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Otro día más en que Alex y yo no hablábamos. Era miércoles, mi día favorito en la semana. Sin embargo, no tenía el mejor de los humores.

Alex había intentado acercarse a mi, pero siempre se me ocurría algo para evadirlo y así poder escapar. En clases me sentaba junto a Patrick, cuando lo veía en los pasillos me escondía en el baño y a la hora de irnos era la primera en salir. No quería oír sus explicaciones, el y yo no éramos nada más que amigos que comenzaban a sentir cosas el uno por otro... o al menos yo.

Ya había descubierto la verdad, su amistad no me interesaba más y era hora de ponerle un punto final a nuestra relación antes de seguir tomándole cariño. Si el no podía elegir entre Diana y yo, alguien más debía encargarse de aquella decisión.

—Me voy a hacer monja —musité pensativa, mordisqueando la parte superior de mi lápiz.

—Te apoyo —asintió Pat.

—¿Tú te harías cura por mi?

—Haría todo por ti, ojos bonitos —sonrió—. Pero no voy a dejar el sexo ni nada de eso, eh.

—Que malo —resoplé.

Patrick rió y giró su rostro para verme, pero su mirada se desvió detrás de mi. Luego acercó sus labios a mi oreja y fruncí el ceño.

—El chico misterioso te esta observando —murmuró de manera confidente. No volteé, sabía perfectamente de quién se trataba.

Sin embargo, dos golpes en mi espalda me hicieron voltear. Eric me había entregado un papel doblado en dos.

Me vi obligada a observar a Alex, quien me miraba a mi. Devolví la vista frente, arrugué el papel y me levanté para tirarlo al cesto. Quería dejar en claro mi enfado y mantener el orgullo intacto. Si me lo proponía, podría ser igual de fría como él.

Guardé mis pertenencias en la mochila antes que el reloj marque en punto. Cuando el timbre sonó, fui la primera en salir del salón para la próxima clase. Pero al parecer no fui la única en adelantarse, y lo comprobé con los perseguidores gritos de Alex detrás de mi.

—¡Harrison, espera!

Creo que fue la primera vez en la vida que lo había escuchado gritar, el siempre mantenía su voz firme, sin alzarla.

Intenté ignorarlo (en parte porque no quería verlo, me sentía humillada... y también porque me gustaba un poco el drama), sin embargo, logró alcanzarme y no me hubiera detenido si no fuese por mis torpes pies que se enredaron y me hicieron tropezar.

Alex me sostuvo para mantener el equilibrio en mi cuero y lo fulminé con la mirada. Cuando me recompuse, crucé los brazos para resaltar mi enojo. Como dije, el drama era parte de mi. Esperé a que hablara.

—Hasta que por fin te dignas a escucharme, boba.

—¿Qué quieres, Alex?

Este suspiró.

—No tienes que preocuparte por Diana, ¿si? Ella... ya no forma parte de mi vida.

—Oh, y por eso guardas fotos con ella. Claro, si, si, entiendo. Super claro —ironicé.

—Escucha, se que ahora no confías en mi pero enserio tienes que creerme, Harrison —pidió—. Me gustas, no haría nada para lastimarte.

La melodía perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora