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—No tienes que comprarme todas estas cosas, abuela —informé, observando la enorme pila de ropa que había sobre el mostrador.

—¿Estás loca? Esa blusa que llevas puesta tiene una mancha de café, mi nieta no puede andar con ese pedazo de tela como si nada.

—Es que es mi blusa favorita —musité avergonzada. Aquella mancha no era taaan visible que digamos, solo un poquito.

—¿Y podrías agregar a la compra el vestido color celeste? —pidió la abuela a la cajera sosteniendo su tarjeta de crédito en la mesa. Esta asintió.

—Abuela, enserio no tienes que...

—Tómalo como un obsequio de cumpleaños.

—Pero falta mucho para mi cumpleaños.

—Entonces solo acéptalo y ya. Anda, el celeste es mi color favorito. Estoy segura de que quedará perfecto en ti.

—Bien.

Suspiré cruzándome de brazos. La abuela era muy terca si se lo proponía, al igual que mamá. Acabamos saliendo de la tienda con dos bolsas en cada mano. Estaba genial tener abuelos con dinero, pero mucho genial era tenerlos a ellos.

—¿Tienes guitarra?

—Si, si tengo.

—¿Hace cuánto que la tienes?

—No lo sé... tres o cuatro años tal vez.

—Eso es mucho tiempo —sentenció—. Ven, vamos a comprarte otra. —la abuela continuó caminando por el gran pasillo del centro comercial. Abrí mis ojos atónita y comencé a seguirla.

—¿Qué? Espera, no, abuela. Esta casi nueva.

—Cuatro años no es nuevo, jovencita.

—Si cuando la cuidas —canturreé, sonriendo inocentemente.

—Esta bien. ¿Libros? ¿Necesitas alguno?

Nop. No necesito nada.

Leer no era lo mío. A veces intentaba comenzar un libro, pero a las cinco páginas ya me aburría y acababa obsequiándoselos a Lyna, quien encantada los leía.

—¿Entonces qué te compro? —preguntó, aunque sonó más como una pregunta para si misma.

—No tienes que comprarme nada, enserio.

—¡Lo tengo! —exclamó, frenando frente a la vidriera de una tienda— ¡Un hermoso vestido color negro!

—Pero ya me compraste el turquesa —musité—. Además... no me gusta como se ve el negro en la ropa.

—Sin reproches, este vestido y ya. —pidió, sin esperar respuesta para adentrarse a la tienda. Rodé los ojos y la seguí, como un perrito inocente a su amo.

Esa misma tarde fui al parque con Ash y Pat. Fue un gran error de mi parte, pues parece que pasaron a segunda fase y no dejan de darse besos ni un solo segundo. Que espanto, y pensar que en una pequeña parte fui su cupido en la relación...

Mientras tanto, yo me encontraba sentada a su lado y acariciaba al pequeño perro chihuahua de Patrick. Tenía el leve presentimiento de que aquel canino me detestaba, era como un demonio de cuatro adorables patas. No hacía más que ladrarme, gruñirme e intentar morderme cuando intentaba acariciar su frente o tomar su patita en mi mano, me recordaba a Alex. De igual modo yo lo amaba, era imposible odiar a un perrito por más malo que fuese.

—...y luego nos besamos y ¡el señor enojón que estaba sentado detrás nuestro nos lanzó sus palomitas! Por supuesto que las comimos, no íbamos a desperdiciarlas.

—Una cita para recordar, supongo.

—¡Así lo fue! —exclamó Ash. Sonreí.

—Me alegro mucho por ustedes... solo espero que no se olviden de mi, ¿okey? —bromeé, claro estaba que no lo harían.

—Eso jamás, ojos bonitos.

—Oye, ¿y qué hay de ti y Alexis?

—Es Alexander, Alex.

—¡Cierto! Bueno, ¿cómo va todo? —preguntó Ashley— ¿Aún lo ignoras?

—Nop —negué con la cabeza—. Ayer pasamos la tarde juntos, logramos conocer un poco más sobre nuestras vidas y... no lo sé, creo que es un gran chico.

—Déjame decirte que yo veo el brillo de sus ojos cuando te observa en clases sin que te des cuenta y ¡estoy realmente enternecida! —chilló—. ¡Son tan bonitos! ¡Como Blancanieves y el ardiente príncipe Florian!

—No llames ardiente a un príncipe de caricatura —bufó Pat—. Aquí tienes uno mucho mejor y real.

—Nadie es mejor que el príncipe Florian, cariño —le respondió Ash, quien luego se dirigió a mi—. Okey, volviendo al tema... ¡Ya dinos!

Fruncí el ceño.

—¿Qué cosa?

—¡Que te gusta, tonta!

Comencé a reír tan fuerte que hasta el chihuahua endemoniado se asustó al sentir mi cuerpo moverse.

—Estas loca.

—¿No se besaron?

—Si, pero...

—¿Y no te gusta?

—Yo... No... Bueno, si... Bah, no lo sé.

—¿Cómo no lo sabes, Je?

—Me gusta pasar tiempo con el, sí. Pero... no nos conocemos lo suficiente. Ni siquiera conoce a mis papás, y yo no conozco al suyo.

—En parte conoció a tu padre cuando chocaste el coche con él de copiloto —recordó Pat, guiñándome un ojo para expresar su "gran ayuda".

—Eso no cuenta, prácticamente papá estaba en shock, se quedó en el auto.

—¿Y qué hay de la vez en que entró a tu casa por esa cita a cenar?

—Eso tampoco cuenta —sentencié.

—Pero Alex puede gustarte y no si o sí tienen que conocerse a la perfección... míranos a Patrick y a mí, siquiera de su apellido y aún así intentamos formar una relación.

Mi amigo se alejó de ella bruscamente para observarla de manera incrédula.

—¿Lo dices en serio? —preguntó—. Nena, fuimos amigos y compañeros de clase desde sala de infantes. ¿Jamás prestaste atención cuando tomaban lista?

—¡Lo siento! Soy un poco distraída.

—Su apellido es Smith —musité por lo bajo.

Ash me sonrió ligeramente en agradecimiento. Sinceramente esta pareja tenía todas las de fracasar, pero aún así mantenía la esperanza... eran demasiado bonitos juntos.

—¿Oigan, qué hora es?

—Casi las siete.

—Debo irme —anuncié—. Mis padres quieren cenar con los abuelo, extraño pero cierto.

—Últimamente los estás viendo mucho, ¿verdad? —curioseó Ash.

—Si, especialmente a la abuela. No tengo idea del porqué, pero me encanta.

—Lo sabemos —asintió Pat—. Me alegra que hayas podido relacionarte con ellos, ojos bonitos.

—Gracias, Pat —sonreí—. Bueno, ya me voy.

Me despedí de ambos tortolitos y caminé de vuelta a casa. El sol aún no se escondía del todo, por lo que pude volver caminando tranquilamente.

Al llegar, abrí la puerta y allí permanecí, parada y frunciendo el ceño al encontrar a Alex sentado en el sofá mientras yo no estoy, charlando y bebiendo una taza de café junto a mis padres como si fuesen los suyos.

La melodía perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora