LEO.
Aspiro una línea del polvo blanco que yace en la mesa, y cuando empieza a surgir efecto, puedo sentir como mi cuerpo se carga de energía. Al menos la sensación difumina mínimamente el infierno que estoy viviendo. Me tiro nuevamente en la cama y al cerrar mis párpados, su rostro llega a mi mente. Sus ojos, sus labios. De repente se siente como si estos me besaran, es tan real la sensación que me hace reaccionar, y al ver al frente, a quien detallo es a Rebecca. Ella intensifica el beso metiendo su lengua a mi boca y yo correspondo sin ánimo alguno, deseando que se aparte de mí.
—¿Sucede algo? —pregunta cuando rompo el contacto de nuestras bocas.
—No —niego. —Te dije que no vinieras hoy.
—Lo sé —formula. —Pero supongo que ya no puedo estar ni un día sin verte —deja salir montándose a mi regazo. —Ayer la pasamos muy bien —manifiesta desplazando sus manos por debajo de mi camiseta.
—Ahora no —le digo apartándola, para ponerme de pie.
—¿Qué es lo que tienes? —cuestiona poniéndose frente a mí.
—No me pidas explicaciones —le advierto.
—Discúlpame —replica rodando los ojos.
Yo me abstengo de decir otra palabra y salgo de la habitación. Caminando por el pasillo, mi teléfono celular comienza a sonar, por lo que lo saco, y al ver la pantalla, leo el nombre del conductor.
—¿Qué pasa? —digo al contestar la llamada.
—Señor, la señorita Marianne me pidió que me comunicara con usted —replica.
Marianne, ni siquiera la recordaba luego de que no vino a dormir aquí anoche.
—Si lo que necesita es gastar más dinero de mi tarjeta, dile que al menos se encargue de no dejarla en cero —suelto a punto de colgar.
—No señor, no es eso —manifiesta. —La señorita, está en el hospital.
—¿Qué? —cuestiono con desconcierto.
—Ella, creo que está a punto de dar a luz, señor —deja salir.
Mi boca se entreabre por la perplejidad que me provoca lo que acabo de oír. Mi vista se pierde, y soy incapaz de pensar en algo coherente.
—¿En qué hospital se encuentran? —pregunto cuando vuelvo a reaccionar.
—En el hospital privado de la ciudad —me hace saber, a lo que yo de inmediato cuelgo, yendo en busca de las llaves de mi auto.
—Joder —formulo comenzando a sentir una gran desesperación.
Cuando entro al cuarto y tomo las llaves, me dirijo casi corriendo hacia el elevador. Siento mi frecuencia cardiaca acelerada, y mis manos comienzan a sudar de los nervios.
—Leo ¿A dónde vas? —oigo a Rebecca preguntarme cuando estoy a punto de entrar al elevador.
—Mi hija va a nacer —es todo lo que digo.
—Iré contigo —expresa ingresando al ascensor conmigo.
Llevo tanta prisa y estoy comenzando a sentir tanta ansiedad que ni siquiera me molesto en negarme a su compañía.
Cuando llegamos al estacionamiento, yo camino a toda prisa hasta llegar a mi coche. Al abrirlo, mi asistente ingresa en el asiento de copiloto al mismo tiempo que yo, y sin más enciendo el motor para ponerme en marcha. A esta hora el tráfico está en su punto máximo, y me comienzo a desesperar cuando quedamos atascados en una gran fila de autos. Mierda, pienso dándole un golpe al volante.

ESTÁS LEYENDO
MÁS MÍA QUE SUYA
Roman pour AdolescentsGianna ha pasado los meses más difíciles desde su ruptura con el que fue el amor de su vida. Ella atraviesa una nueva etapa e intenta encontrarse a sí misma de nuevo. Cada vez queda menos de la chica sensible que conocimos en un principio, y va abri...