41. Final

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El celular resbaló de mis manos. Me sentía perdida, todo a mi al rededor se había silenciado y el señor que estaba delante mío movía una de sus manos de un lado para el otro mientras me decía algo que no pude entender.

Tomé el celular y salí corriendo del lugar. No importó el equipaje, no importó Juilliard, no importó nada. Debía estar con Alex.

Bajé las escaleras mecánicas mientras bajaba yo misma los escalones y salí fuera del aeropuerto. Mis padres ya no estaban, entonces debí pararme en el medio de la calle para que un taxi me notara. Ninguno frenaba.

¡Son todos unos imbéciles! ¿Es que acaso nadie ve que necesito irme de aquí con prisa?

Uno de ellos pareció notar mi desesperación y freno. Una señora casi me lo quita, pero me adelanté a ella.

—Hasta el h-hospital central —titubeé.

El viaje lo pasé intentando contener las lágrimas y deseando que todo sea un mal sueño. Era increíble.

El mismo lo dijo aquella vez cuando estaba ebrio. No quería estar aquí, le dolía vivir sin sus seres más queridos. El quería morir y ahora lo podría conseguir. Deseó ser él y no Diana, y ahora quien había sufrido un accidente era él.

Un sollozo se escapó de mi boca, el conductor me ofreció un pañuelo pero se lo negué. No iba a llorar, no quería.

Debía mantenerme fuerte por los dos.

—¿Podría ir más rápido, por favor? —pedí. Mi pie se levantaba y bajaba sin despegar el talón del piso del coche una y otra vez a causa de los nervios.

—Voy a la velocidad máxima, niña.

Suspiré. Debía calmarme. Respirar hondo, contar hasta cien o simplemente perder la cabeza.

Alex estaba grave y no sabía que tanto. No me dijeron si se recuperaría, si estaba muy mal o si podría salir pronto del hospital. Solo sabía que estaba grave y ya.

Cuando llegamos, tomé de mi billetera el primer billete grande que encontré y se lo entregué sin esperar el cambio. Me bajé apresuradamente y corrí dentro del hospital.

En el mostrador habían algunas personas, pero no me importó. Me coloqué delante de todos pidiendo disculpas y me dirigí a la enfermera.

—¿En dónde puedo encontrar a A-alexander McRay? L-lo trajeron hace poco, fue un accidente

Maldición. Odiaba balbucear.

La mujer tecleo algo en la computadora y me observó.

—Piso 6, habitación 623.

Asentí y subí por las escaleras. El ascensor tardaba mucho y había una gran amontonamiento de personas que también querían usarlo.

Al por fin llegar, encontré al padre de Alex exigiéndole a una enfermera novedades y a una mujer llorando a su lado, no la reconocía de ningún lado.

—Señor McRay —nombré. Este volteó.

—Jane... hola. Alex... Alex está en el quirófano y... lo están atendiendo y... n-no sé cómo está, no me pueden decir cómo está hasta... hasta salir de cirugía, Dios.

—Tranquilícese, todo saldrá bien —animé, aunque también fue para mi misma—. ¿No le dijeron nada?

—Sólo sé que él iba de camino al aeropuerto, volvía a casa luego de comprar un ramo de flores y... él iba por su motocicleta, pero... un estúpido aceleró cuando el semáforo estaba en rojo. Llamaron a urgencias, fueron de inmediato y lo trajeron aquí. Luego tu llamaste para avisar, vine hasta aquí y... El está grave, Jane. Dijeron que harán todo lo posible para salvarlo y enserio deseo que así sea.

La melodía perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora