hablemos sin pensar (Diabolik Lovers)

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inquietud.

conocía bien lo que debería haber hecho, limpiarse el rostro y secarse el cabello, pero permanece en el césped mientras la tierra se vuelve barro.

ha dejado de toser, logró expulsar el agua que se filtraban por sus pulmones. un dolor sordo hizo que se cubriera la cara, sus mejillas hinchadas ardían persistentes.

el oro líquido dejó al rojo vivo sus mejillas.
el carmesí lo ahogó en la fuente.

ambos sin buscar el óbito humano, sin embargo, profundamente hirientes. no es un príncipe, sus labios no saben a frutas, ya sus gestos no valen ni una mirada. andará descalzo y nadie alzará una ceja. puede sobrellevarlo, lo hace de maravilla.

una luna prematura se presentó aquella noche, un despiadado invierno que se filtraba bajo los huesos.

ya era hora.

él estaba de pie, con una camisa absurdamente delgada y unos pantalones que a penas combinaban, despojado de la elegancia con la que alguna vez fue vestido. ni siquiera su rostro, quizá corriente y aburrido, pudo salvar algo de él, puesto que estaba deformado por la hinchazón y el color desentonado.

la mujer frente a él estaba horrorizada.

ella se mantiene cálida bajo el abrigo y la bufanda, así que la debilidad en sus piernas no era culpa del frío que ingresaba por debajo de la puerta. su corazón golpeaba como si su tórax fuese una caja de tambor.

las iris endulzadas recorrieron los pies desnudos, el pantalón con barro en los bordes y la dolorosa forma de la faz.

dio un paso cuando creyó que nadie la veía, pero la rigidez se apropió de su cuerpo cuando sintió como si fueran clavadas agujas en su nuca. se detuvo, incluso con la tela alrededor de su cuello, tuvo que tocar la zona para asegurarse de que realmente no había nada en ella.

alzó la mirada y retrocedió.

juntó sus palmas con una impotencia que humedeció sus ojos, entonces observó por la ventana y suavemente, tan bajo y tan débil, oró. le pidió a Dios —le rogó— que los mirara y se apiadara.