capítulo 2

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Annie:

Lo que viene diciendo mi padre no tiene ningún sentido. ¿Para qué querría desocupar cada una de las casas hogar de la ciudad?, me parece absurdo que su única respuesta para todo aquel que llega a referirse al tema es: "para remodelar los edificios". Tal vez piense que son todos unos tontos, y tal vez lo son porque siempre le creen, pero ¿Qué pasará cuando lo haga? "Remodelar" ¿A dónde voy a ir yo? Ya llevo dos días y medio tratando de seguirle el paso, y estas botas ya me comienzan a molestar los pies, ya me estoy cansando, hemos recorrido en cada una de las partes que hay gente, solo para que nos den su voto, ¿y para que se molesta?, el domingo son las elecciones, y todos saben con seguridad que el ganador será él, "el gran Gerard Sánchez".

Mi casa hogar viene siendo desocupada hace más de un día, aún hay gente, pero ya tenemos que irnos, desde eso no he dejado de caminar, apenas tengo tiempo para comer algo o beber un poco de agua, no pude con el enorme sentimiento que me hundió cuando miré a mis compañeros llorar como nunca lo habían hecho, no pude dejar de llorar al ver como los desquiciados de los encargados y los guardaespaldas de mi padre fueron tan bruscos, no se me ha borrado ni siquiera uno de los momentos donde los niños, niñas, jóvenes, hasta incluyendo a los ancianos y ancianas se revolcaban contra la baldosa, siendo arrastrados por la crueldad que ha sido característica, siempre. Mi casa hogar no contaba con un nombre, ni siquiera con un apodo formal, apenas le llamábamos "el edificio rojo" cuando nos íbamos lo suficientemente lejos de allí, para reconocerlo. Por lo que fue más conocido como "el hogar sin nombre", y ese algo sin nombre llevaba más de lo que cualquiera creía en su interior, y aunque eso es lo que menos debe importar ahora, también toma fuerza en una avalancha de rabia e impotencia mesclada con nostalgia, pero repito, ¿Por qué me debería importar ese nombre si eso no le importó nunca a nadie después de que el fundador murió? ¿A quién demonios le importa lo que nos pase ahora a nosotros, los desamparados? Papá nos va a dejar a todos en la calle sin remordimiento de por medio, aunque diga que no es así, a él solo le basta un montón de dinero y unos cuantos papeles y ¡PUMM!, cualquier edifico es suyo. "Es cuestión de negocios, Annie, dinero"

De aquí a unas cuantas horas, cuando salgamos de Clown Happier (donde trabajo) Mis esperanzas de vivir bajo a un techo van a ser nulas lo sé, papá se mueve a paso rápido junto con dos de sus guardaespaldas, yo me quedo atrás, mirando su espalda, y la fuerza interior que me ha acompañado comienza a desaparecer, para él no valgo ni siquiera una miserable moneda, ni siquiera la más barata, siento una presión enorme sobre mi pecho y me siento sin vida, extraño a mamá y la recuerdo en menos de un flash que comienza a desaparecer sin regresar. Siempre intento ayudar para ver si así hago algo de dinero, pero rara vez me paga, tengo la inútil esperanza de que algún día me pueda reconocer como su hija, pero si lo hace, lo más seguro es que se pregunten "¿si es la hija del presidente Sánchez, porque vive en una casa hogar?" Si supieran que después de seguirle su sombra por tanto tiempo, yo tampoco lo sé. Mi vida no es más que libros usados, poco dinero, ropa usada y una soledad que parece eterna.

Escucho el "¡RAPIDO!" de alguien al fondo, parpadeo un par de veces para poder concentrarme en el camino, una mano me tira del brazo, veo que es una de las encargadas, la que se llama igual que yo, me da unos papeles mientras me mira con desprecio y susurra algo desagradable que no logro entender más que dos o tres palabras de verdad vulgares. Me fijo en sus labios pintados con un rojo encendido, sus venas se brotan sobre su frente y me da un jalón mucho más fuerte que casi rompe mi camisa, mi padre, y otros desconocidos me miran y nadie hace nada al respecto, parece que todos entendieron lo que yo no logré escuchar. Tomo la carpeta con cuidado de no regar los papeles y me aparto de ella sin decir nada, ella también se aleja gruñendo, y el sonido de sus tacones la hace ver más importante de lo que realmente es. Me quedo en el centro de la entrada, y afirmo para mí, sin saber porque lo hago, siento otra vez el dolor caliente sobre la planta de mis pies, bajo mi cabeza sintiéndome inútil y escucho la voz de alguien gritar "¡Estaremos en el comedor!", y me pregunto si será a mí. Afirmo nuevamente y veo al recepcionista que me mira perplejo, tomo aire, aquí dentro huele a maternidad, las paredes y el piso de este edifico se ven mejor cuidadas que las del edificio en el que estaba yo. El recepcionista deja de verme y veo que en su mostrador hay un letrero gigante con dos niños sonrientes y unas detrás enormes que dicen "Clown Happier". Me acerco y el hombre de mediana edad me recibe con ojos preocupados, ni siquiera responde a mi saludo, y me encojo de hombros sin darle demasiada importancia (Aunque si me importa). Abre la aleta de la carpeta y al ver su contenido se lleva una de sus manos a su cabeza y su mirada se postra en mí, y pasa de la perplejidad a un enfado profundo. Sé lo que hay dentro de esas carpetas, esas escrituras de propiedad y esas órdenes de desalojo inmediato no las hice yo, no es mi culpa. Quisiera decírselo, pero solamente me limito a mirarlo. Mis labios se abren despacio y le pregunto hacia dónde queda el comedor, él se levanta y no responde, se va y se pierde detrás de un pasillo. —lo siento—. susurro sin ánimos, y a mis espaldas alguien dice "cruza a la derecha y allí encontrarás una puerta verde, ese es el comedor", no volteo, simplemente agradezco sin darme cuenta quien es y sigo mi camino. Entro a un pasillo pobremente iluminado, y solitario, los tacones de mis botas hacen un gran alboroto a cada paso, pero me doy prisa por llegar a la puerta verde, la abro y dentro, me encuentro con tantas caras tristes y largas como nunca. Un frio extraño me recorre los brazos, puedo sentir cada una de estas personas, puedo escuchar cada lágrima rodar, y puedo sentir el dolor acumulado, algunas personas, me miran y otras ni siquiera se molestan, veo a papá al fondo, en su montón de siempre, y me dirijo sin ánimos hasta allá, me quedo a unos metros, entonces veo que de otra carpeta saca un discurso, y no puedo creer que ni siquiera se haya molestado en escribir uno diferente al que recitó en el edificio rojo. Me siento observada y me alejo más. Bajo mi cabeza y escucho la chorrada de mentiras que dicen esas líneas, más las que agrega, como la de "para reconstruirlos" u otras, las mismas de siempre. Evito encontrarme con los ojos de cualquiera que me confunda con este montón de hipócritas y me pregunto ¿Dónde dormiré de aquí a tres noches?

Todos hacen un ruido enorme después de la última palabra, veo que los encargados de las mudanzas, así como los dos guardaespaldas se adentran con sus malas intenciones haciendo que el edificio quede desalojado más rápido. De repente escucho mi nombre, viene de una voz chillona y graciosa. Noto que la secretaria de mi padre también lo escuchó, pero le resta importancia, yo sigo hasta fijarme en esas dos personas que están en un comedor de plástico, uno de ellos tiene un periódico sobre la cara, mientras el otro tiene las orejas rojas, se hace un silencio inesperado, todos levantan sus caras, mi papá me mira con decepción, sé de dónde vino la voz, pero no encuentro a nadie, respondo, pero nadie dice nada, me siento extraña, levanto mi cabeza por encima de una mujer triste y veo, veo a quien me va a dar una esperanza, lo sé, lo sé. El ruido vuelve a su punto máximo, una de las dos personas se levanta, se ve algo enfadado, sube la silla en la que estaba sentado sobre la mesa y se marcha sin dar vuelta atrás. Intento acercarme hacia donde está él, pero alguien más llega, este se mira más joven que el que estaba antes, me detengo un momento, espero hasta que el recién llegado haga lo mismo que el anterior, entonces al fin, cuando quien pronunció mi nombre queda nuevamente solo, me dirijo hasta allá

Si pudiera volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora