24. Al final del túnel

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El sol coronaba el cielo medianamente despejado, ajeno al tumulto que sufría la ciudad que alumbraba con dorada su luz. Los habitantes permanecían en sus hogares, y lo harían hasta nuevo aviso. Había constantes patrullas por las calles, y además de éstas, el único movimiento que se apreciaba era el rápido ir y venir de aquellos que asistían a los heridos del ataque al templo, alojados en varias clínicas y hogares particulares de la ciudad. Los más estables fueron enviados al castillo y sus familias fueron notificadas, pero de momento no tenían permitido el libre acceso. Los de mayor gravedad permanecerían donde estaban para no empeorar su situación.

Rin abandonó la casa en la que se había refugiado toda la noche, sintiendo un muy doloroso tirón en el corazón. Las palabras de Sesshomaru se repetían continuamente en su mente... que ya no podía hacer nada más por la señora Izayoi. Era cierto, totalmente cierto, y aún así... demonios, cómo dolía dejarla atrás. Como si la abandonara.

No está sola. El señor Myoga la acompaña, se consoló mientras era guiada calle abajo por Jaken y un séquito de guardias fuertemente armados en formación cerrada. Por suerte no tenían que ir lejos, porque el avance era demasiado lento y un tanto engorroso para su gusto.

Aunque, honestamente, no tenía la cabeza demasiado dispuesta para pensar en trivialidades como esa.

Arribaron a la residencia de otro médico donde se atendía a los miembros sobrevivientes del templo y a algunos de los soldados. La estancia estaba abarrotada con personas acostadas sobre esterillas dispuestas en el suelo, pero afortunadamente ya tratadas y la mayoría inconscientes. Una vez el médico le dio a Rin su informe sobre los pacientes a su cuidado, esta dio la orden de que se iniciara el traslado al castillo.

Seguidamente, la guiaron a una habitación en el piso superior. Por toda la casa se oían lamentos callados y suspiros de dolor amortiguados por las gruesas paredes. Sin embargo, tras la puerta que tenía en frente no salía ningún sonido. Antes de que el señor Jaken la anunciara, Rin negó mudamente y dio unos ligeros toques.

―¿Señora Higurashi? ―esperó unos segundos hasta que la puerta se abrió y la mujer la recibió. Se veía tan cansada y abatida como era de esperarse, con el rostro apagado y los ojos hinchados. Le hizo una reverencia muy tensa a modo de saludo.

―Mi señora... ¿Ha habido noticias de Kikyo y Kagome? ―cuestionó asustada, anticipándose a que su visita traía malas noticias.

―Mi señor esposo y el príncipe Inuyasha arribaron a la ciudad hace poco. Ellos liderarán la búsqueda de las señoritas Higurashi a partir de ahora ―le dijo con la mayor calma que pudo, tratando de transmitirle un poco de paz. Si Sesshomaru estaba ahí, significaba que todo estaría bien. Que las encontrarían y todo acabaría pronto.

Pero por supuesto, señora Higurashi no se sintió tan apaciguada, no con sus hijas fuera de su alcance... Y más teniendo en cuenta el delicado estado de salud de la mayor.

Así que Rin cambió de tema, echándole una mirada furtiva al interior de la recámara.

―¿Cómo se encuentran, señora Higurashi? ―la mujer miró hacia atrás con un gesto ausente: la habitación era ocupada por Sota y Moe, ambos profundamente dormidos y con ambos brazos vendados, y la pequeña Mei que dormitaba al lado de la cama de su madre, rozándole la mano con sus deditos.

―Estables, afortunadamente. Sota despertó hace unas horas, pero no tardó en volver a dormirse por los sedantes que se le suministraron. Moe recibió un fuerte golpe en la cabeza, una viga casi la... ―soltó un suspiro tembloroso―, pero fuera de eso y sus quemaduras, parece estar bien... Mei no se ha apartado de ellos desde que llegamos. Ella está ilesa, sólo muy cansada.

Grabado en PiedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora