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—¡Oww! Es tan lindo... Ese chico sería el yerno perfecto para mi —comentó mamá mientras bebíamos café en el sofá— Deberías invitarlo a cenar.

—¡Ay, no, mamá! —chillé— Alex y yo solo somos amigos... ¡No! Mas bien conocidos que se llevan bien.

—¿Entonces ustedes dos no...?

—¡No! —interrumpí. Mamá resopló—

—¿Ni siquiera un beso?

—¡Mamá! —exclamé— No pasó ni jamás pasará nada entre nosotros.

—Eso es...

—Buenos días —papá bajó las escaleras con su bata de dormir y el cabello desordenado— ¿De qué hablan?

—De una película.

—De la escuela —respondimos a la vez. Papá entrecerró los ojos y mamá suspiró—. Jane me estaba contando sobre un chico que le gusta.

—¡No me gusta!

—¿Te gusta un chico, cariño?

—¡Que no!

—¿Es lindo? —insistió.

—Bueno, ya me voy —evadí aquella pregunta y me levanté del sofá oyendo las risas de mis padres.

—Solo bromeaba, cariño. Ya sé que eres una solterona como tu madre a tu edad —calmó papá.

—Esta solterona estaba enamorada de ti, Nathaniel —le recriminó mamá—. Y para tu información...

No me torturé oyendo aquella pelea de parejas, abrí la puerta principal y salí de casa. Al hacerlo me topé con mi mejor amigo y su puño alzado a punto de tocar la madera de la puerta. Sonreí.

—Vaya, pensé que no estarías lista aún —comentó con asombro. La mayoría de veces, Patrick y yo caminábamos juntos al instituto—. Y veo que aún no te amigas con el peine.

Arrugué mi nariz y mi amigo rió, llevando sus manos a mi cabello y arreglarlo con los dedos, imitando un cepillo.

—Era cepillar mi cabello o desayunar —justifiqué. La comida era mucho más importante que la apariencia... ¿qué si me desmayaba en medio del salón por tener el estómago vacío?—

Faltaban diez minutos para que las clases comenzaran, y si no apuráramos el paso íbamos a llegar para la hora del almuerzo.

—¡Oh, mira! ¡Un perrito! —exclamó Pat. Aquello fue todo lo que necesitamos para hacer una pausa e ir a acariciar al animalito... después de todo, las clases podían esperar— Se parece a ti —bromeó. Entrecerré mis ojos e intenté golpear su brazo, pero entre risas se adelantó a esquivarlo.

Aproveché los minutos para acariciar al bonito canino de color negro. Mis padres no me dejaban tener mascotas, siempre decían que yo no era lo suficientemente responsable como para tener una... ¡pero si lo era! Solo que ellos no tenían los ojos lo suficientemente abiertos como para notarlo.

—Ya debemos irnos, se nos hará tarde —Pat se levantó del suelo—. Además... —murmuró, acercándose de manera confidente— la anciana de allí nos está mirando mal, debe ser su dueña.

Observé a la señora. Efectivamente, nos estaba observando con sus ojos entrecerrados y un bastón en la mano que pareciera levantarse del banco a golpearnos con él en cualquier momento.

Continuamos con el camino, echándole un último vistazo al perrito. Finalmente, llegamos al instituto.

Para nuestra suerte el director no estaba ese día, sino nos hubiera amonestado por la tardanza.

La melodía perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora