34. Los primeros días

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Dicen que las primeras veces suelen ser emocionantes, pero pocas ocasiones se habla de ese nerviosismo que toca en lo más íntimo, en el miedo a fallar o equivocarse. No puede ser para menos cuando algo tan importante se presenta, el miedo surge a la par de una gran emoción que nubla las dudas o temores. Y es entonces que todo vale la pena.

Era su salida a un nuevo mundo; llegaron solo dos y se fueron de aquel hospital tres. La pequeña Camila descansaba un portabebés mientras Beatriz esperaba el auto de su marido. Acomodaron a su hija según recordaban lo que vieron en aquella clase hace algunas semanas —¿Crees que esté segura así? —preguntó Armando, mirando a la bebé dormir en la parte trasera del carro.

—Yo iré con ella —respondió mirando a su esposo.

Armando la ayudó a subirse puesto que aún seguía cansada y adolorida. Veía ese rostro débil y sonriente desde el espejo retrovisor; miraba a su esposa ser feliz a lado de su hija pese al cansancio. —Vámonos a casa —sonrió y puso en marcha el auto.

Pero pronto estarían por vivir el principio de una larga travesía de que debían enfrentar juntos. Al principio, cuando aún se encontraban en el hospital, podían sentir aun ese atisbo de seguridad al tener con ellos a una enfermera dispuesta acompañarlos en lo fuera necesario, sin embargo, de ahora en adelante estarían ellos contra el mundo y la sociedad que los envolvió en aquel rol que ellos habían decidido adoptar.

Llegaron a la casa, con rostros cargados de emoción, cuidando sus pasos y tratando que la fría Bogotá no alcanzara a la recién nacida que Beatriz arropaba entre su pecho y una suave cobija afelpada. Entonces siguieron caminando desde el aparcamiento hasta la puerta color marrón de su casa y entraron en ella.

—Bienvenida a casa —dijo Armando en un susurro tenue.

Su esposa sonrió ampliamente, pues amaba verlo tan apegado a su pequeña hija; amaba la dulzura que siempre llevaba consigo y amaba aún más lo dedicado que era para su familia —te amo —salió de los labios de Betty con la naturalidad de un respiro.

—Y yo a ti —Besó su frente— las amo a las dos.

Se quedaron un instante en el marco de la puerta, preservando aquel momento como el final de una vieja historia.

Y quizás de eso trataba, de detenerse un rato de la ajetreada vida, de mirar con detenimiento lo hermosa que esta puede ser. Al final solo estamos un instante.

Pero bendita rutina que los haría despertar con los lloriqueos de una bebé recién nacida; hambre y cambios de pañal, era lo que vivían los últimos días en los cuales no habían salido por un momento.

Armando trataba de estar presente en todo momento, intercambia turnos con Beatriz cuando debía cambiarle el pañal durante el día o para arrullar cuando su esposa se encontraba muy cansada. Trataban de sobrellevar su nueva vida, a la par que se ponían al tanto de algunas cuestiones de la empresa. Una madrugada fueron despertados por el lastimero llanto de su hija, resonando en cada una de las paredes de la casa. Acudieron con rapidez a ella, Betty la tomó entre brazos tratando de apaciguar su llanto con susurros y el calor de su pecho.

—Pero si acabamos de cambiarle el pañal —espetó Armando mientras se tallaba un ojo.

—Quizás todavía tiene hambre —le respondió su mujer encaminándose a la mecedora que yacía en una esquina de la habitación— pero tranquilo, ve a dormir que yo me quedo un rato más con ella.

—Claro que no mi vida, no me parece justo irme a dormir que te quedes despierta tu —dijo con rapidez— yo me quedo aquí a hacerte compañía.

—Gracias —sonrió.

Betty la fea: One Shot Donde viven las historias. Descúbrelo ahora