5. Situación

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Cuando el deseo nubla el pensamiento a tal límite de perder el juicio sobre tus acciones; cae consigo el peso del remordimiento y la culpa. Dolorosa y cruel.

Ahí estaba, observando el mar por mi ventana, los recuerdos volvían a mi mente ocasionalmente y no eran para nada agradables; ¿había tomado la decisión correcta esa noche?

Yo lo necesitaba tanto como él decía necesitarme a mí; pero todo eran mentiras, incluso ese último "te amo" que me dedicó después de hacer el amor. Por eso estaba hoy aquí; para olvidar cada una de sus palabras falsas, sus caricias que le producían el mayor de los desagrados. Pero aún así dudaba, estaba tan lastimado y yo era la causa de su dolor. ¿Qué tan ciertas eran sus palabras?, ¿y si realmente me amaba?

«No Beatriz, si el te amara, no hubiera hecho lo que hizo» pensé tratando de disipar las dudas que me atormentaban desde que llegué.

Doña Catalina se había comportado muy bien conmigo, ya estaba al tanto de mi historia con él y decidió apoyarme a pesar de haberle contado aquello de lo que estaba sumamente avergonzada. Pronto me estaba adaptando a este lugar, la gente era tan diferente, más alegre, más amable, muy distinto a todo lo que había vivido en Ecomoda. Sin embargo no todo parecía ir bien aquí, existía un problema que aún me costaba procesar.

La noche antes de la junta, cuando don Armando y yo estuvimos juntos en aquella pequeña oficina que alguna vez fue mía; cedimos a lo que nuestros cuerpos deseaban, y en medio de ello, olvidamos protegernos. ¿Cómo pudimos llegar tan lejos y obviar algo tan importante? No podía evitar sentirme torpe cuando aquella pregunta acechaba mi cabeza.

Definitivamente me sentía culpable por ello, por dejar de lado mi razón y no ser lo suficiente consciente que mis actos tienen repercusiones. No obstante, aún con la culpa y el remordimiento, salí de Ecomoda sin pensar en las consecuencias que ese encuentro traería. La duda apareció unas semanas después de llegar a Cartagena cuando noté el retraso, decidí atribuirlo al estrés por todo lo que había pasado, pero eso solo eran paños de agua tibia para remediar el miedo que me provocaban mis dudas.

La segunda alerta apareció esta mañana, cuando un vuelco en el estómago me hizo sacar toda la comida y me tenía con la cara en el sanitario. Adolorida, confundida y demasiado mareada como para pensar con claridad.

Después de recomponerme me recargue sobre el barandal de mi balcón, tratando de buscar una solución a mis problemas, cuando de pronto la puerta de mi habitación comenzó a sonar. Le abrí la puerta a doña Catalina, su rostro alegre se transformó en uno preocupado en cuanto vio la palidez del mío.

—Beatriz, ¿se encuentra bien? —preguntó con preocupación cuando me vió sentarme en la pequeña mesa del cuarto.

Tenía miedo de contarle mis dudas, pero me sentía sola en estos momentos y tampoco era algo que podía ocultarle a ella. No por mucho tiempo —doña Catalina —dije con cuidado, sintiendo un escalofrío atroz recorrerme por la espalda.

—Dígame Betty —Ella tomó asiento frente a mí, aún conservaba ese tono calmado y apacible que sin dudas necesitaba yo en ese momento.

—No es fácil decirle esto —tomé el suficiente aire antes de confesarlo— creo que estoy embarazada —solté de inmediato, escondiendo mi cara en la mesa cubriéndome con mis manos.

Las lágrimas comenzaron a brotar de mi, ya no podía soportar más tanto dolor y culpa en mi sistema. Sentía que la vida se me estaba yendo de las manos con una rapidez espeluznante, ¿qué haría ahora? No escuchaba nada de parte de ella, no pude ni siquiera apreciar su reacción; solo escuchaba mis sollozos compaginando con el ruido de las olas, de pronto sentí su mano acariciar mi cabeza de forma reconfortante.

Betty la fea: One Shot Donde viven las historias. Descúbrelo ahora