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—Recuerda llamarnos todos los días, manda fotos de tu habitación y no aceptes bebidas de ningún desconocido. No hagas nada que no quieras ni tampoco llegues tarde a las clases. También recuerda que tu no mereces a Juilliard, sino que Juilliard te merece a ti —mamá hablaba sin parar mientras lágrimas caían por sus ojos. Al acabar, me abrazó con fuerza, como si estuviera depositando todo su amor en mi.

No quería llorar, pero en cuanto sus brazos me rodearon no pude evitarlo. Papá estaba de igual manera, y Patrick también.

—Te extrañaré, ma —musité con la voz quebrada.

Se sentirá ridículo, pero había vivido dieciocho años con la ayuda de mis padres, estando a su lado y contándoles todo lo que pasaba en mi vida. Era difícil despegarse, dejar de ser su pequeña hijita para salir al mundo real.

Me pregunté en dónde estaba Alex. Me había despedido de mis amigas la noche anterior a esta, cené con mi abuelo, Pat me acompañaría al aeropuerto junto a mis padres y Alex acordó venir a despedirse también, pero no lo he visto llegar.

—Mi niña —musitó papá al alejarme de mamá. Este sonrió con orgullo y me abrazó mientras continuaba hablando en mi oído—. No estaré a tu lado para espantar a los idiotas que se te acercan, pero se que puedes defenderte perfectamente tu sola. Búscate buenos amigos, pero no dejes que nadie te opaque. Tu sabes muy bien lo que vales y puedes con todo. Te echaré de menos, pequeño osito.

—¡Oh! ¡Casi lo olvido! —exclamó mamá, abriendo su bolso para buscar algo.

Sonreí mientras mis lágrimas caían al ver lo que iba a darme. Era un pequeño oso de felpa que ganó papá para ella. En su adolescencia, papá nombró a ese peluche "Jane" y es por eso mi nombre. Sonará idiota, pero es lo más esperable viniendo de mis padres.

—Es para sentirnos cerca de ti, cuídalo mucho.

—Lo haré, gracias.

Me aparté de ellos para acercarme a Patrick, quien contenía las lágrimas frunciendo los labios y estirando sus brazos para abrazarlo. No debí pensarlo dos veces para hacerlo.

—No sé qué será de mi vida sin ti, ojos bonitos —habló, su voz sonaba temblorosa.

—Ni yo —dijeron mis padres a la vez, haciéndome reír.

—Saben que son bienvenidos a visitarme cuando lo deseen —propuse—. En cuanto me adapte, intentaré venir aquí todas las veces que pueda.

—Mas te vale, jovencita —regañó papá—. Aunque no sé dónde dormirás, convertiremos tu habitación en un spa.

—¡Nate! —lo regañó mamá y reí.

—Primer llamado para el vuelo 327 con destino a Nueva York. Repito, primer llamado para el vuelo 327 con destino a Nueva York.

Suspiré.

—Creo que debo irme —hablé luego de oír la voz femenina sonando por los parlantes de todo el aeropuerto.

Mis padres y Pat me dieron un último abrazo de despedida y me acompañaron hasta la escalera mecánica del lugar. Subí la misma con mis maletas a un lado y observando como mis seres queridos se hacían cada vez más pequeños hasta terminar de subir. Debí morder mi labio inferior para evitar que tiemble mientras mis ojos se inundaban de lágrimas.

Dolía alejarme de ellos y también saber que no pude despedirme de Alex.

Despaché mis maletas, pasé por el detector de metales y me posicioné última en la gran cola para mi vuelo.

Tenía un mal presentimiento. No quería viajar, pero debía hacerlo. Todo era mi estúpida imaginación y el miedo de independizarme sin ayuda de nadie, comenzar de cero.

—Niña —el anciano que estaba delante mío llamó mi atención. Lo observé— tu teléfono.

—¿Disculpe?

Este señaló con su cabeza mi bolsillo.

—Está sonando.

—Oh, lo siento. Gracias.

La melodía de la llamada se había cortado antes de que pueda contestar. Sin embargo, era un número desconocido, no tenía importancia.

Pero cuando la cola para embarcar avanzó, el mismo número volvió a marcar. Fruncí el ceño. Tal vez sería mamá desde un teléfono público queriendo saber si sobreviví a mis primeros minutos sin ella, Alex intentando llamar desde el celular de algún conocido para justificar su ausencia o algo similar.

Entonces, contesté.

—¿Hola?

—¿Jane Harrison? —preguntó una voz femenina.

—Soy yo. ¿Quién habla?

—Me comunico del hospital central de Los Ángeles. Usted es el contacto de emergencia del paciente...

—Ahm, lo siento. ¿El contacto de qué? —interrumpí. No sabía de quién rayos hablaba y comenzaba a alterarme. Esto debía ser una broma pesada.

—Usted es el contacto de emergencia de Alexander McRay, el paciente se encuentra en estado inconsciente y lo están atendiendo.

La melodía perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora