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Cuando la última hora de clases acabó, observé como todos mis compañeros de clase se marchaban excepto yo. Era viernes, lo que significaba limpiar el salón de matemáticas a causa del sueño y mi bocota.

Patrick desordenó mi cabello antes de situarse a mi lado.

—Puedo quedarme a ayudarte si quieres.

Por más que quisiera aceptar su propuesta, el castigo era mío. No iba a arruinarle un viernes por la tarde a un amigo por culpa mía.

—No te preocupes, gracias.

Patrick me regaló una última sonrisa antes de irse. Salí junto a él pero me desvié en la puerta del conserje. Este me entregó algunos artículos de limpieza y volví al salón de matemática. Para mi sorpresa, no estaba sola.

—¿Qué haces aquí? —pregunté. Alex se giró a verme por un segundo y volvió a su celular—

—No eres la única a la que castigaron.

—¿Te metiste en problemas? —indagué. Este solo se encogió de hombros—

Resoplé y tomé un trapo para limpiar los bancos. Ignoré la parte de abajo, no iba a quitar los asquerosos chicles pegados de los otros estudiantes.

—¿No vas a limpiar? —pregunté. Alex estaba sentado sobre el escritorio del profesor con su celular y audífonos. Siquiera se inmutó. Entonces, aclaré mi garganta y volví a preguntar, esta vez más fuerte— ¿No vas a limpiar?

—¿Dijiste algo?

—Que si vas a limpiar —espeté, dejando el trapo a un costado y acercarme a Alex para quitarle el audífono a una de sus orejas—

Este alzó las cejas y me observó de arriba abajo. Luego, me quitó el audífono de las manos.

—Prefiero no hacerlo.

—¿Y tu castigo? —pregunté. Se encogió de hombros—

—No me gusta ensuciarme.

—¿Y me dejarás sola haciendo todo?

—Si —contestó directo mientras volvía a colocarse el audífono—

Respiré profundo y volví a acercarme a los productos de limpieza. De allí, tomé el pote de jabón líquido y caminé sigilosamente hasta llegar detrás del inexpresivo. Sonreí maliciosamente antes de dejar caer un poco del líquido sobre su desprolijo cabello.

—Ups, se me cayó.

Alex se quitó los audífonos y lo dejó a un lado junto a su celular. Dirigió su vista hacia mi, más enojado que inexpresivo.

—Eres una...

Se calló la boca, sin decir nada más. Me quitó el pote de las manos y lo vació por completo sobre mi. Abrí la boca en una O, espantada.

—¡Alex! —exclamé—

—Alexander McRay para ti —contestó indiferente—

—Muy bien, McTonto —burlé, ganando una mala mirada de su parte— ¿Ahora vas a ayudar con la limpieza?

Una sonrisa ladeada casi inexistente se plantó sobre sus labios.

—No.

Y volvió a su celular. Bufé, supongo que tendría que hacer todo yo.

Barrí el suelo lleno de mugre, la cual tiré en el cesto de la basura. Luego, pegué mi cabeza a uno de los bancos y comencé a moverme: Ya no quedaba jabón, pues la mitad estaba sobre mi y no iba a desperdiciarlo.

Oí una risilla por parte del inexpresivo, seguido de un:

—¿Siempre eres así de torpe?

Abrí los ojos por la sorpresa, sin poder creer que Alex había comenzado una conversación. Por primera vez mi torpeza había servido para algo.

La melodía perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora