La mayoría de las canciones que dejo en los capítulos no van a tener relación con la historia (a menos que lo aclare). Espero que disfruten el capítulo :)
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Siempre he sido una apasionada por la música. De pequeña mi pasatiempo favorito era tocar el piano que mamá compró para mi, pero por motivos de la vida este mismo se averió cuando a los siete años no me salía una nota y arrojé sus piezas por el balcón. Algo extremo, lo sé, pero en mi defensa... Bueno, si, fue demasiado extremo.
Una vez, mi madre y la abuela discutían. Decidí cerrar los ojos y tocar el piano para acallar sus gritos. Reemplacé sus duras palabras por una perfecta melodía. Odiaba oírlas pelear por mi culpa. La abuela no había tomado nada bien que mi madre me engendre a tan temprana edad.
Volviendo al punto, la música siempre fue parte de mi y, en ese momento donde el balón chocó contra Alexander, miles de melodías sacadas de una película de terror sonaron en mi mente creyendo que el inexpresivo chico se dislocaría el brazo o algo por el estilo. ¡Soy una bestia!
—¡Oh por Dios! —exclamé. En cuanto mi cuerpo reaccionó, corrí hacia el adolorido chico que devolvía el balón al profesor para inundarlo en preguntas— ¿Estas bien? ¿Recuerdas tu nombre? ¿Quieres que llame al hospital? ¿Cuántos dedos estoy haciendo con mi mano?
Era la primera vez que intercambiaba palabras con aquel chico. Nuestros mundos jamás se han cruzado ni tampoco hubo intenciones. No éramos nadie en la vida del otro, a excepción de simples compañeros de curso.
—Estoy bien —se limitó a decir, volviendo a sentarse en las gradas. Su voz sonó áspera y desinteresada—
¡Pero si casi lo mato! Decidí seguirlo.
—¿Estas seguro? Porque puedo...
—Estoy bien —repitió. Permanecí con mi vista puesta en él, intentando encontrar con cierta preocupación algún indicio de que pronto se desmayaría del dolor y caería desplomado al suelo, pero no pasó. El indiferente chico colocó su mano sobre mi cara y empujó hacia atrás, alejándome por completo y obligándome a dejar de invadir su espacio personal—
¡Buah! Y yo que me preocupaba.
Resoplé antes de bajar las gradas. En el último escalón tropecé, fue tanta mi vergüenza que debí fingir que se me había salido un pendiente y me agaché para recoger mi dignidad.
—Eso estuvo feo —comento Lyna, codeándome y burlándose de mi torpeza— Hasta Ashley lanzó mejor que tú.
—Gracias —sonrió la rubia, como si aquello fuese un cumplido—
Cerré los ojos y negué con la cabeza, buscando olvidar mi pésima condición para el deporte y acabar con el color rojo que se había producido en mis mejillas.
—¡Marshall! ¡Te toca!
Lyna se levantó entusiasmada y corrió hacia el profesor. Tomó el balón e hizo un lance perfecto. Ella era muy buena para el deporte, siempre le había gustado. ¿Por qué yo no podía ser así? Mis lanzamientos no impresionaban ni a una mosca.
Patrick aprovechó el momento en que mi amiga dejó un espacio libre a mi lado para ocuparlo. No me molesté en mirarlo, sabía que traía una sonrisa burlona en su rostro.
—¿Michael Jordan, eres tu? —bromeó—
—No molestes —bufé, dejando caer mi cuerpo hacia un costado para chocar con el y regresar a mi postura—
—Lanzas como un bebé —continuó—
—Y tu actúas como uno.
—¿Me estás diciendo tierno?
—Te estoy diciendo infantil —burlé—
Patrick codeó mi brazo, tal y como Lyna había hecho antes. Si seguían así, pronto llenarían mi cuerpo de moretones.
Al llegar a casa, Patrick y yo nos despedimos antes de que el continúe con su camino (puesto que vivía a dos calles más que yo).
—¡Ya llegué! —grité, lanzando mi mochila hacia un costado. Nadie respondió— ¿Mamá? ¿Papá?
Me adentré a la cocina. Había una nota pegada en la heladera. Tomé el papel en manos y lo acerqué a mis ojos para leerla.
"Osito: No teníamos ganas de cocinar, asique tu padre y yo salimos a almorzar. No tardaremos mucho... ¡Te amamos!"
Agradecí haber almorzado en el comedor de mi instituto, ya que si fuera por mis padres estaría mendigando por un trozo de pan, muerta de hambre.
Aproveché la casa sola para sentarme en el piano de cola que mis padres me obsequiaron en mi cumpleaños número quince, el cual yacía a un costado de la sala de estar.
En estos momentos me encontraba practicando una canción de Coldplay, repitiendo las notas hasta que una melodía similar a la que buscaba salga de ella. Practicar nuevas canciones era una tortura para mi, aprender las notas sin que mis dedos se traben en el intento.
Para mi suerte, aprendía rápido. En menos de una hora, me encontraba tocando la canción en el piano creyéndome el mismísimo Beethoven, pero versión mujer.
—¡Ya llegué! —gritó mamá tal y como yo hice al llegar a casa. Detrás la seguía papá— ¡Hola, cariño!
—¡Oh, que sorpresa! ¡Jane en el piano!
Ignoré el sarcasmo de papá. Tal parece que hoy todos se la habían ingeniado para hacerme el día imposible con sus burlas. Aproveché su buen humor para pedir un favor.
—¡Papi! —me levanté del acolchonado asiento para correr hacia el, abrazándolo con fuerza—
—Me vas a pedir dinero?
—¿Cómo crees? —pregunté, fingiendo ofensividad— Dinero no, pero el auto si.
—¡¿Qué?! No, ni lo sueñes.
—¡Pero no para conducir sola! —me apresuré a aclarar— Sino para que me enseñes. ¡Juro que no me estrellaré con nada! Podemos ir a una calle vacía, con los cinturones bien puestos y conduciendo a poca velocidad. ¡Por favor!
Desde que había cumplido los diecisiete comencé a insistirle a mi padre para que me enseñara a conducir. Siempre lo posponía para otro día, pero ya no iba a dejar que eso pase. ¡Jane Harrison está lista para conducir, conocer la libertad de ir a donde y quisiera cuando quisiera!
Tras pensarlo unos segundos, papá suspiró y a regañadientes respondió:
—Esta bien. Mañana por la tarde iremos a practicar.
Di saltitos emocionados en el lugar y lo abracé nuevamente, con la felicidad y ansiedad recorriendo mis venas.
—¿Oíste mamá? ¡Aprenderé a conducir!
Esta sonrió, asintiendo con la cabeza.
Mañana Jane Harrison pasaría de ser un indefenso osito y se convertiría en una futura protagonista de Cars.
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La melodía perfecta
RomansaFamilia, amor, música, helado. Esas son las cuatro palabras que encajarían a la perfección con la vida de Jane Harrison. Ama tocar todo tipo de instrumento y cantar, ama el amor, la familia y el helado de chocolate. Odia las peleas, los problemas fa...