Hechizo 9

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El timbre del teléfono lo despertó, peleó para abrir los ojos ante el intenso brillo solar que entraba a través de las ventanas. Aún adormecido, tomó el teléfono, apretó el botón de contestar y lo pegó a su oreja. El grito de su jefe lo hizo brincar de la cama, al mismo tiempo que abría los ojos con dificultad.

— ¡Carajo Bright! Los modelos están aquí hace una puta hora ¡¿Dónde estás?!

Bright levantó la mirada hacia el reloj y grande fue su sorpresa al ver que éste marcaba las once y trece minutos de la mañana. Mierda, mierda, mierda.

— Ya estoy en camino, es que....

— Si no apareces en treinta minutos, juro que te voy a hacer pagar la maldita campaña entera. ¡Treinta minutos!

Tiró el teléfono a la cama, y corrió al baño, se duchó tan rápido como le fue posible. Con brusquedad se secó y un pequeño quejido salió de su garganta cuando la toalla pasó por su cuello. No le prestó mayor atención y se vistió con lo primero que encontró.

Camino al trabajo, en el metro, ya que había preferido dejar su auto por miedo a verse atrapado en el tráfico, sacó su celular del bolsillo y lo revisó. Sonrío tierno al ver la cantidad de mensajes y llamadas perdidas de Pete esa mañana.

Guardó el teléfono y se recostó en el asiento. De pronto se sintió observado por una muchacha de unos veinte años. Al verla notó que ella no le observaba el rostro sino el cuello. Al ser descubierta, le sonrió con picardía antes de quitar su mirada. Entonces tanteó con los dedos la zona que ella estaba mirando, y un pequeño ardor y una sensación extraña en la piel, lo asaltó. ¿Me habrá picado algo?, pensó.

Veinte minutos después, bajó en la estación cerca a su trabajo, caminó tan rápido como pudo y llegó al edificio a las once y cincuenta minutos. Se había pasado los treinta minutos, pero ya era hombre muerto de todas formas, así que unos minutos más no le importaban mucho. Su preocupación no era por la llamada de atención del jefe sino porque había dejado personas esperando. Nunca había hecho esperar a nadie en su trabajo, así que se sentía realmente afligido.

Cuando llegó el jefe lo llamó a su oficina y luego de una llamada de atención que se asemejó más a una extensa diatriba sobre la juventud de hoy en día, supo que se había cancelado la sesión fotográfica y que tendría que hacerla el viernes por la noche.

Al salir de la oficina del jefe, notó un par de miradas curiosas, así que sin esperar más fue al sanitario. Al observarse, terrible fue descubrir la razón de las miradas; una zona de la piel de su cuello estaba irritada, de color rojizo y alrededor pequeños cardinales se dejaban ver. Sorprendido y extrañado, se miró en el espejo por largo rato, tratando de recordar donde pudo haberse hecho eso. De pronto, como si la causa hubiera aparecido, de repente, en su cabeza, se quedó estupefacto.

Imposible — pronunció frente al espejo, sosteniéndose el cuello, completamente fuera de sí —. Fue un sueño, esto no puede...

.

.

— Bright, cuéntamelo todo —exigió Pete, sentado junto a él en la pequeña mesa del comedor—. Tienes a la recepcionista, la secretaria de Ploy, y al muchacho de los cafés, llorando en la oficina, dime, ¿Qué pasó?

— [...]

— ¿Fue el tipo del bar? ¿Regresaste después de que te dejé en tu casa?

— [...]

— Bright, habla. Puedes confiar en mí, sabes que soy una tumba.

— [...]

— Bright, por favor. Me preocupas, ¿lo has hecho por despecho? Yo sé que lo de tu vecino es difícil pero no es para que vayas y lo hagas con quien sea.

Sortilegio #Brightwin #SarawatTineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora