CAPÍTULO LX

12.3K 779 273
                                    

GIANNA.

Soy incapaz de pensar algo coherente luego de las palabras que Leo ha soltado hace unos segundos. Mi corazón late desmedido, y busco arduamente un atisbo de broma en su rostro que me diga que esto no es cierto. Sin embargo, eso no sucede. Se mantiene serio y expectante por una respuesta.

Me he quedado sin habla y estoy paralizada. No puedo creerlo. Internamente estoy en shock intentando procesar su petición una y otra vez. Jamás pensé que me pediría esto, mucho menos que lo hiciera en este momento.

—¿Estás jugando conmigo no es así? —por fin soy capaz de decir.

—No bromearía con algo que tú quieres hace tiempo —contesta con la misma seriedad.

Pero contrario a lo que se crea me puede producir esa respuesta, la realidad es que me desilusiona escucharlo.

—¿Me pides que me case contigo solo porque crees que es lo que yo quiero? —cuestiono apartándolo de mí, para poder recomponerme.

—Sí.

—No —dejo salir.

—¿Qué? —suelta observándome confundido.

—Lo que oíste.

—¿Qué significa ese "no"?

—No me casaré contigo —contesto.

Me está pidiendo matrimonio sólo porque cree que es lo que yo quiero, no porque realmente él desee casarse conmigo. Se está viendo obligado a hacerlo.

—¿¡Por qué!? —exclama. –Es lo que siempre has querido ¿o me equivoco?

—Sí, lo que yo he querido, pero ¿y tú? —digo poniéndome de pie mirándolo fijamente.

Como lo suponía él se ve envuelto en un silencio muy ruidoso para mí. Lo sabía.

Me dispongo a salir de la habitación luego de eso, sin embargo, Leo me retiene del brazo antes de que consiga dar un paso. Luego me coloca en medio de sus piernas y debido a la forma en la que estamos noto como su mirada recae en mi vientre.

Este acto me hace sentir incómoda al recordar el secreto que aún no le he dicho. No tiene ni idea de que perdí a nuestro bebé, y como me ha afectado esto a lo largo del tiempo.

—Amor ¿por qué lloras? —lo escucho preguntar y es ahí cuando me doy cuenta de las lágrimas que descienden por mis mejillas.

Es inevitable. No puedo pensar en mi hijo sin que un nudo se me forme en la garganta y los ojos se me llenen de lágrimas.

—Bebé.

—Tuve un aborto —suelto sin más haciendo un esfuerzo sobrehumano por no quebrarme.

Mi mirada se encuentra gacha así que no puedo observar la expresión en su rostro al soltar esta confesión.

—Yo... —trato de decir en medio del llanto. —Yo no sabía que estaba embarazada, nunca sentí nada, y... me sentía tan mal que no podía pensar en nada más que no fueras tú en ese entonces. Estaba sola con mi agonía y eso repercutió en mi bebé, yo no lo cuidé, fue mi... —quiero terminar de decir, pero no puedo porque ahí mismo me quiebro perdiendo todas mis fuerzas.

No obstante, soy sujetada por ese hombre que no dice nada, pero me mantiene en su regazo aferrada a él, envolviéndome en el más puro, cálido y sincero abrazo que alguna vez nos hayamos brindado. Yo no dejo llorar sobresaltada por todos los sentimientos que me invaden. Es tanto dolor contenido que por fin ha sido liberado.

Por fin soy capaz de soltar todo lo que siento. Y lo mejor de todo esto es que por fin siento que tengo mi soporte a mi lado. Él, es Leo el hombre que simplemente me escucha y deja que me desahogue. Que con su abrazo me hace sentir protegida, percibiendo que realmente lo tengo aquí, no sólo físicamente, si no más allá. Con nuestros corazones y almas conectadas, apaciguando el dolor del otro.

MÁS MÍA QUE SUYADonde viven las historias. Descúbrelo ahora