12. Cicatrices internas

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No fue sólo esa noche. Sino la siguiente y todas las demás después de esa. Sesshomaru nunca permanecía en la carpa, esperaba a que se quedara dormida para escabullirse afuera. Una vez intentó seguirlo, dándole unos segundos de ventaja para no ser descubierta, pero era como si hubiera desaparecido en el aire.

Era tan extraño... ¿estaba realmente ocupado o no quería compartir la tienda con ella? Deseaba preguntarle, pero se anticipaba a sus respuestas. Que tenía obligaciones que atender, que sus hombres lo necesitaban, que hacía alguna ronda de vigilancia por el campamento... y tenía lógica, claro. Era el comandante, no podía tomarse sus responsabilidades a la ligera.

No debería sentirse mal por eso, y aún así... sospechaba que detrás de esta actitud se ocultaba algo más.

Decidió dejarlo pasar de momento, convenciéndose de que no tenía sentido mortificarse. Había aceptado su futón nuevo y le constaba que, por lo menos, descansaba en él durante una hora antes de irse. Tendría que conformarse con eso.

No se dejó desanimar, porque había otras cosas que sí estaban mejorando.

Poco a poco, con el correr de los días, ese enorme miedo que la había invadido desde su llegada al campamento comenzó a mitigarse. Seguía ahí, pero más bien se convirtió en una justificada cautela. Había construido un muro entre ambos, y aunque la convivencia fuera más sencilla que al principio, no se atrevía a derrumbarlo del todo.

Ya no eran alumna y maestro; ya no eran amigos que se reunían para entrenamientos a escondidas. Era consciente de que ahora ostentaban un título demasiado elevado como para poder mantener los tratos informales de antes. Rin debía guardarle respeto y seguir ciertos protocolos, según había aprendido en las lecciones de etiqueta de Kanade. Cosa que la hacía sentir algo incómoda, pues no sabía exactamente cómo dirigirse a él.

Pero demonios... a pesar de eso, lo intentaba.

Como ahora, que por mera curiosidad le había preguntado cómo controlar al caballo. Y para su sorpresa, él no solo se lo dijo, sino que le enseñó con tanta normalidad como si nada hubiera cambiado.

―Entonces, si quiero que avance... ―Rin sacudió las riendas, pero no pasó nada. Se giró para ver a Sesshomaru sentado detrás de ella―. ¿No hay otra forma, si no puedes darle con los talones?

―Si lo entrenas para ello ―le dio unos golpes en los costados y el animal comenzó la marcha. La chica sujetaba las riendas con ambas manos, concentrada. Lo había visto hacerlo muchas veces, así que no se sentía tan desubicada. Intentó hacerlo girar suavemente, pero, de nuevo, no hubo respuesta―. Debes jalar con más fuerza.

―No quiero lastimarlo.

Las grandes manos masculinas se posaron sobre las suyas para guiarla. Dio un enérgico tirón y el caballo obedeció inmediatamente.

―No lo lastima.

―Que te tiren de la boca no suena muy agradable ―Rin lo intentó de nuevo empleando un poco más de fuerza hacia el otro lado, pero apenas reaccionó―. Ah, lo siento, Yako, debe ser muy incómodo para ti ―quiso palmearle el cuello a modo de disculpa, pero las enormes manos seguían sobre las suyas. Pretendía no prestarles atención, pero se le hacía imposible―. Quizás con una hakama lo haría mejor...

―¿No trajiste la tuya? ―quiso saber, recordando su traje de entrenamiento.

―Sí, pero... no quiero que me vean con eso puesto ―admitió abochornada. Hasta él se burlaba de su atuendo exageradamente grande para ella, no quería imaginarse las caras que pondrían los demás al ver a la futura Gran Señora de Shiroyama vistiendo ese viejo saco―. Está muy gastada porque la usé para las cacerías, la traje solo para alguna emergencia.

Grabado en PiedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora