23. La noche más larga

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Sesshomaru agitó las riendas, instando a Yako a ir más aprisa. El animal era resistente y confiable, capaz de correr por horas sin descanso. Pero aquel ritmo desenfrenado en el que lo mantenía era demasiado hasta para él. Pronto se quedaría sin energías y no podría dar un paso más.

Aún faltaban algunas horas para el amanecer, necesitaban seguir adelante. Naraku podría estar en la ciudad ahora mismo, podría estar haciendo cualquier cosa... ¡y él estaba tan malditamente lejos! El imbécil había sido más astuto, más rápido que él. No le permitiría mantener la ventaja, lo atraparía y lo haría pedazos.

―¡Señor Taisho! ―gritó alguien a lo lejos. Distinguió varias antorchas más adelante en el camino y un gran grupo de jinetes que se dirigía a ellos a toda velocidad― ¡Señor! ―era el viejo capitán Komaba, de las fuerzas que resguardaban la ciudad. Si él estaba ahí, significaba...

―¿Qué sucedió?

―Han atacado el Templo Higurashi, señor.

―¡¿Cómo dice?! ―Inuyasha espoleó a su caballo para quedar al lado de Sesshomaru―. ¿Atacaron el templo?

―Antes del anochecer un grupo de invasores se infiltró en el templo y atacó a sus habitantes y a los guardias que resguardaban la evacuación dispuesta por nuestra Gran Señora.

―¿Los guardias? ―repitió Sesshomaru, con un muy mal presentimiento.

―¿Ha muerto alguien? ¿Kagome Higurashi está a salvo? ―interrumpió Inuyasha, pero el capitán se dirigió primero a Sesshomaru.

―Ambas señoras Taisho resultaron heridas. Ahora están...

―Dame tu caballo inmediatamente ―ordenó Sesshomaru con voz atronadora. El hombre ni siquiera vaciló en desmontar mientras el Gran Señor hacía lo mismo, entregándole las riendas de Yako―. Me adelantaré. Cambien de montura y síganme, no pierdan tiempo.

Y sin una palabra más, salió disparado en su nuevo caballo castaño, dejándolos atrás. Inuyasha se quedó un instante con el capitán para preguntarle:

―¿Cuál es la condición de mi madre?

Éste se mostró incómodo, por lo que no era difícil intuir la respuesta.

―Me temo que no es muy favorable, joven señor ―le dijo mientras Inuyasha se subía a su caballo de recambio. El muchacho apretó los dientes, encolerizado.

―¿Y los Higurashi?

―Ha muerto el sumo sacerdote y han desaparecido la señorita Kikyo y su hermana menor, señor. Los demás...

―¡Maldita sea! ―arreó al caballo con más fuerza de la necesaria y se apuró a seguirle el paso a su hermano, acompañado del resto del escuadrón. Tuvo que haberse quedado en Montaña Blanca en lugar de querer demostrar su valor ante Sesshomaru. No creyó que Naraku atacaría la ciudad tan pronto, no creyó que todo pudiera salir tan mal... ¡mientras él no estaba! ¡Mierda!

Ahora Kagome había desaparecido y su madre... su madre...

Emitió un gruñido que le hirió la garganta, comprimiendo los dientes para no gritar encolerizado. Su estúpido orgullo lo había alejado de las personas más importantes en su vida... y por su estúpido orgullo, podía perderlas.

Vio la espalda y la larga cabellera plateada de su hermano varios metros más adelante. No era el único que se maldecía internamente por dejar la ciudad.

Rogó a cualquier dios existente... a su padre, si podía oírlo, que protegiera a su madre y a Kagome, también a su cuñada y a la familia Higurashi. Que protegiera Montaña Blanca el tiempo suficiente hasta que estuvieran ahí para hacerlo ellos mismos.

Grabado en PiedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora