9. La verdad, al fin

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Rin terminaba de peinar su largo cabello cuando el súbito abrir de la puerta la sobresaltó. La señora Tomoko estaba en el umbral con una expresión grave e inusualmente sobresaltada; una pequeña multitud se arremolinaba a sus espaldas. Guardias y sirvientes por igual murmuraban entre ellos, observándola sobre los hombros y cabeza de Tomoko.

La joven tragó grueso mientras se ponía en pie.

―Rin ―le dijo Tomoko, con una voz que no reconocía. La mano que mantenía sobre la puerta temblaba―. Has sido llamada al comedor.

―¿Kanade está bien? ―Rin sintió cómo se estrechaba un nudo en su estómago. No le gustaba la expresión en el rostro de la mayor.

―Te han llamado a ti. Rápido ―las personas que se habían reunido para observarla abrieron espacio para que ambas, acompañadas de un séquito de cuatro guardias, avanzaran por el pasillo. Rin se retorcía las manos, mirando hacia todos lados como si pudiera así encontrar alguna explicación.

―¿Qué está pasando, señora Tomoko? ¿Quién me está llamando?

Ya fuera para guardar las apariencias o porque era incapaz de hacerlo, Tomoko no giró la cabeza para responderle.

―El comandante Taisho.

De haber estado solas se hubiera detenido, pero los guardias que cerraban el paso la empujaron cuando trastabilló por la impresión.

―¿El comandante de Shiroyama? ―logró musitar ahogadamente.

―¿Lo conoces?

―No ―negó. Pero el alma se le cayó a los pies cuando pensó en Yako.

Su mente iba a toda velocidad tratando de darle sentido a lo que sucedía. Quizás el que se encontraran a escondidas estaba prohibido, y de alguna forma habían sido descubiertos. ¿El comandante iba a castigarlos? No dejaba de oír que era un hombre brutal y sanguinario... ¿Le habría hecho daño a Yako?

Se estremeció sin control al pensar en esa posibilidad, tratando de encontrar algún otro motivo por el cual supiera de su existencia y exigiera su presencia. Yako era lo único que los conectaba.

Pero... incluso si esa fuera la razón, ¿por qué la llamaba al banquete? ¿Por qué tendría que castigarlos en frente de todos los invitados? No tenía ningún sentido... a no ser que quisiera dar el ejemplo con ellos, que... quisiera hacer una demostración pública de lo que sucedía con aquellos que lo disgustaban.

Pero Yako no es su verdadero nombre, recordó con un espantoso vacío en el estómago. ¿Y si él es...?

No. Yako no puede ser ese hombre horrible al que todos le temen. Él no es así. Él nopuede ser así.

―¿Por qué...? ¿Por qué me mandó a llamar? ―preguntó con un nervioso suspiro. Su mente iba tan rápido que no podía ordenar sus ideas.

―No estoy segura. Escuché gritos y discusiones en el comedor, y lo siguiente que sé, es que el señor Saito me mandó a buscarte... por órdenes de él.

―Pero, ¿por qué a mí?

―No lo sé ―la miró sobre su hombro. Parecía casi tan asustada como ella, y si la impávida señora Tomoko mostraba tal temor, mayores motivos tenía para angustiarse―. Prepárate.

Finalmente llegaron a las puertas del comedor, que bullía de susurros tanto dentro como fuera de la estancia. El rellano también estaba repleto de personas tensas e impresionadas, que la miraban con la misma extrañeza que ella a ellos.

Tomoko la tomó de la mano por un momento y la apretó en muestra de apoyo. Cualquier otra persona la habría empujado sin la menor consideración. Estoy contigo, le decía con aquel pequeño gesto y con la última mirada que le lanzó antes de que las puertas se abrieran.

Grabado en PiedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora