ALEX
Cargar a Jane en brazos era como cargar a una pluma o un pedazo de algodón. Esa chica debía comer más, ¿cómo podía ser que sea tan ligera de sostener?
La saqué de la playa. ¿Para qué mierda le dije que observe al maldito pez? Ahora me sentía como el príncipe Eric cargando a ese pescado de cabello rojizo, ver películas infantiles con mi prima comenzaba a afectar mi cerebro.
Para mi suerte el sol ya había salido, lo que indicaba que al salir a la calle habrían taxis para tomar... no pensaba cargar a la chismosa en brazos todo el camino.
Le indiqué la dirección al conductor. No recordaba el lugar donde Jane vivía, entonces debí guiarlo hasta mi propia casa.
Sabía que llevar a Jane allí significaba tener que soportar miles de preguntas sobre fotografías familiares, decoraciones del lugar y cosas de mi habitación. Conociéndola, me cuestionaría hasta el porqué del color de las paredes.
Oí un jadeo. Volteé a ver al loro durmiente con su cabeza recostada sobre mi hombro. Estaba despertando, enseguida pegó un salto alarmada.
—¿Me estás secuestrando?
Es que cuando creía que esa chica no podría ser más torpe, abría su boca y decía algo que me hacía equivocar.
—No, boba —negué— Te desmayaste y ahora te estoy llevando a mi casa, siéntete afortunada.
—Entonces... ¿Me estás secuestrando?
Rodé los ojos. Tratar con Jane requería de mucha paciencia. Su personalidad era algo similar a la de Diana, por lo que estaba acostumbrado.
—No sería tan tonto de secuestrar a una parlanchina como tú —ataqué— ¿Por qué no le das tu calle al conductor para que te deje allí?
—¿Por qué? —entrecerró sus ojos— ¿No quieres estar conmigo?
Como dije, requería de mucha paciencia. Ya comenzaba a preocuparme porque el golpe la haya hecho más torpe de lo que ya estaba.
—Yo nunca... —suspiré— Olvídalo.
Finalmente llegamos a mi hogar. En cuanto abrí la puerta y entramos al comedor, los ojos de Jane se iluminaron. La observaba mientras ella miraba cada rincón, realmente era una curiosa.
—¿Tienes hermanos? —preguntó, acercándose a un retrato en la pared. Antes de que pueda llegar a verlo, desvió la mirada hacia otro— ¡Ooh! ¿Eres tú de pequeño? —asentí con la cabeza— Te veías tierno... ¿qué te pasó?
—Ya deja esas fotos —renegué, tomándola del brazo y guiándola hacia mi habitación— Toma asiento —señalé con la cabeza mi cama y cerré la puerta para que papá no moleste al despertar.
—¿Ya quieres llevarme a la cama? Pervertido —acusó— ¡Oh por Dios! ¡Tienes una guitarra! Lo había olvidado por completo, a ti te gusta la música... Vaya... ¡Tócame algo!
—Quien es la pervertida ahora —bromeé. Jane entrecerró los ojos.
—Toca una canción con la guitarra, malpensado —aclaró y negué con la cabeza— ¡Anda! ¡Porfis! —Jane juntó sus manos en modo de súplica y sobresalió su labio inferior, parecía una bruja con aquella expresión y su cabello sin peinar. Reí— ¿Te estás riendo de mi? ¡No me mires! —cubrió su rostro con las manos—
Era realmente sorprendente su habilidad para cambiar de tema tantas veces y sin obtener respuesta alguna por mi parte. Agotador, pero admirable.
—¿Quieres que te preste ropa? —ofrecí. Odiaba ver como la arena que llevaba en el cuerpo era esparcida por las sábanas de mi cama.
—No me vestiré delante tuyo, eh —advirtió. Tomé del armario una remera y me acerqué a Jane. Esta estiró su brazo para tomarla, pero en vez de eso la lancé golpeando justo en su rostro. Comencé a reír mientras ella hacía una mueca— Grosero.
Me di la vuelta para que Jane se cambie de ropa. Esperé hasta que lo haya hecho para volver a girarme.
—¿Cómo me veo? —preguntó dando una vuelta en el lugar.
—Bonita —respondí, causando que sus mejillas se tornaran de un leve color rojizo. Me gustaba verla enrojecer, en parte la mayoría de mis comentarios eran para verla de esa manera tan tierna. Sin embargo no mentía, aquella remera lucía mejor en ella que en mí—
—¿Tu no tienes novia? —preguntó. Fruncí el ceño y negué con la cabeza— ¿Y quién era la chica de la heladería?
Hice memoria en mi cabeza. Se refería a Sofía, la chica con la que me encontró aquella vez.
—Eso no te importa.
—¿Es tu hermana? —insistió—
—No.
—¿Tu prima?
—Ya deja de preguntar —ordené en un tono cansador. Aquello no era algo de lo que me gustaba hablar—
—Lo haré si tocas una canción para mi —sonrió con inocencia. La muy insistente no iba a parar hasta lograr su cometido—
Suspiré.
—Bien, pero solo si dejas de hacer preguntas sobre mi vida —demandé, tomando la guitarra y sentándome a su lado en la cama—
—Lo prometo —chilló—
Tardé unos segundos en afinar la guitarra. Luego, cuando ya estaba listo, comencé a tocar las cuerdas con la primera canción que se pasó por mi mente.
Jane soltó otro chillido de la emoción. Por un momento temí que volviera a desmayarse, pero no lo hizo. Observé un segundo sus ojos, estaban brillando. Parecía una niña pequeña.
—¡Es mi canción favorita!
Era de esperarse que a una chica tan cantarina como Jane le guste Coldplay. Tal parece que su canción favorita era The Scientist, y yo lo estaba tocando para ella.
—¿Cómo puede ser que a ti te salga tan bien y yo no pueda hacer si quiera la primera nota musical? —bufó cuando terminé, cruzando sus brazos y manifestando su enojo— ¿Hace cuánto que tocas la guitarra?
—Una persona solía enseñarme.
—¿Quién? ¿Una chica? —cuestionó.
—Acordamos que tocaba para ti si tú no hacías más preguntas.
—¡Anda, solo una más! —pidió— ¡Moriré de la intriga si no me contestas! ¿Tu quieres eso, eh?
—No vas a morir por ser una preguntona.
—¿Quién sabe? ¡Anda, dime!
—Si, una chica.
—¿Y de quié...? —se calló. Por primera vez, Jane había entendido que no era un tema del cual quería hablar y decidió no cuestionar nada más al respecto.
Recordarla era algo que me volvía loco. Recordar su aroma, su cabello, la sensación de acariciar su rostro, sus rosados labios...
Pero fue algo que pasó hace mucho tiempo. Salir adelante era complicado, pero en algún momento debía superarlo. Lamentablemente no podía regresar el tiempo atrás, ni tampoco volver a verla.
—Alex —La voz firme de Jane me había quitado de mi trance. La observé esperando a que hable— Estas llorando.
Llevé mis dedos a uno de mis ojos para quitar una de las lágrimas que amenazaban por salir. No lo había notado.
Y fue aún más grande la sorpresa cuando Jane se acercó a mí y rodeó mi cuello con lentitud.
Me estaba abrazando.
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La melodía perfecta
RomanceFamilia, amor, música, helado. Esas son las cuatro palabras que encajarían a la perfección con la vida de Jane Harrison. Ama tocar todo tipo de instrumento y cantar, ama el amor, la familia y el helado de chocolate. Odia las peleas, los problemas fa...