26. La fría noche

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[Contenido sensible]

—Buenas tardes, señor Mendoza —dijo la mujer detrás del escritorio, posando sus ojos sobre mí.

—Buenas tardes —respondí nervioso. EL olor de la madera inundaba mi nariz, y los detalles minimalistas del consultorio me inquietaban de una manera extraña, como si estuviera fuera de sintonía.

—Debo preguntar, ¿por qué decidió venir?

Los recuerdos llegaron como un duro golpe, imágenes rápidas de mis últimos meses bombardearon en consecuencia hasta llegar al momento de mi colapso; donde creí por un instante que todo terminaría.

—Necesito de su ayuda doctora —espeté sin muchos ánimos— intenté suicidarme hace una semana.

Vivir sin Beatriz me estaba ahogando, ya no podía soportar las miradas lastimosas de los empleados de Ecomoda, mucho menos los silencios abismales de mi hogar. Se había ido la vida y el brillo que alguna vez tuvo.

Después de lo ocurrido, regresé a Ecomoda a intentar establecer todo de nuevo; Nicolás y yo nos habíamos dado un par de semanas y la empresa había quedado provisionalmente en las manos de mi papá en lo que buscábamos alguna solución ante todo el desastre que había ocurrido en nuestras vidas.

Yo regresé a la presidencia mientras que Nicolás mantenía su mismo puesto, ambos habíamos decidido suplir las demás funciones en el lapso que encontrábamos empleados para el área ejecutiva. "Nadie tan lista como ella" me decía a mí mismo cada que descartaba los currículums que llevaba Gutiérrez a mi escritorio; no obstante, trataba de alejar los malos recuerdos de mi mente, más cuando debía dejar a Camila con la niñera y me refugiaba en la oficina.

Se que mi aspecto lucía cansado, era como un fantasma andante los primeros días que regresé; había dejado de rasurarme y ni siquiera me importaba el hecho de usar corbata. Tampoco era como si el ambiente a mi alrededor fuera distinto, veía todos los días un semblante decaído en las muchachas cada que me veían llegar, debo admitir que eso me molestaba puesto que no toleraba que me vieran con tanta lastima, como si yo fuera un perro callejero a punto de morir. Aunque en el fondo así me sintiera.

Las visitas constantes y fastidiosas a mi casa habían cesado, los únicos que venían con frecuencia era Nicolás y Catalina. Justo las personas que habían sido padrinos de Betty el día de nuestra boda. Con Nicolás; tratábamos asuntos de la empresa y cada cuanto hablábamos sobre cómo nos sentíamos, ya me encontraba en confianza con él como para contarle de las noches agrias en las que no podía dormir.

Con Catalina encontré la sabiduría que me faltaba a mí para entender cómo debía seguir, siempre encontraba una palabra para hacerme sentir mejor. Sin embargo, su efecto anestésico duraba poco cuando se iba y el tormento de los recuerdos me golpeaba en las noches.

La extrañaba más que nunca, extrañaba su piel, sus besos, sus risas. Odiaba pasar las noches solo en esa fría cama, tanto así que prefería dormir en el pequeño e incómodo sillón del cuarto de Camila, al menos así estaba acompañado.

—Armando, ¿seguro que estas bien? —preguntó Gabriela en medio de nuestra reunión para afinar detalles de la fusión que habíamos hecho— si quieres podemos tomar un descanso, o hablo con Calderón sobre esto.

—No Gabriela, mejor háblame sobre el tema de exportaciones —mencioné escapando de mi burbuja.

Todo me recordaba a ella, las paredes, la fotografía de nuestro matrimonio sobre el escritorio; aquellos cuadros que había elegido para decorar la oficina y aquella otra oficina que siempre se mantenía abierta. Un portal al pasado, a nosotros embebecidos en un amor turbulento y con un final trágico.

Betty la fea: One Shot Donde viven las historias. Descúbrelo ahora