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NARRADOR OMNISCIENTE

Ver a Alexander tan vulnerable era algo totalmente nuevo y desgarrante para Jane. Lo sentía raro, jamás pasó por su mente que el inexpresivo tenía sus propios problemas y no era tan frío como ella pensaba.

Jane nunca fue buena para consolar, pero si para abrazar. Entonces no dudó un solo segundo en aferrarse a él y estrechar sus brazos con los de ella. El chico enseguida escondió su cabeza en el hueco entre su hombro y la cabeza.

—Tranquilo, ya va a pasar —intentó consolar la castaña. La verdad es que no sabía el porqué de su llanto, solo que estaba relacionado a chica, o eso creía. Era complicado reconfortar a alguien sin saber el motivo—

Alex se separó tan solo unos centímetros de ella, quien debió alzar su cabeza para observarlo. Podía sentir su entrecortada respiración chocar contra su frente.

—Puedes desahogarte conmigo si quieres —le dijo—

—No. Mejor vamos a dormir, estoy cansado.

—Guardar las cosas para uno solo no es sano. ¿Lo sabes, no?

—Harrison, enserio no quiero hablar de eso.

Jane suspiró y asintió rendida con la cabeza. Alex y ella no eran amigos, no podía forzarlo a desquitarse solo por sorprenderlo en ese estado de debilidad. No le correspondía.

Alex agradeció para sus adentros que la parlanchina haya aceptado su decisión y no haya querido volver a tocar el tema.

Se recostó en la cama, él creía firmemente que por invitar a Jane a dormir no quería decir que vaya a hacerse el caballeroso y dormir en el suelo o el sofá. No, señor. Alex iba a dormir en la cama junto a ella, y si le molestaba que ella sacrifique su espalda al dormir en el suelo.

—Descansa —murmuró Jane al acostarse a su lado. Estaba de espaldas a él—

—Igual tú—respondió, tan crudo como siempre.

Los minutos comenzaban a pasar. Alex intentaba contener sus lágrimas y dejar aquel insomnio para poder dormirse, pero le era imposible. Ella ya se había adueñado de sus pensamientos. A diferencia de él, Jane no tardaría más de cinco segundos en comenzar a roncar como una morsa.

Alex observó sus fracciones. Lamentaba que Jane tenga los ojos cerrados y no pueda apreciar el azulado de sus ojos. Sin embargo, pudo observar sus carnosos y rosados labios, de los cuales salían tantas incoherencias cuando se abrían.

Alex no podía comprender cómo era posible que luzca tan tranquila y relajada, sabiendo que cuando estaba despierta era molesta como un grano en el culo. No obstante, él había comenzado a acostumbrarse a su presencia y sus locas ocurrencias. En cierta forma le veía una similitud con Diana, pero no era ella y debía aceptarlo.

Al principio Alex intentaba no prestarle atención a Jane y sus intentos por acercarse. No estaba listo para encariñarse con otra persona aún, no había sanado lo suficiente. Pero cuando la parlanchina se puso en su camino con su torpeza y cuestionarios que tanto la caracterizaban, no pudo hacer más que aceptarla. Poco a poco, paso a paso, fue habituando su presencia.

Alex se asombró al notar que la castaña se había acomodado en la cama. Pero no era aquello lo que le sorprendía, sino cómo Jane se había acurrucado en el brazo del inexpresivo y recostó la cabeza en su pecho. Fue algo inconsciente, ella estaba dormida.

El inexpresivo agachó la vista para observar una vez más sus labios que tan cerca se encontraban ahora a él. Por un momento dudó qué hacer, pero finalmente rodeó el brazo a su cintura y cerró los ojos.

Por alguna razón, Alex pudo dormir en paz aquella noche. Ninguna pesadilla había logrado que se despierte abruptamente a mitad de la noche como solía hacerlo ni tampoco se molestaron en aparecer.

Al día siguiente, el primero en despertar fue él. Su brazo sufría de un calambre de tanto estar bajo la cabeza de Jane, sin embargo, permaneció quieto en el lugar para evitar despertarla. Su cabello estaba más desordenado de lo que acostumbrada. Hizo una mueca al notar que estaba babeando.

La tranquilidad no duró mucho tiempo, Jane había comenzado a removerse hasta despertar. Enseguida se sobresaltó y dejó escapar un chillido a la vez que se alejaba de Alex, avergonzada y habiendo olvidado que pasó la noche con él... ¡pero solo dormir!

—Buenos días, fea.

—Al menos deseas los buenos días —contestó ella sarcástica y con la voz ronca, enseñándole la lengua.

—Grosera —acusó.

Jane lo ignoró para tomar su celular de la mesita de noche. Tenía más de diez llamadas perdidas de sus padres, Patrick y Ashley. Al instante asimiló que al llegar a casa todo sería un caos y estaría metida en problemas.

Respondió los mensajes de su padre para tranquilizarlo y, cuando logró despertar por completo y ser consciente de sus pensamientos, un deseo hizo presencia en su mente:

—Quiero un helado.

—Tanto helado te hará mal —le advirtió el inexpresivo.

—Pero comerlo me hace feliz —argumentó— ¿Vamos? ¡Porfiss! —alargó, juntando sus manos y sobresaliendo su labio inferior en un intento de expresión angelical.

—No.

Bueno, al parecer Jane estaba equivocada al pensar que el inexpresivo dejaría de actuar tan frío y seco luego de lo que sucedió anoche.

—Eres un aburrido —bufó la castaña a la vez que se cruzaba de brazos. Alex la observó de reojo, le parecía adorable con las mejillas más infladas de lo normal y su berrinche.

—Y tú una caprichosa.

—¡Yo no soy una...!

Silencio. Algo había llamado la atención de Jane y causó que dejara de hablar. Entrecerró los ojos para observar más a detalle: sobre el escritorio del cuarto perfectamente ordenado del inexpresivo había un retrato. Era una chica joven y rubia dándole un beso en la mejilla a un sonriente Alex. Tal vez esa sea la única vez que lo había visto sonreír con tanta sinceridad... ¡y por una foto!

Al ver su color cabello, Jane recordó a la chica rubia de la heladería. Eran parecidas, pero no lograba distinguir si se trataba de la misma persona. En ese momento se lamentó por su mala memoria.

—Ya deja de husmear —le recriminó él.

—No me resistí —disculpó ella— ¿Entonces no habrá helado?

—No, acabamos de despertar.

—¡El helado es para cualquier momento del día! —manifestó— Porfis...

—No.

Esa misma tarde, Alex debió llevar a Jane hasta la heladería que tanto concurrían com su motocicleta. Un helado de limón para el y otro de chocolate para ella.

El inexpresivo intentó resistirse hasta el último minuto, pero las insistencias e intenciones por preguntar sobre cada cosa en su cuarto fue lo que lo hizo rendirse y cambiar de opinión.

Acabaron sentados en la mesa de siempre, con los mismos helados, el mismo ambiente y la misma sintonía de mudo y parlanchina.

Al menos valió la pena en algo, porque el inexpresivo pudo admirar aquella sonrisa de alegría que iluminaba en el rostro de Jane cada vez que ella degustaba su helado.

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Este capítulo no me gustó por el tipo de narrador que usé... Pero bueno, nos vemos en el siguiente capítulo 💗

La melodía perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora