20. Voz de alarma

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Sara no creía poder soportarlo más. La aplastante ansiedad, el miedo de no saber si ese día sería el último.

Naraku no la golpeaba, no abusaba de ella; nadie lo hacía. Sus maneras de lastimar eran más sofisticadas que eso, no dejaban marcas que la brigada de monitoreo pudiera notar a simple vista. E incluso cuando estaba especialmente nerviosa, Naraku se aseguraba de enmascarar su repentino encierro en su alcoba con recaídas de salud tras la ejecución de su padre.

No tenía tiempo para sentirse desdichada por su muerte cuando cada día en ese castillo era un infierno. Esos hombres la tocaban superficialmente en promesas siniestras, asegurándole que faltaba poco para que pudieran disfrutarla. Roces en el cuello, en el cabello, en la cara... todo acompañado de perversas sonrisas que le retorcían las tripas como si una enorme mano invisible se las estrujara con fuerza. Sus tías y primas vivían el mismo infierno, apenas las dejaban solas un instante; y durante las noches era aún peor. Dormían todas juntas, encerradas con barricadas, haciendo guardias y rezando para pasar otra noche intactas.

Podían considerarse afortunadas por esto, ya que el personal femenino no contaba con tanta suerte.

Se ponía a temblar cada vez que pensaba en eso. En lo que había hecho para que las cosas llegaran a ese punto... y en su inhabilidad para proteger a su gente.

Cuando Naraku arrasara con Shiroyama, el mundo la recordaría a ella como la cobarde que no hizo nada. La cobarde que se quedó tranquila mientras su pueblo era maltratado y destruido. Y Sesshomaru... Sesshomaru la odiaría más que nunca.

Nunca fue digna de ser su Gran Señora. No era más que una inútil y asustada mujer.

Pero... ¿qué podía hacer? Con la estricta vigilancia de los invasores, le era imposible comunicarse con nadie fuera del castillo sin que ellos lo supieran. No podría acercarse a la brigada de los Hyogane y revelar la verdad sin que los mataran a todos en el intento. Y aún si conseguía dar exitosamente el alerta, ¿qué sería de ella? Todas las amenazas de Naraku se cumplirían y estaba segura de que, como él le había dicho, rogaría por la muerte para librarse de su sufrimiento.

Quizás debería dar la alarma, asegurarse de que el mensaje saliera, y cometer seppuku para evitar ese destino.

Respiró agitadamente al escuchar pasos al otro lado de la puerta que vigilaba. Sus tías y primas dormían mientras ella cuidaba la habitación. Oía voces, risas y discusiones; fueran quienes fueran la estaban pasando bien mientras ella era un mar de nervios.

Escuchó gritos sofocados desde otro lugar... habían tomado a alguna sirvienta. Cerró con fuerza los ojos, reprimiendo sus ganas de llorar, y maldijo su cobardía mientras veía a su prima más pequeña, de sólo ocho años. ¿Cuándo sufriría ella ese destino? ¿Podría siquiera protegerla?

Las voces y pasos se alejaron por el pasillo, pero Sara no soltó el aire que retenía.

Era una grandísima idiota.

Tenía que hacer algo, lo que sea. No solamente su familia estaba en peligro, todo el país caería en caos si ella no actuaba. Quizás no serviría de nada, quizás sólo lo empeoraría todo... pero maldita sea, debía al menos... intentarlo.

Al diablo si la historia la recordaba como una cobarde, al diablo si Sesshomaru la odiaba por haber ocultado la verdad. Por una vez en su vida, aún con el peso de las consecuencias apresándola sin piedad, haría lo correcto.

Así que se quedó despierta toda la noche; no se molestó en avisarle a su tía que era su turno de guardar vigilancia en la puerta. Pensó en qué hacer, cómo, cuándo y dónde. Se exprimió el cerebro tratando de formular el plan más factible por su cuenta, pues no quería involucrar a su familia por si la atrapaban. Recibiría un castigo tarde o temprano: ya fuese de Naraku cuando se decidiera a cumplir sus amenazas, o de los dioses cuando llegara su hora. Así que, si de todas formas iba a sufrir, haría algo primero para proteger a su gente... y apaciguar su conciencia.

Grabado en PiedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora