nocturna acariciando su ardiente rostro. Logró abrir los ojos... o al menos uno, no estaba segura. Un resplandor anaranjado se asomaba por la esquina de su ojo, pero arriba, entre el denso humo...
Un cielo despejado; terso y oscuro. No distinguía las estrellas, pero se veía tan limpio, tan acogedor...
Como si marcara una pausa entre el infierno que había estado viviendo y le permitiera descansar la vista en esa infinita y negra simpleza.
Volvió a juntar los párpados lentamente. Esa sensación... era lo más maravilloso del mundo.
...
El sol salía perezoso detrás de las pesadas nubes que avecinaban nuevas nevadas, oscureciendo el amanecer hasta casi hacerlo pasar desapercibido. Había un gran revuelo en el castillo desde tempranas horas, y sólo media hora después de recibir la nota de Sara Asano, los Grandes Señores ya reunían a los altos mandos de la ciudad, los generales del ejército, representantes de los demás clanes en Montaña Blanca, su personal de confianza y al resto de la familia Taisho.
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Grabado en Piedra
FanfictionSessRin - AU - Rin nunca tuvo mucho interés en saber quién era el muchacho que la entrenaba clandestinamente. Para ella sólo era Yako, su amigo. Su... algo más. Pero al volver de una larga y cruenta guerra, Yako ya no es el mismo de antes. Ahora es...