Por segunda vez, me encontraba pagando un helado de limón para Alex y otro de chocolate para mi. A mi bolsillo le dolía (aunque sea el dinero de mis padres), pero si lograría saciar mi curiosidad, entonces valía la pena.
Nos sentamos en la misma mesa que la última vez. Al principio se formó un silencio incómodo, el cual me encargué de reemplazar por un intento de conversación.
—Me encanta el helado. Y más si es de chocolate, amo todo lo que contenga chocolate —oh, si... Vómito verbal— Bueno, excepto el mousse de chocolate... ¡Es un asco! No entiendo como a la gente le gusta eso. Una persona de buen paladar sabría que el mejor postre es el brownie.
—Interesante.
Y otra vez, silencio incómodo. Hablar con Alex se sentía como hablarle a la pared. ¡No! Hablar con la pared sería más entretenido que hacerlo con él.
—¿Te gusta la música? —pregunté—
—Voy a tomar eso como una pregunta —respondió. ¡Genial! Mi bocota había desperdiciado la única pregunta que tenía para hacerle por pagar el estúpido helado—
—¡Oye, pero...!
—Un trato es un trato —interrumpió— Lo siento, bonita.
Suspiré. Volteé mi cabeza en dirección a la ventana para intentar ocultar el color rojizo que se había producido en mis mejillas al oír aquel sobrenombre.
—Bueno, al menos contesta —exigí—
—Si, me gusta.
Mis ojos se iluminaron.
—¿Y tocas algún instrumento?
—¿Esa pregunta vale por otro helado? —preguntó. Lo fulminé con la mirada— Si, toco.
Chillé de la emoción, causando que Alex alce sus cejas con diversión.
—¡¿Enserio?! ¿Cuál?
—La guitarra.
Otro chillido se escapó de mi garganta.
—¡Oh! ¡Qué emoción! —exclamé— Yo también lo hago, aunque soy pésima. El piano es lo mío, pero no me rindo con lo otro.
—Ah —se limitó a responder. ¡Hasta un mudo podría hablar más que este chico! Estuve a punto de sacar otro tema de conversación, pero el inexpresivo volvió a hablar— Ahora me toca hacer una pregunta a mi.
—Ese no era el trato —respondí, aunque por dentro moría de la emoción al saber que la estatua viviente comenzaba a preguntarse cosas sobre mi— Era un helado a cambio de una pregunta.
—Entonces invitaré el próximo.
No pude evitar la sonrisa. Eso significaba que habría una próxima vez... Y que a Alex si le gustaba pasar el rato conmigo, al contrario de lo que pensaba.
Una vez que acabamos nuestros helados, Alex me alcanzó hasta mi hogar con su motocicleta. Me despedí con un saludo de mano antes de entrar a casa.
Siquiera me molesté en anunciar mi llegada, sabía que mamá y papá no estaban aquí. Habían salido para hacer las compras y me lo hicieron saber por un mensaje de texto.
Aproveché el tiempo a solas para ducharme y andar en ropa interior por la casa mientras tocaba el piano y cantaba dándole un concierto a mis espectadores imaginarios. El ego corría por mis venas, me sentía la mismísima Selena Gomez cantando, aunque nunca vaya a sonar como ella.
Cuando el reloj marcó las seis de la tarde, subí a mi cuarto y terminé de vestirme. Decidí no gastar mi tiempo en tomar una siesta, así que aproveché para estudiar... Bah, ¿a quién engaño? Acabé quedándome dormida y desperté a las nueve de la noche babeando un libro y con los gritos de mamá llamándome para la cena.
Martes. Como la mayoría de mis días, se me hizo tarde para ir al instituto y acabé llegando media hora tarde. Mi padre dice que un buen desayuno es mucho más importante que los regaños de un amargado profesor... ¿Y quién soy yo para contradecir al hombre que me dió la vida?
—Buenas noches, Harrison —el profesor hizo un intento de sarcasmo— Tome asiento y trate de no volver a interrumpir la clase.
Observé los lugares donde podía sentarme, solo había un asiento disponible. Sonreí al ver de quién se trataba. Pude ver cómo su rostro se volvía más serio con cada paso que daba hacia él. Finalmente, tomé asiento a su lado.
—Hola —saludé alegremente—
—Esperé veinte minutos en la puerta de tu casa para ir caminando juntos hasta aquí, no voy a hablarte —sentenció Patrick—
—Uh, ¿estás enojado? —pregunté. Me observó, la respuesta era obvia— ¡Lo siento! Me quedé dormida.
—Lo único que podría arreglar las cosas entre nosotros es un paquete de papas fritas —chantajeó. Alcé mis cejas con sorpresa. ¿Es que acaso todos los chicos se las ingeniaban para aprovecharse de mi billetera?—
—Bien, te compraré uno —rodeé los ojos, siendo otra vez la ingenua que aparentaba ser millonaria ante los conocidos—
—¡Eres la mejor! —Patrick me abrazó. Sobre su hombro pude divisar al inexpresivo chico con complejo de estatua viviente. Estaba sentado junto a un compañero, Eric Payne—
—Y tu eres un ventajoso —ataqué. Mi amigo se encogió de hombros—
—Señorita Harrison —pronunció el profesor— ¿Es que acaso no le pedí que no interrumpa la clase?
—Oh, lo olvidé —contesté— Lo siento.
Luego de ganarme una mirada desaprobatoria, continuó con la explicación.
—Chica mala —burló Patrick—
—Lo que causan las drogas —bromeé. Ambos reímos por lo bajo—
Ashley, sentada delante nuestro, volteó su cabeza para verme.
—Tú —pronunció— Fiesta. Matthew. Sábado. Diversión. Alcohol.
—Yo —imité— Cenar. Abuelos. Dormir. Jugo.
Ash rodeó los ojos.
—¡Todos estarán allí! Hasta Lyna, que prometió no beber para evitar romper su dieta —comentó— ¡Anda, di que si! —juntó sus manos y exhibió su labio inferior en un puchero—
—Si el problema son tus abuelos, puedes invitarlos. Hay cocaína suficiente para todos —bromeó Patrick—
—Lo voy a pensar...
Esa misma tarde, me topé con Alex en los pasillos. Mi torpeza había chocado contra él, causando que se aleje un poco para colocar sus brazos sobre mis hombros y estabilizarme.
—Eres muy torpe.
—Hola a ti también —sarcasmeé— Un momento... ¿Te encuentras bien? ¿Tienes fiebre? —toqué su frente. El inexpresivo me observó confuso—
—No me digas que tanto chocolate se te subió al cerebro.
—Es que has sido tú el que inició una conversación entre nosotros —expliqué, señalándonos— Creí que eso jamás ocurriría... ¿Eso quiere decir que te agrado?
Alex se encogió de brazos.
—¿Oye, quieres i...?
Mi frase quedó en el aire en cuanto sentí un balón golpear con fuerza mi nuca. Supongo que eso es a lo que llaman karma.
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La melodía perfecta
RomanceFamilia, amor, música, helado. Esas son las cuatro palabras que encajarían a la perfección con la vida de Jane Harrison. Ama tocar todo tipo de instrumento y cantar, ama el amor, la familia y el helado de chocolate. Odia las peleas, los problemas fa...