CAPÍTULO LXVII

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LEO.

Esa maldita loca. Maldigo el puto día en el que se cruzó en mi camino. No puedo creer que ella haya sido la persona que se escabulló en la casa. Todo el tiempo fue ella.

Es imposible que no me sienta culpable ante esta situación. Sé que es por mí que la desquiciada de Rebecca lo hizo, y sólo de pensar que le pudo haber sucedido algo a Gianna por la estupidez que cometí al involucrarme con esa mujer me enferma.

Ni siquiera debí haber accedido a su llamado en primer lugar.

—Que imbécil soy carajo.

—Señor ¿a dónde lo llevo? —pregunta el chófer.

—A casa.

Tengo que decirle a Gianna lo que sucedió antes de que por algún motivo ella se entere por su propia cuenta o alguien se lo diga.

Estoy jodidamente molesto, conmigo por estúpido y con la loca de Rebecca. Y no puedo imaginar cómo estará Gianna cuando se lo diga. No me extrañaría si intenta echarme a patadas de la habitación.

Cuando llegamos a la casa juro que el corazón me late a mil por hora. Observo mis manos y estas no dejan de temblar, ya sea por la ansiedad o incertidumbre de la reacción que tendrá la mujer que está adentro.

Caminando hacia la entrada, me percato de la camioneta desconocida que ahí está y supongo que es de su amiga quien me pidió la dirección para visitarla.

Al abrir la puerta que da cara a la sala principal, la mirada de tres figuras se posa sobre mí, la mujer de cabello rubio, Gianna, y el hijo de puta que no tengo idea de lo que hace en mi casa, pero ni siquiera tengo chance de cuestionar su presencia ya que, sin siquiera esperarlo, siento el impacto de una palma en mi rostro que me produce un hormigueo y ardor insoportable en la piel.

—Carajo —suelto quejándome por el dolor en mi mejilla.

Al bajar la mirada veo a mi mujer, con el ceño fruncido, su rostro rojo de la ira y sus ojos llorosos.

No puede ser.

—¿¡Cómo carajos te atreves a venir a mi casa infeliz!? ¿¡Por qué no te quedaste con tu zorra cabello de Chucky!?

Maldición.

—Puedo explicarlo —intento decir.

—¿Qué me vas a explicar, ¿eh? —suelta dándome un golpe empujón que apenas me desequilibra. —¿Qué decidiste irte sólo después de que esa mujerzuela te llamara? —manifiesta alterada. —¡Eres un hijo de puta descarado!

—Está vez te prometo que no es lo que estás pensando, Gianna.

—No, no tengo que pensar nada porque lo vi —manifiesta mostrándome su celular en donde se encuentra una foto de esa perra besándome hace unos minutos. —¡Atrévete a decirme que es mentira!

No me importe que suene mal, pero prometo que en este momento quiero deshacerme de Rebecca. Que se esfume y se la trague la puta tierra.

—No te lo estoy negando, sólo quiero que me escuches, esa maldita imagen no dice nada —espeto.

—Una imagen vale más que mil palabras.

—Amor.

—¡No me digas "amor"! Porque no reflejas el puto amor que dices tener por mí cada vez que haces una mierda de estas.

—Escúchame, por favor —digo casi en suplica. —Ella me llamó, me dijo que tenía información acerca de la persona que había entrado a la casa. Es por eso que fui. Debí haber sabido que era una puta trampa.

MÁS MÍA QUE SUYADonde viven las historias. Descúbrelo ahora