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—¿Qué haces en casa un sábado, Jane? —cuestionó papá desde el sofá al verme bajar las escaleras— Yo a tu edad salía todas las noches, iba de fiesta en fiesta... Veo que sacaste el lado aburrido de tu madre.

—¡Nate! —lo regañó esta. Reí— Esta bien si no quieres salir, osito. Agradezco que no seas un ebrio como tu padre.

Estaban de buen humor. Era mi momento.

—Oigan, hay algo que debo decirles.

—¿Estas embarazada? —preguntó papá—

—No, es peor... para ustedes —respondí. Mis padres intercambiaron miradas, entonces tomé asiento en el sofá para hablarles mejor— Digamos que yo... Tomé del celular de mamá el número de la abuela y...

—Oh, oh —pronunció papá antes de que pueda terminar. Mamá estaba roja como un tomate, no me sorprendería si se levantaba del sofá para ahorcarme hasta dejar mis pulmones sin aire— Eso no suena bien.

—Los invité a cenar —concluí, sonriendo tímidamente. A papá no pareció importarle mucho, a diferencia de mamá que parecía estar a punto estallar— ¡Antes de que me regañen, son mis abuelos y tengo derecho a verlos! ¿O es que a ustedes les gustaría que les prohíba a mis futuros hijos ver a sus abuelos, o sea, ustedes? ¡¿Ah?!

Ya lo he explicado antes: Mis padres tuvieron una relación complicada con mis abuelos maternos. Ellos no apoyaron a mamá cuando se embarazó de mi, puesto que apenas cumplía sus dieciocho años y bla bla bla. Ella siempre se ocupó de recordármelo cada vez que pedía verlos, pero yo los entiendo... No debió haber sido nada fácil cuidar de tu única hija y enterarte que será madre adolescente.

Me crucé de brazos y alcé una ceja. Papá suspiro.

—Nuestra pequeña tiene razón —asintió, causándole una mirada desaprobatoria de parte de mi madre— A mi me gustaría conocer a mis nietos... ¡Pero no ahora! —se apresuró a aclarar, señalándome con su dedo índice—

—Vamos, ma... Una cena con la abuela no es el fin del mundo —animé— Prometo que si te comportas bien e intentas arreglar las cosas lavaré los platos por una semana, ordenaré mi cuarto y sacaré buenas notas —enumeré con mis dedos— Y si no aceptas, me convertiré en una rapera.

—¡Esa es mi hija! —rió papá, ganando otra mala mirada—

—Esta bien —bufó— ¿Cuándo será esa cena?

Una risilla nerviosa escapó de mis labios.

—H-hoy —respondí, intentando dar una de mis mejores sonrisas—

Esa misma noche, nos encontrábamos los tres en la cocina. Mamá cocinaba la cena temiendo que a mi abuela no le guste. Papá ensayaba lo que le diría al abuelo si hacía algún comentario en forma de regaño sobre cómo embarazó a su "hijita" en la adolescencia. Mientras tanto, yo tarareaba una canción de Coldplay para calmar mis nervios. Había un 20% de probabilidades de que todo salga bien hoy, el otro 80% era puro caos y desesperación... Ya podía imaginarme durmiendo afuera con el perro del vecino.

El timbre sonó, poniéndonos alerta a todos.

—Yo no voy —se apresuró a decir mamá—

Caminé hasta la puerta, arreglé mi vestido y abrí la puerta, encontrando a mis abuelos bien vestidos y sonrientes, el abuelo cargaba una botella de vino. Una gran sonrisa se dibujó en mi rostro, no contuve la emoción y salté a abrazarlos.

—¡Hola, abuelos! Soy Jane. ¿Me reconocieron? ¡Su nieta! —divagué gracias a los nervios—

—¿Cómo no hacerlo, pequeña? —sonrió Rachael, la abuela—

La melodía perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora