17. El del nacimiento

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— ¿Si cambiaste los pañales Armando? —preguntó Beatriz a su marido mientras organizaban la maleta para el hospital. La cual se encontraba encima de la cama.

—Claro que sí, ¿cómo crees que voy a olvidar algo tan importante? —respondió Armando, sobrado de una actitud despreocupada mientras descansaba recostado en la cama.

La fecha para el parto estaba cada vez más próxima, por lo tanto, las responsabilidades que eso conlleva también; esa tarde de domingo Armando y Betty hacían la maleta con todo lo necesario para el hospital. Tenían en sus manos una lista con todo lo que necesitarían, la cual iban tachando al meterla en la maleta, tan sólo faltaba una de ellas, los pañales.

Beatriz revoloteó la maleta y lo que había disperso en la cama en busca de los mencionados pañales —entonces, ¿dónde están? —preguntó sentándose al borde de la cama.

—Creo que los dejé en el carro, ya vuelvo —dijo antes de levantarse con prisa.

Los últimos meses de embarazo los habían pasado en medio de remodelaciones, haciendo que sus mentes se encontraran dispersas a su modo, incluso aunque las remodelaciones hubiesen terminado un par de semanas atrás. Debido a que la vida los enfrentaba a nuevas responsabilidades cada uno intentaba descifrar la forma de llevarlas a cabo.

Así, mientras que Beatriz tenía sus días por baja de maternidad trataba de distraerse con diferentes lecturas acerca del embarazo, a su vez Armando llevaba el control de Ecomoda por esas fechas. No obstante, para ambos era difícil mantener ese ritmo que habían adquirido; Armando debido a la sobrecarga de trabajo y Betty por la falta de este.

Era distinto cuando se trataba de cosas para la bebé, o cuando Betty debía ir a yoga prenatal; puesto que eran esos detalles los que aún los mantenían con cordura.

— ¿Ves? Aquí están tal como te lo dije —dijo llegando a la habitación con una sonrisa triunfante en el rostro y los pañales en una mano.

—Buen trabajo doctor —sonrió poniéndose de pie y caminó hacia el— ahora iré a preparar algo de cenar.

—Por supuesto que no —interrumpió tomando de la mano a su esposa— mejor descansa mientras yo preparo algo —agregó al tiempo que llevaba a Beatriz de nuevo a la cama.

Acomodó la maleta y la colocó en piso antes de volver con su esposa para darle un pequeño beso.

La mañana siguiente a esa no les esperaba más que una rutina que ya tenían bien aprendida, desayunar, vestirse e ir a trabajar. Aunque en ella si se había implementado cierta particularidad; puesto que Beatriz no podía moverse tanto y que el embarazo la hacía dormir demasiadas horas, en ocasiones Armando debía ser quien se hiciera su propio desayuno.

Esa mañana, acostumbrado ya a despertar temprano se dio cuenta que su esposa no estaba del otro lado de la cama como era de costumbre. Desconcertado la llamó desde donde estaba y escuchó la respuesta un tanto lejos por lo que su intriga aumentó. Solo bastó caminar un poco para que llegara hasta su nariz los alimentos que estaban siendo preparados en la cocina de la casa.

—Buenos días —sonrió Betty cerca de la estufa, mientras revolvía avena en una cacerola.

—Buenos días —respondió con extrañeza— ¿Qué haces despierta tan temprano? —agregó caminando hasta su lado.

—Por nada en particular mi amor, solo decidí que sería buena idea levantarse temprano y hacer el desayuno —sonrió Betty.

Pero algo había de distinto ese día; a pesar de la sonrisa de su esposa, Armando veía en ella unos ojos cansados y unas mejillas bastante ruborizadas —pero no era necesario mi vida, será mejor que descanses y yo continuo con esto —espetó dándole un beso en la sien a su esposa.

Betty la fea: One Shot Donde viven las historias. Descúbrelo ahora