20. Besos con sabor a fresa

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Un amanecer de primavera, con la brisa fresca susurrando su piel al fino toque. Un domingo de quietud y tranquilidad; dónde los débiles rayos de sol cosquilleaban su piel y los hacían despertar en medio de ese limbo llamado vida.

—Buenos días —dijo la castaña viendo a su marido tratando de abrir los ojos. Bastante somnoliento, pero con las suficientes fuerzas para esbozar una sonrisa.

—Buenos días —respondió con la voz áspera.

El cantar de las pequeñas aves aún ambientaba esa mañana, los conducía a una calma que en realidad poco les duraba. No eran ingratos con el hecho que así fuese, pero al menos esperaban unos minutos más de esa quietud antes de que su rutinaria vida les llegase encima.

Entonces es cuando un pequeño llanto resuena hasta la alcoba del matrimonio; no pueden negarse su rol de padres, aman serlo tanto o más como aman esas mañanas pacíficas. Corren de inmediato a ver ese joven rostro de mejillas sonrosadas por el llanto, su madre la toma en brazos y en cantos suaves intenta apaciguar el llanto de la pequeña mientras que el padre ágilmente se dirige a la cocina a preparar el biberón de su hija.

Pero por más rutinaria que fueran aquellas mañanas, o que algunas personas vean con hastío vivir de la manera como ellos lo hacían. Para Beatriz y Armando ahí se encontraba la plenitud entera; rodeada de amor, de paz y de un poco del estrés rutinario inevitable en la vida. Eran plenos, felices, y eso era lo único que importaba.

Pasadas las horas la mañana se comenzaba a esfumar dando paso al mediodía; no había mucho por hacer, Armando yacía plácido recostado en la cama de su cuarto mientras veía una película por televisión. Su esposa de pronto apareció a su lado, vestida casualmente cargando en brazos a la pequeña Camila.

— ¿Qué pasa Betty? —preguntó al verlas a un lado suyo.

—Camila y yo iremos de compras —sonrió la morena.

Meditabundo en esa respuesta, deseó al menos ser invitado por su mujer — ¿Salida de mujeres? —inquirió con otra pregunta entre los labios.

—Bueno, podríamos hacer el espacio para un papá —comentó risueña— pero solo si ese papá promete no aburrirse cada media hora.

— ¡Para nada mi vida! —respondió poniéndose en pie— ¡Yo jamás me aburro cuando voy a lado de las mujeres que amo!

— ¿En serio? —preguntó con sarcasmo.

—Por supuesto que no —afirmó dejando un beso sonoro en la mejilla de su mujer.

Con la rapidez de un parpadeo, Armando se colocó los zapatos y fue directo a tomar la pañalera de su hija, listo para emprender su viaje al centro comercial con su esposa. Lo cierto era que un domingo como esos, sin nada de cosas por hacer, se volvía demasiado aburrido, más aún si la condición fuera quedarse unas horas solo en casa, y  por si fuera poco mencionarlo, amaba pasar el tiempo con su familia, por lo que con gusto esperaba una invitación.

¿Qué tantas cosas pueden suceder un domingo por la tarde?

La respuesta inmediata para muchos sería nada, o muy pocas en realidad. Tal vez, se trataba más de disfrutar un tiempo para sí mismo o para compartirlo a lado de gente a la que quieres; y entonces una infinidad de posibilidades comenzaban a surgir quien sabe de dónde borrando un poco el aburrimiento de un día cualquiera.

Esa peculiar tarde de domingo, no estaba muy alejada de esa atmósfera familiar. Familias y parejas paseándose por las tiendas, escondiéndose de los rayos de sol que se colaban por los tragaluces; un par de risas al fondo y algún llanto de un niño haciendo rabieta adornaban el lugar de tal modo que hacían un escenario pintoresco para un domingo cualquiera.

Betty la fea: One Shot Donde viven las historias. Descúbrelo ahora