Era una preciosa tarde de primavera. El viento, más cálido que los días anteriores, sopló un poco más fuerte, removiendo su cabello y haciendo volar algunas hojas y pétalos de flores. Rin observó el campo abierto que tenía por delante, respirando profundamente aquel aire tan limpio. Amaba su ciudad con todo el corazón, pero cuando podía viajar y ver más allá de sus adoradas montañas, se sentía más libre que nunca.
Sus obligaciones de Gran Señora quedaban atrás durante la travesía, su vida se tornaba un poco más mundana; más interesante con los cambiantes paisajes y el largo camino por delante. Más simple, en pocas palabras. Era un cambio agradable. Aunque sabía ya, por experiencia, que se sentiría igual de feliz al momento de llegar a casa.
Dio un pequeño azote a las riendas al mismo tiempo que un leve golpe con los talones, y Yuki siguió su marcha. Otro motivo por el que le gustaba tanto viajar: podía pasar largos ratos cabalgando en su adorada yegua blanca; un ejemplar que Sesshomaru le había obsequiado un año después de su boda y al que le había enseñado él mismo a montar. Era una criatura de carácter tranquilo y muy inteligente, no necesitaba que le repitieran comandos o siquiera que aplicaran la misma fuerza que con otros caballos. Rin había pedido entrenarla específicamente así.
Un quejido llamó su atención y bajó la vista hasta la pequeña que montaba en su regazo. Setsuna hacía un puchero al ver que el viento le había arrancado pétalos al ramillete que su puñito aferraba. Veía con desilusión que los dientes de león habían quedado casi calvos.
―Encontraremos más en el camino ―la consoló cuando sus ojos dorados se alzaron hasta ella ante la cariñosa caricia en su cabello negro―. Además, ¿recuerdas qué llevan las pelusillas del diente de león?
―¿Semillas?
―Semillas ―asintió, señalando los que quedaban de su ramillete―. Cuando regresemos, estas semillas ya habrán florecido y podrás recogerlas otra vez.
Setsuna pareció emocionarse con la idea.
―¡Será un campo entero de dientes de león!
―¿Un campo entero?
―¡Sí, mira cuantas semillas volaron! ¡Será un campo entero!
Rin no pudo resistirse y se inclinó sobre su hija para darle un abrazo y removerle el cabello con la mejilla. Era sencillamente adorable.
―¡Madreee! ¡Setsunaaa! ―gritó otra voz infantil más adelante. Towa y Sesshomaru iban sobre Yako, y Towa agitaba efusivamente un brazo para llamar su atención. Se habían quedado atrás, ya que Rin se entretenía demasiado admirando el paisaje y Setsuna solía pedirle que hiciera paradas cada vez que veía alguna flor que le gustaba―. ¡Las vamos a dejar si no se apuraaan!
―¡Hermana Towa, no digas eso! ―se quejó Setsuna con otro puchero―. Vamos, madre, que no nos ganen.
―Pero no es una competencia, Setsuna.
―¡No importa! Nos van a dejar atrás. ¡Arre, Yuki! ―agitó las riendas con energía, pero la yegua sólo se movió ante el comando de los talones de Rin y pronto estuvieron a la altura de Yako. A su alrededor, la pequeña caravana que los acompañaba en ese viaje se movía a un ritmo estable, sin mucha prisa. Nada en comparación a la interminable multitud de soldados con la que Rin había viajado por primera vez.
―¿Se te cayeron las flores, Setsuna? ―preguntó Towa cuando estuvieron lado a lado. Setsuna vio sus dientes de león deshojados e infló las mejillas. Towa torció la cabeza― ¿Qué pasa?
―Nada ―y bajó el ramillete con resignación. Rin le lanzó una mirada significativa a Sesshomaru, quien variaba su atención entre el camino y las pequeñas gemelas. Extendió una mano hacia Setsuna, llamando su atención―. No... es que están feas.
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Grabado en Piedra
Hayran KurguSessRin - AU - Rin nunca tuvo mucho interés en saber quién era el muchacho que la entrenaba clandestinamente. Para ella sólo era Yako, su amigo. Su... algo más. Pero al volver de una larga y cruenta guerra, Yako ya no es el mismo de antes. Ahora es...