Capítulo 29

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Jonnathan:

Son las tres y quince de la tarde, los nervios no me dejan ni siquiera respirar, o tal vez es por este vestido que me aprieta por todas partes, o tal vez es porque a través de su color negro se siente como el sol quema con furia. Sentado a un costado del edificio, esperando que nadie me haya visto, me siento ridículo, aún tengo la sensación de tener ese plan vacío entre mis dedos, el mismo plan que estamos llevando a cabo ahora. Llevo los labios pintados de negro, miro a varias personas entrar y salir, hasta que le teléfono me suena, es Daniel, quien me informa que ya está sobre el elevador, por llegar al piso diecisiete.

Desde el otro extremo, Johan me señala con su dedo pulgar su situación, me indica que está listo, yo tengo que entrar ahora mismo, pero en estos pequeños segundos veo su cara rosada, quemada por el sol, tan tranquila, tan tétrica. Subo las escaleras, el reflejo del sol en el cristal me da en la cara, pero puedo ver que el guardia sigue allí, me detengo un momento para rogarle al cielo que aún no haya ido al baño. Me regreso sin mostrar temor, y me escondo detrás de una de las columnas, desde donde pueda ver el momento que, en el mejor de los casos, él vaya al baño.

Johan me mira confundido, desde acá puedo ver que me hace una seña de "¿Qué pasó?", le señalo y vocalizo "allí está", él me indica que me espere, pero no sabe que estoy a punto de salir corriendo y echarme en el piso a llorar. Volteo disimuladamente para ver, pero me doy cuenta que en frente mío, en la esquina hay una enorme cámara, se me hiela la sangre, me desespero, veo hacia el interior del despacho, el guardia está ojeando unos papeles, en la punta de mi lengua está ese "no puedo", cuando le voy a decir que nos retiremos a Johan, ya no lo veo, en su lugar distingo a lo lejos a esa mujer, maldigo por lo bajo, ¡ni siquiera son las cuatro!, no quiero que me vea aquí, disfrazado de ella. Se saca su sombrero y antes de cruzar la calle comienza a moverlo sobre su cara, busco donde esconderme, pero un solo e insignificante movimiento me puede dar por muerto.

No sé qué hacer, ella se está acercando, miro hacia el fondo, ya están los dos guardias allí, ¡¿pero porque no se van?!... maldigo y maldigo, ya no habrá los pocos segundos que me darán la entrada, sabía que este era el peor plan de la historia de los planes, Johan ya no está esperándome como habíamos acordado y no sé si conseguiría la moto que prometió. En medio de la desesperación saco uno de mis tacones y lo tiro contra el pesado y blindado cristal. Ambos hombres miran sorprendidos, y salen. Recogen el tacón, lo miran sin cuidado, y entran, dejándolo sobre la mesa, entonces hay un pequeño y glorioso momento. Estos dos se pierden por el pasillo, y antes de que ella llegue, entro descaradamente al edificio, el suplente sale y me mira de frente, acomodo mi sombrero y me tapo la cara, recojo el tacón de Kate y me pierdo en el pasillo, caminando sin control, sin pensar en lo que pasará cuando la mujer original llegue. Hay varias personas en el elevador, pasó de largo y llamo a Daniel, le hago saber que ya estoy dentro, hace silencio, y yo también lo hago, por si acaso, cuelga y me quedo en un silencio aterrador. Quiero sacarme este vestido y correr con el pantalón y la camisa que llevo debajo, no me importa si es a pie limpio, intento sacármelo, pero no puedo, hay varias personas que salen de sus apartamentos, y me miran asustadas, dejo de intentarlo y haciendo caso omiso, subo por las escaleras. Me paso por los pasillos, están vacíos, llamo a Johan para poder estar tranquilo, a pesar de que me dice que todo está en orden, me cuelga cuando le pregunto a donde ha ido. Me detengo en el piso cuarto, veo hacia abajo por sus grandes ventanas, y entonces llamo a Daniel de nuevo. Me contesta, pero hace un nuevo silencio, no sé porque ahora yo también lo hago.

—Annie está en el apartamento ciento diecisiete—. Dice con una voz apagada, el corazón se me acelera de golpe, no sé cómo agradecerle a la vida porque Annie está viva, viva...

—¿en qué piso?—. mi voz está por romperse, me muerdo los nudillos y doy vueltas en el mismo sitio, de alguna manera ya no me importa lo que las cámaras vean

Si pudiera volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora