MAREA

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Hola, chicas. La semana pasada ya me preguntasteis por el punto de vista de Nerea, me hubiese gustado incluirlo en el anterior capitulo, pero no me dio tiempo.

Lo segundo que os quiero decir es que he recibido algunos comentarios sobre mi comportamiento. Entiendo que sintais curiosidad por la autora de la historia, y lo valoro, pero como ya he dicho en alguna ocasión, prefiero permanecer anónima. No es nada personal contra vosotras. Quiero que entendais una cosa, no me considero ningún ejemplo a seguir, quien sí podría serlo es cualquiera de los personajes de la historia, ellos son los que pueden comprenderos y animaros a ser valientes. Es Nerea con quien os identificais y Natalia la que os ha enamorado, personalmente yo prefiero seguir en la sombra. Las palabras son mucho más poderosas que quien las dice. Considero que os he tratado con el respeto que esperaba de vuelta, sino es así me disculpo, no era mi intención. Del mismo modo que os digo esto, también os doy las gracias por los comentarios de apoyo que recibo, son esos los que guardo con especial cariño.

Lo tercero, y con esto termino, comprendo que a algunas no os guste Sara, era la intención desde el principio. Quería conocer vuestra reacción y hacer que os cuestionaseis un poco la situación de cada personaje. Ahora parece que cada una tiene un ship o un personaje favorito por encima de otros.

POV Nerea
Casi no pasaba por casa. Ya habían dejado caer que había una conversación familiar pendiente. Los silencios eran más largos y profundos. Era un golpe inevitable que se acercaba lentamente, lo bastante lento como para hacerte sufrir más por la espera que por el daño que causa. Ves su sombra, escuchas el susurro, pero no te das cuenta de que ha llegado hasta que lo tienes encima y empieza a quitarte el aire. Al principio el trabajo de la universidad suponía un suplicio, ahora es una salida, no solo para pasar tiempo fuera, sino también para pensar en otra cosa. Sigo dándole vueltas a la conversación con Natalia. Puede que tenga razón, que sea para mejor la separación, pero aún así duele. Es difícil ver cómo tus héroes de la infancia no son más que personas imperfectas que cometen errores en sus vidas, y que irremediablemente crean consecuencias en su descendencia. No son esas personas especiales a las que admirabas de pequeña, son humanos que arrastran sus miedos y tratan de ocultarlos para protegerte. Duele darte cuenta que tú tampoco eres especial, sino otro más que ha probado el fracaso por apuntar demasiado alto.
Debería entender que no se puede encontrar la felicidad a través de otro. Antes que nada debo entenderme a mí misma y mis necesidades. No pude hacerlo a través de Natalia y parece que tampoco con mi familia ni mis amigas, y temo las consecuencias que puede tener sobre mí aferrarme a mis estudios y más tarde a mi empleo. Mi autoestima nunca ha destacado por su inamovible presencia. Por mí misma no soy capaz de mantenerme en la superficie, y entiendo que es lo que debería hacer, pero los malo hábitos son los peores para desquitarse. Quise creer que he cambiado, y en cierto modo ha sucedido, ya no me escondo tras mi sexualidad, pero esos rasgos que se desarrollaron en mí a través de la mentira han arraigado más de lo que pensaba. Ahora no puedo deshacerme de ellos. La inseguridad forma parte de mí, y el temor a la hora de enfrentarse a una verdad incómoda permanece, llevándose por delante mi razón y mi orgullo. Y son cuestiones por las que debería preocuparme, pero es como si me asomase al precipicio de mi lado más oscuro, y el tormentoso recuerdo de la última vez que estuve allí me deja paralizada y me obliga a retroceder. Recuerdo la sensación de hacer oídos sordos, se repite continuamente, sigo esperando que las cosas cambien porque no sé como hacerlo por mí misma. Temo a la noche, porque antes de quedarme dormida no tengo nada con lo que distraerme, solo los últimos pensamientos de una mente desgastada y derrotada. Siento que he sufrido más de lo que podía soportar, y lo peor es que no sé decir exactamente el por qué. Cuál es realmente mi temor, el que me carcome por dentro. Nadie ha tratado de hacerme daño, no he vivido un suceso traumático, pero algo dentro de mí no funciona. Algo está roto y no obedece como debería a mis pensamientos. No encuentro esa fisura, no hay cicatrices que cuenten una historia lúgubre, pero por alguna razón paso noches en vela llorando, intentando y fracasando en encontrar el sentido de mi vida. Es un sueño que no termina, por mucho que grites, no vas a despertarte.
Salí de clase sin detenerme. Últimamente no socializaba demasiado en la universidad, y tampoco es que lo compensase demasiado viendo a mis amigas de toda la vida. Desde que Irene volvió a marcharse nos hemos visto poco. A veces por sus compromisos, otras veces por los míos. Ahora es cuando recuerdo esa época en el instituto, cuando nos veíamos todos los días y no le dábamos importancia. Cargaba con trabajos por el campus hasta llegar al coche. Tuve que traerlo para después de clase ir a una papelería en la ciudad. La insistencia de los profesores por la calidad de impresión roza la paranoia. Casi era medio día y la dificultad para encontrar aparcamiento fue el más ligero de mis inconvenientes aquel día. Los continuos problemas con el ordenador y correcciones del trabajo parecía una broma del karma. Finalmente llegué a la papelería. Evidentemente estaba equipada para los posibles alumnos de universidad que quisieran acudir allí. Estaba separada entre copistería, materiales y librería. Tras llegar casi a discutir con una de las empleadas, logré que la impresión fuese correcta. No me había pasado las dos últimas semanas trabajando para que ahora el resultado quedase pixelado. Lo guardé con cuidado en el porta-planos y me dirigí a la salida.
- Eh, profesora.- escuché detrás de mí. No creí que la llamada sería para mí hasta que escuché que también reía.
Me dí la vuelta para encontrarme con la chica que vino buscando clases que luego no necesitaba. Casi había olvidado aquel encuentro, y entre otras cosas, su nombre.
- ¿Cien años de soledad o La casa de los espíritus?- dijo sosteniendo dos libros. Aunque parecía que me estuviese ofreciendo un trato calé.
- Me decanto por La casa de los espíritus, no suelen haber muchas historia sobre realismo mágico.- ella asintió lentamente y dejó uno de los libros de nuevo en la estantería.
- Qué bien que nos vemos, tenía pensado llamarte esta tarde.- la primera vez que nos vimos parecía más elocuente, en ese momento parecía un chico hetero sacando frases usadas.
- Ya, que cosas. ¿No deberías estar en clase a estas horas?- apretó los labios como si fuese una pregunta tonta.
- ¿Y tú?
- No, ya he terminado mis clases por hoy.- ella echó un vistazo a su reloj.
- Solo son las doce y media. Los universitarios vivís como queréis, eh.- esperé un par de segundos en silencio, pensando si hablaba en serio.
- Sí, es un paseo.- dije con sarcasmo. Decidí pasar por alto su falta de asistencia.
- Bueno, ya que estas aquí, ¿tienes algo que hacer?
- Estoy un poco ocupada ahora mismo.- dije levantando el porta planos frente a ella. Asintió, pero no se dio por vencida.
- ¿Y esta tarde?- la sutileza parece haberse perdido entre los precisos “en linea” y desesperantes escribiendo...
- No estoy segura. Lo veo y te llamo.- antes de que se diese tiempo para responder salí de la papelería viendo de reojo como se despedía de mí levantando el libro en su mano y asintiendo.
Ni siquiera había pensado en eso. Pensé que Natalia fue la excepción, es decir, que alguien simplemente apareciera sacudiendo sus intereses al aire frente a mí. Ni siquiera ella se acercó a mí por eso, al principio ambas buscábamos una amistad. Incluso me resultaría incómodo, de algún modo mis pensamientos viajan hasta ella, castigándome por pensar en otra mientras ella todavía no está recuperada. Involuntariamente ya la herí y no me perdonaría volver a hacerlo, aunque fuese de forma indirecta. De todas formas, esta chica es menor que yo. Seguramente son menos de dos años de diferencia, pero quizás el muro entre instituto y universidad es más pequeño que la sombra que proyecta sobre mí. No lo sé. Ni siquiera tengo claro que me guste, llego a verla infantil. Aunque pienso en mi razonamiento de hace unos meses y su madurez me pasa por encima. ¿Quién se cuela en la universidad para recibir clases que no necesita, simplemente para conocer a alguien? Aunque no puedo negar que me siento alagada. Me parece estúpido pero roza lo encantador. Pero, creo que no llegué a guardar su número, y tampoco le he dicho eso realmente pensando que la llamaría. Es una locura pensar en eso cuando tengo otras cosas de las que preocuparme. Llego a casa calculando el tiempo libre del que dispongo. Llevo en pie desde las siete de la mañana y no he parado. Quizás me he ganado una sesión de no hacer nada hasta la hora de comer, de todas formas no queda mucho para eso. Cuando abro la puerta me encuentro con un olor que solía ser familiar, tan familiar que en estos momentos es casi incómodo tenerlo allí. El ruido del cuchicheo se desliza por las paredes.
- Hola, señorita ocupada. Ya pensaba que vivías en la universidad.- dice Sofía saliendo del baño.
- ¿Qué haces aquí?- pregunto sorprendida por su presencia.
- Deberías practicar tus bienvenidas.- dice abriendo ligeramente los ojos.
- Perdona, me has sorprendido. ¿Esta Pablo también?- asiente y señala hacia el comedor.
Dejo rápidamente las cosas en mi cuarto y salgo para ver a mi hermano viendo la televisión junto a mi padre. Probablemente llevan desde que ha llegado sin dirigirse la palabra, pero no importa, porque algo rueda por el césped al otro lado de la pantalla.
- Eh, ¿qué haces por aquí?- digo apoyándome por detrás en el sofá, dándole un toque en la cabeza.
- Es mi casa.- dice levantando los hombros, volviendo a mirar a la televisión.
- No lo es, vives con tu novia, con la cual tienes una relación estable desde hace más tiempo del que hubiese apostado. Asúmelo.- él vuelve a mirarme y esta a punto de responder, pero decide detenerse y pensar en lo que le acabo de decir.- ¿Os ha llamado mamá para que vengáis a comer?
- Sí, hace tiempo que no nos juntamos.- ni siquiera le ha dicho que hay algo que tenemos que hablar, y encima juega el papel de familia feliz.
Voy a la cocina, en busca de mi madre, pero por el camino me cruzo con Sofía de nuevo llevando una cerveza en la mano.
- Universitaria, ¿has probado dormir por las noches? Los médicos lo recomiendan.- dice deteniéndose a mi lado.
- ¿Qué?- me despisto  momentáneamente al verme interrumpida en mi objetivo.
- ¿Estás bien? No tienes buena cara.- llega a ser insultante. Tiene que venir una chica de fuera y colarse en mi familia para que por fin alguien se dé cuenta de que algo no va bien.
- Sí, bien. Solo el estrés.
Sigo andando para dejarla atrás y llegar al encuentro de mi madre. Cada día la he visto en aquella situación, adueñándose de la cocina, derrochando autocontrol. Diría que es el momento más creativo del día para ella, y en ese instante me apiado de ella. La monotonía es una amiga feroz y posesiva.
- Mamá.- trato de seguir hablando pero ella me interrumpe.
- Hola, cariño. ¿Cuándo has llegado?- pregunta despreocupada.
- Mamá, ¿vamos a hablar? ¿Los has llamado por eso?- ella deja lo que estaba haciendo pero no se gira para mirarme.- Le has dicho que vengan para una comida familiar para decirles al final que ya no hay familia.- empiezo ha hablar en un susurro cargado de frustración.
- No es algo que se pueda decir por teléfono, ¿no te parece?- ahora sí, se da media vuelta y se apoya en la encimera mientras se seca las manos.
- ¿Cuándo pensáis hacerlo? ¿Vais a servirles el postre sobre la demanda de divorcio?- desvío rápidamente la mirada para asegurarme de que nadie más entra en la cocina. Mi madre se incorpora y se acerca a mí evidentemente dolida.
- No existe el momento prefecto para hablar de temas espinosos, y tú lo sabes mejor que nadie.- vaya, ahí estaba. La verdad en esta casa nunca ha sido bien valorada. Preferíamos guardar silencio antes que vernos incómodos, como animales recién enjaulados que confusos se dan cabezazos contra los barrotes.
- Cierto. Otra cosa que aprendí es que no vale la pena esperar.
Salgo de la cocina notando a mi madre pisarme los talones. No sé si es la furia por saber que volvemos a la inestabilidad o que lo inevitable está a punto de suceder. Nada ha cambiado, esperas que suceda como en las películas, que algo ocurre y hace que todos los personajes cambien su criterio, el que han desarrollado desde que nacieron y depende de sus vivencias y carácter, y al día siguiente sean personas completamente distintas que rebosan empatía y comprensión que decidieron no compartir con los suyos hasta entonces por alguna extraña razón. Y una mierda, crean un parche. Crean un parche y lo colocan encima, porque si siguen tratando ese tema se verán a sí mismos y la verdad que les incomoda, así que pasan por alto ese detalle y siguen con sus vidas, quedándose en silencio cada vez que rozamos involuntariamente ese suceso.
- Familia, creo que tenemos un tema pendiente.- los tres se giran para mirarme, y probablemente piensan que es alguna tontería por mi parte, pero cambien el gesto cuando ven a mi madre detrás de mí.
- ¿Va todo bien?- pregunta Pablo desde el sofá.
- ¿Ha ido alguna vez bien?- pregunto dándome la vuelta para mirar a mi madre. Cierra los ojos sintiéndose acorralada por su propia hija.
- Nerea.- escucho la voz de reproche de mi padre, que ya sabe a qué me refiero.
- ¿Qué?
- No estas ayudando.
- ¿Y vuestro silencio sí? No recuerdo la última conversación emocional que tuvimos en esta familia, en la que fuimos sinceros y hablamos más allá de lo superficial. Quiero aprovechar el momento.- veo a Pablo levantarse y colocarse entre nosotros.
- ¿Alguien va a explicarme lo que pasa?- veo a mi madre buscando ayuda en mi padre. El se levanta también. Por un momento había olvidado que Sofía sigue allí, y sinceramente creo que es la única que entiende algo de esto.
- Tu madre y yo hemos pensado que sería bueno darnos un tiempo.- su casi suena como un disculpa anticipada.
- ¿Un tiempo? ¿De qué? ¿A qué...?- sus preguntas chocan entre ellas y se esparcen por la habitación.
- Van a separarse.- digo detrás de él. Pablo se queda quieto un segundo, pero entonces se gira.
- ¿Tú lo sabias?- pregunta entre herido y confuso. Creo que es lo único que ha sacado en claro de la conversación.
- Encontré a papá haciendo las maletas.- veo a mi padre tratando de explicarse, pero Pablo se adelanta.
- ¿Ibas a largarte sin decir nada?- mi madre se da media vuelta ocultando que la situación le supera, pero nos supera a todos.
Noto una mano sobre mi hombro y me giro para ver a Sofia que señala el balcón con la cabeza. Ejerce un poco de presión sobre mi brazo insistente. Dejo que me aleje de la conversación pero sigo sin entender qué pretende.
- Tú ya sabes lo que pasa aquí, ahora es a Pablo a quien deben algunas explicaciones.
Me giro para ver que mi padre trata de convencerlo para que vuelva a sentarse y puedan seguir hablando. Sofía abre la puerta y hace que salga con ella. Desde fuera todavía se pueden escuchar las palabras que a mí me siguen quitando el sueño. La veo a mi lado apoyarse sobre la barandilla, se pasa las manos por la cabeza, quizás tratando de organizar ideas en su cabeza para cuando tenga que hablar con Pablo sobre esto.
- ¿Por qué has hecho eso?- pregunta finalmente.
- ¿Preferías que siguiesen guardando silencio?
- No estaban guardando silencio, nos lo iban a contar. Por eso han llamado, ¿verdad?- coloco ambos brazos sobre la barandilla y apoyo la frente sobre ellos sin molestarme en responder.- No estas siendo justa.- escucho a mi lado.
- ¿Perdona?- digo al incorporarme.
- Esto no es culpa suya, lo están pasando mal y tú te comportas como si lo estuviesen haciendo para hacerte daño.
- Es lo que siempre pasa. Preferimos callarnos los problemas y que se vayan acumulando hasta que pasa esto. Si desde el principio hubiesen hablado las cosas, fuesen abiertos, no se hubiesen encontrado con que son personas completamente distintas a las que se casaron.- digo mirando a través del cristal cómo Pablo por fin se ha sentado y escucha mientras niega con la cabeza.
- Eso es exactamente lo que te pasó a ti, y nadie vino a reclamarte nada después.- ya tuve bastante con mis propios reproches.
- Si no sé cómo decir en voz alta lo que siento es porque es lo que he visto que se hace en esta familia desde que tengo memoria.- la veo cruzarse de brazos, no sé si por el frío o porque ahora mismo le gustaría tirarme del balcón.
- Eso no lo justifica.
- No recuerdo la última vez que mis padres decidieron pasar tiempo como una familia, conocernos.- escucho la puerta detrás de nosotras.
Veo a Pablo con gesto cansado escondido tras furia reprimida.
- Nos vamos, ya hemos terminado aquí.


No los considero malos padres, evidentemente no, pero tampoco creo que sean buenos. Ese papel simplemente les vino grande, no supieron cómo hacerlo y aquí están las consecuencias. Desestructurados de pies a cabeza. No recuerdo que de pequeña dedicasen tiempo a jugar conmigo o simplemente hacer algo en familia fuera de la monotonía. No recuerdo que me enseñaran a montar en bici o a nadar, solo recuerdo ser pésima en natación. Quizás su relación no tenía futuro desde el principio, joder antes las parejas se casaban muy jóvenes, prácticamente sin tiempo para entender con quién lo hacían. Con el tiempo debieron darse cuenta que no había futuro para ellos, pero ya tenían hijos y no encontraban palabras para explicar cómo y cuándo se dieron cuenta de que ya no se querían, no hay una fecha exacta para eso. Después de eso nos limitamos a seguir día tras día, pensando que no merece la pena cambiar nada, porque ya no hay nada que salvar. Dejamos que se hunda y esperamos que haya supervivientes.
Después de eso parecía que todos habíamos olvidado la hora que era y que deberíamos estar comiendo. No me opuse, no es que la situación me hubiese abierto el apetito. No es emoción, es más bien ansia por saber si algo ha cambiado. Esperar que de la nada pueda surgir un nuevo comienzo, que con un poco de suerte sea mejor que el anterior. Quizás es egoísta, pero hace mucho tiempo que dejé de comprender de dónde proviene o lo que eso implica. O puede que simple cobardía que te impide conocer de dónde proviene esa grieta para arreglarla desde dentro. Salí de casa de nuevo, esperando que mis padres aprovecharan el tiempo para hablar y aclarar lo sucedido. O puede que me marchase para hacer como si nada hubiese pasado, intentando evitar no inevitable. Llamé a Hugo esperando que tuviese un momento libre y poder hablar con él. Desde el verano seguíamos en contacto, supongo que no era la única que valoraba tener a alguien ajeno a lo que me sucedía cada día. No perteneciente al mismo grupo de amigos o compañeros de clase. Pasé a recogerlo a su casa después de comer. Decidimos ir a tomar algo a una cafetería cercana para conseguir el café que parece que necesita que le inyecten en vena diariamente. Subió al coche escondido bajo un gorro de lana y guardando las manos dentro de su abrigo. Recordé que ya no era un crío cuando entramos a la cafetería y se quitó un par de capas de ropa, y una mesa ocupada por chicas guardaron un minuto de silencio después de que él pasase por su lado. Me pregunto si cuando salimos tuvo algo que ver con eso o simplemente casualidad de que también resultase ser un buen chico. Nos sentamos cerca de la ventana y Hugo insistió en que pidiese algo para sustituir la falta de comida.
- Bueno, ya esta hecho, ahora solo queda ver qué va a pasar.- dice una vez el camarero nos había tomado nota.
- No sé si es peor.
- ¿Y de qué habéis hablado?- dice tratando de devolver la normalidad a su pelo.
- Nada nuevo, Sofía me sacó de allí antes de que hablasen con mi hermano, supongo que era su turno.- cruzo los brazos sobre la mesa y apoyo la frente sobre esta.- Ha sido un desastre, casi termino discutiendo con Sofía también.
- Nunca es fácil, pero lo peor ha pasado. Va a ser una nueva normalidad, solo necesitas acostumbrarte. Puede que sea mejor.- dice dándome un par de golpecitos en el brazo.
- No es la primera vez que me dicen eso.- extiende las manos como si fuese una señal.
- Entonces no puede estar equivocado. ¿Has hablado con alguien más sobre esto?- pregunta apartándose para dejar sitio al camarero. Deja la taza del café y un trozo de pastel que supuestamente era para él, pero una vez en la mesa lo arrastra hasta dejarlo entre los dos.
- Sí, pero...- Hugo deja el café de lado por un segundo para mirarme.- Vale, fue Natalia.- lo veo que ladea la cabeza.
- Creía que no os hablabais.
- No es así, es que cada vez que hablamos parece que terminamos peor. Prefiero dejar algo de espacio y volver a intentarlo en otro momento. Pero ese día fue sin querer, me vio por los pasillos jodida y se acercó.- cojo la cuchara que descansa sobre el plato mientras él utiliza la del café.
- Bueno, eso significa que no te guarda rencor.- lo veo jugar con el papel del azúcar pensativo.
- ¿Qué?
- ¿Qué esperas que pase? Quiero decir, ¿esperas que podáis ser amigas o quieres algo más?- lo veo hablar no muy seguro de sus palabras, o más bien de si debería hacer esa pregunta. Supongo que hace unos meses me hubiese largado de allí antes de responder, pero supongo que son otros tiempo, en los que se ha ganado mi confianza.
- Sinceramente, nunca entendí por qué se quedó conmigo. Mientras estábamos juntas y después, siempre creí que era demasiado buena para mí.
- ¿Demasiado buena?- dice remarcando las palabras.- ¿De qué hablas?
- Era un drama con piernas, lo sigo siendo.- reconozco.- Ella es una chica estupenda, incluso tenía novia en ese momento y la dejó por mí.- veo a través del cristal la condensación que separa el frío del calor.-  Me enfadé con ella por alejarse, pero luego me di cuenta de que debía tener razón, porque sino, no la hubiese dejado marchar.- Hugo se deja caer sobre el respaldo de la silla y guarda silencio unos segundos.
- Estoy seguro de que estará bien.
Inevitablemente saltaba de drama en drama, que parecían crecer con el tiempo y no desaparecer. Mientras pasaban los minutos decidimos darnos un descanso y hablar de banalidades, como anécdotas del grupo de amigos que compartíamos. Hugo me puso al día sobre algunos de los chicos con los que seguía en contacto. Él me habló sobre un equipo de balonmano infantil que estaba entrenando. Por un momento me hubiese gustado dejarlo solo en la mesa y observar si las chicas de la mesa decidían finalmente acercarse a él, o pretendían seguir mirándome con mala cara hasta que me saliese la úlcera por la que rezaban. Cuando quise darme cuenta prácticamente había olvidado el tema de mi familia, aunque fuese a costa de pésimas bromas sobre las series que veía Hugo.
- Oye, ¿hoy no tienes clase de inglés?- pregunto recordando que me mencionó el horario en otra conversación. Él le echa un vistazo al reloj, pero se piensa lo que va a decir.
- Eh, sí. Pero todavía tengo tiempo.- conozco perfectamente su horario, y también que sería capaz de hace una excepción.
- En serio, estoy bien. Puedes ir, ya has hecho bastante.- digo pidiendo la cuenta.
- ¿Estás segura?- asiento para que no insista.- ¿Vas a ir a casa?- en cuanto llega el camarero le entrego el dinero antes de que Hugo pueda hacer algo al respecto. Cuando vuelvo a mirarlo me hace una mueca no muy satisfecho.
- La verdad es que no tengo muchas ganas.
- Llama a alguna de las chicas, seguro están disponibles para dar una vuelta.- dice mientras recogemos nuestras cosas y salimos de la cafetería.
- Ahora que lo dices, yo ya tenía planes para esta tarde.

@OneShipper

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