Capítulo 44

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Jonnathan:

He estado investigando a Sánchez durante todo este tiempo, lo he estado siguiendo más cerca de lo que en un inicio pensaba yo, he memorizado sus horas de salida, sus horas de entrada, sus horas de comida, hasta sus lugares favoritos, lo que guarda en su camioneta favorita, las personas del edificio, e incluso he memorizado algunas de las costumbres de cada uno de sus guardaespaldas, en especial de "Robles", su conductor y de "Vela", el suplente, las horas en las que cambian de turnos, la manera en que salen desde el parqueadero, sin que nadie se dé cuenta de ello, en tantas cosas...

Ya le he contado varias veces lo que me la paso haciendo todo el día a Annie, ella sabe que cuando no me vea durante un buen rato es porque ando detrás de su padre, intentando planear algo, una jugada, que, aunque sea estúpida me lleve a terminar esto de una vez. Kate lo sabe, y me advirtió una docena de veces más que me alejara, que dejara pasar todo esto, pero por más que la escucho no puedo hacerle entender que no puedo detener ni regresar el tiempo, no puedo hacer que Annie se quede así para siempre, no puedo regresar para evitar el disparo, o poner mi espalda y no la suya. Kate sigue con Sánchez, pero confío en que no me venderá, a pesar de que mi precio se siga acumulando.

Salgo del baño, pensando en mi mal aspecto, Annie está sobre la ventana, sonrío, porque la veo mejor que antes, me acerco para despedirme, y ella me mira antes de llegar a la silla de ruedas, me devuelve la sonrisa

—¿con quién has estado hablando? — me dice, tocando mis manos.

La pregunta me confunde por un momento, ella sabe que solo hemos estado los dos, y la única, primera y última persona con la que hablo durante todo el día es ella. Siento vergüenza, veo a través de la ventana

—¿Cómo? — pregunto, aunque haya escuchado bien

—Es que te he escuchado hablar, y tengo miedo de... —detiene la frase mirándome con el miedo del que habla

—¿de qué mate a alguien más? —baja su cabeza, es por eso—. Solamente, hablo solo, es eso

Asiente sin mirarme, mira a la puerta, como si esperara a que eso me detenga, yo hago lo mismo, pero no espero que me detenga, "hablar solo", repite mi cerebro, no hay más explicación para eso, no puedo detener esto, estos silencios tan incómodos que se forman entre los dos, cuando antes no había ninguno, levanto su cara y beso su frente, agarro mi buzo y me dirijo a la puerta

—¿Dónde vas? — habla con un tono sombrío

—Iré a entregar la primera carta ¿ya lo olvidó? — su mirada ha cambiado, desde el momento que despertó, antes de llegar aquí, y fue peor cuando supo que había matado a Hugo, y no por mí, por las noticias, si supiera lo que dicen de mí los periódicos. Las cámaras me vieron salir. Espero que tenga miedo a que no vuelva, y no a que haga lo mismo de nuevo

Asiente de nuevo, regreso y la cargo, hoy está más delgada que nunca, roso sus pies, estos están muy fríos y morados, al igual que sus labios y sus ojeras, la pongo encima de las sábanas, recuerdo que dije que cuando despertara le diría que la amo, porque lo hago, y aún no lo he hecho. Acerco la silla al borde, palpándola con suavidad, con tristeza, porque no puedo salir a pasear con ella, no sé qué pasaría si me llegaran a mirar mientras estamos juntos, sus alas están rotas, pero sé que se pueden reconstruir, desde cero si quiere, ella es fuerte, puede aprender a caminar de nuevo, y encontrar un mejor camino que el que encontró conmigo, puede correr, puede volar con libertad, pero yo... yo he pensado en que no debo estar allí para verlo.

...

La carta me lleva de vuelta al edificio de Sánchez, a pesar de todo, no me sorprendió que fuera para la mujer de negro o Martha Ortiz, como lo dice su sobre, supe que la carta es para ella, porque describe algo de lo que ella me contó esa tarde en el hospital.

Si pudiera volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora