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Volvimos a casa. Esta vez, conducía papá. Estuve todo el camino oyendo su discurso sobre tener más cuidado, aprender a frenar y que casi se infarta por mi culpa.

En mi defensa, él fue quien se cruzó en mi camino.

—¡Hola! ¿Cómo les fue? —preguntó mamá alegremente desde el sofá—

—Nunca más —pronunció papá esfumándose por las escaleras, el muy dramático seguía en estado de shock. Me encogí de hombros—

—No estuvo tan maaal —alargué, sentándome a su lado— Un sujeto se cruzó mientras yo conducía, pero logré frenar en el momento justo... Una persona que no sabría conducir no podría haberlo hecho —añadí, subiendo y bajando mis cejas. Mamá rió—

Observé la televisión lo que estaba viendo mamá. Era Animal Planet, programa donde comenzaron a enseñar unos peces. Abrí mis ojos como platos y le arrebaté el control remoto, cambiando de canal. Esta vez, con los ojos cerrados para no ver.

Desde que tengo uso de razón, le tengo fobia a los peces. Esta es llamada Ictiofobia. Yo no lo recuerdo muy bien, pero según mamá, de pequeña dejé sin aire a un pez por querer sacarlo a pasear. El pobre falleció en mis manos y el trauma ha quedado para toda la vida.

—Iré a mi cuarto.

Al día siguiente, tomé el bus para llegar al instituto. Me senté junto al adormilado Patrick.

—Ojos bonitos —pronunció con voz ronca mientras estiraba sus brazos—

—Ojos marrones —respondí, ganándome un empujoncito de su parte— Apestas a cigarrillo.

—Fumé de camino a la parada.

Negué con la cabeza.

—Eso te hace mal —regañé— No deberías hacerlo.

Patrick se encogió de hombros. Continuamos hablando de otras cosas como el examen de biología y demás. Al llegar, me dirigí a mi casillero para tomar algunos libros.

En la lejanía logré divisar a Alexander McRay. Caminé en su dirección a paso firme. Al frenar tan de repente frente a él, tropecé con mi propio pie y casi caigo contra él, pero logró estabilizar mi cuerpo con sus manos en mis hombros.

—Aléjate de mi, asesina —espetó, inexpresivo como la vez que golpeé su pecho con el balón—

—Vine a disculparme —aclaré— Juro que esta vez no haré nada para lastimarte.

—Disculpas aceptadas, ahora vete —Alex dió la media vuelta e intentó marcharse, pero me interpuse en su camino para detenerlo— ¿Qué?

—Todavía no me disculpé —espeté, caminando hacia atrás para poder mirar al chico que no detuvo el paso—

—Solo fue un golpe.

Alex me tomó por los hombros y me corrió hacia un costado, como si yo fuese una muñeca. Luego, continuó con su camino. Lo seguí detrás.

Es que... ¡Tanta seriedad me volvía loca! ¿Le caeré mal o el golpe le habrá afectado en algo?

—Ya deja de seguirme —musitó, sin ni siquiera voltear a verme—

—¿Por qué?

No respondió. Simplemente abrió la puerta del salón de química y entró. En el momento en que iba a hacerlo yo, cerró la puerta en mi cara.

¡Pero que descortés!

Entré al salón por mi cuenta y tomé asiento en mi lugar. A un costado, dos bancos más adelante, se situaba el inexpresivo Alex. El timbre aún no sonaba, por lo que no había mucha gente en el salón.

La melodía perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora