Capítulo 4

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Annie:

Llego a mi cuarto, ya casi por completo está vacío, en la pared cuelga mi afiche de "A-HA" y lo miro con nostalgia, intento encender la luz, pero hasta el bombillo se han llevado. Mis prendas están listas, las tomo delicadamente, al igual que mi traje, antes de irme cierro la puerta y me detengo a sentir por última vez la tranquilidad de estas cuatro paredes y su silencio, el silencio en el que pude entender varias cosas de mi vida, el silencio y la tranquilidad que me ofrecieron el regazo que siempre me hizo falta para pensar, llorar... Me siento sobre la colcha y toco el colchón de paja que me ha aguantado tanto y también me despido de él, a través de la marca que deja una antigua ventana en la pared me imagino el cielo azul del otro lado. "no debería ir" pienso, llenándome de nervios, "¿y si él no es quien espero?". Es de lo peor sentirse una loca, confiando en el primero que me tiende la mano, pero es por una única razón esperanza. Dejo mi ropa sobre el piso, y me dejo invadir por el miedo, en verdad tengo miedo, y con lo que me llevo dentro sería peor cuando lo sepa. Me llevo las manos a la cara y sé perfectamente que ya no tengo ninguna otra opción. Y por más que lo piense sé que, aunque haga más de mil intentos, Gerard no se va a apiadar de mí. Saco mi cuaderno del único cajón que queda aquí, y lo estrecho contra mi pecho y me siento muy sola en este momento. Intento cerrar mis pensamientos, quiero quedarme un momento más en esta oscuridad tan acogedora y salvarme de la realidad que me espera allá afuera. Veo la soga que me regalaron aquí cuando tenía doce, y encima del cajón una parte de acero que sobresale por la pared, pienso en serio en colgarme y dejar atrás todo esto. Tomo la soga en mis manos, dejo el cuaderno encima de mis prendas y pienso lo que voy a hacer por unos minutos. Repaso cada una de las fisuras de las paredes, y escucho como se acelera mi pulso. Cuelgo el laso sobre el trozo de acero y miro como se tambalea, observo la puerta y nadie se acerca. Miro el piso y unas gotas tibias bajan hasta el piso, no sé cuánto tiempo me quedo así... la oscuridad se hace más profunda y de repente escucho unos golpes en la puerta. Volteo asustada. Hay una sombra que se asoma por debajo de la puerta "ya es hora", esa voz no la he escuchado nunca, deben ser los encargados, me limpio la cara y recojo mis cosas, abro la puerta y me encuentro con otro desconocido sobre el pasillo.

Acá también hay muchas caras tristes, bajo mi mirada para no tener que encontrarme con la cara de alguien, como quisiera llevármelos a todos. Siento culpa por dejarlos aquí en estos pasillo con olor a medicamentos que me vieron crecer y madurar... no me despido de nadie, solamente salgo, y me encuentro con que el cielo está más gris que ayer. Salgo a la calle, siento como el viento está más frio que hace unas horas, y se penetra en mis piernas, abrazo con mayor fuerza mis prendas en mi pecho, sostengo firme mi cuaderno y lloro en silencio. La gente se apresura para pasar las calles, yo salgo disparada al igual que ellos, miro por reflejo como las luces cambian y un auto frena en seco frente a mí, miro al conductor, mueve su boca y grita algo, pero no quiero escuchar más insultos, las bocinas de los demás autos se elevan y sigo caminando, antes de llegar, intento sonreír y así lo hago, limpio mis mejillas otra vez y subo los escalones antes de llegar a la puerta

Si pudiera volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora