CAPÍTULO XLIX

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No dormí en toda la noche luego de las palabras de Paul en la llamada de ayer. Mi corazón retumbó al oírlo decir que tenía algo que contarme sobre Leo, y la ansiedad por saber que es no me ha dejado tranquila en todo el día. Me desperté temprano para ir a trabajar, y ahora que ya he terminado mi jornada laboral, he tomado un Uber para ir rumbo a la disquera en donde Paul me pidió que nos reuniéramos.

Aproximadamente veinte minutos después de haber abordado el Uber, este me deja en mi sitio de destino, y luego de pagar bajo del automóvil. Percibo como un revoltijo se forma en mi estómago, y una sensación horrible me invade al estar nuevamente aquí. No había pisado este lugar en estos dos años. Solo me trae recuerdos suyos, y memorias de algo que no he podido sobrellevar.

Sin embargo, después de tomar una gran bocanada de aire, me adentro a la disquera en dirección hacia la oficina de Paul. Cuando estoy ahí, doy leves toques en la puerta, y paso adelante cuando él me lo indica. En el momento en que lo logro visualizar, mis ojos de inmediato se acumulan de lágrimas, y camino a toda prisa en su dirección al observarlo extender sus brazos para recibirme. Al acercarme él me envuelve en un cálido abrazo que me reconforta mientras mis lágrimas caen en su camiseta. No sé si existe una persona que pueda comprender lo que siento mejor que él. Tanto Paul como yo, fuimos de las personas más presentes en la vida de Leo, y los que más nos preocupamos por su bienestar.

—Discúlpame, Paul —digo luego de un rato intentando recomponerme.

—No tienes por qué disculparte, en mí también tienes un amigo al que puedes recurrir, Gianna.

—Lo sé, es solo que estar aquí... —voy a decir, pero cuando detallo uno de los discos de platino de Leo colgado en la pared de su oficina, un nudo se forma en mi garganta.

—Te traeré un vaso con agua —manifiesta Paul al ver mi situación, y pronto se encamina al filtro que tiene en la oficina, para llenar un vaso de cristal y traérmelo. —Tómala, te hará bien —expresa.

—Gracias —replico tomando asiento, antes de tomar el líquido que refresca mi garganta.

—¿Mejor? —cuestiona cuando dejo el vaso en la mesa, y yo asiento. —No quiero sonar indiscreto, pero te veo más delgada que de costumbre.

—Ahh... estuve algo enferma, pero me estoy recuperando —contesto para evadir el tema.

—Si necesitas cualquier tipo de ayuda, sabes que puedes contar conmigo.

—La única ayuda que ahora me podría servir es que por fin alguien me diga algo sobre él —manifiesto.

—Gianna.

—Paul ¿hasta cuándo? —cuestiono seria. —Hasta cuándo terminarán con esta incertidumbre que está acabando poco a poco conmigo —le recrimino. —Si está muerto díganmelo, si es que huyó y no quiere saber más de mí, también. Lo preferiría en lugar de que sigan siendo tan crueles ocultándome la verdad.

—Linda, antes de cualquier cosa que yo pueda decirte, es importante que leas esto —expresa tendiéndome un sobre blanco el cual yo observo extrañada.

—¿Qué es eso? —pregunto.

—Tómalo —me pide, y siendo muy meticulosa cojo el sobre de sus manos.

Paul me hace un gesto para que lo abra, y obedeciéndolo lo hago, sacando de ahí una hoja de papel que se encuentra perfectamente doblada.

Mi ceño se frunce al estirar el papel y leer como título la oración: "Traspaso de propiedad".

¿Qué?

Sigo leyendo sin entender de qué se trata esto hasta que su nombre se detalla en el papel y mi corazón retumba en mi pecho:

MÁS MÍA QUE SUYADonde viven las historias. Descúbrelo ahora