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Primera mañana.

Armando sintió un enorme dolor de cabeza y cuerpo apenas abrió los ojos, también sintió frío, podría haber jurado haberse sentido cómodo y abrigado por un largo rato antes de despertar, talló sus ojos y miró a su alrededor aún adormilado, reconoció su propia habitación, pero no pudo recordar cómo había llegado ahí, y mucho menos qué es lo que había pasado la noche anterior, tenía recuerdos muy dispersos, incluso creía estar mezclando sueños y recuerdos, había soñado con él, suspiró pesado y se paró de la cama para colocarse sus pantuflas y así salir de la habitación.

Al salir abrió sus ojos en sorpresa al descubrir que con quién había pasado la noche, no había sido solo un sueño “¿Calderón?” habló alto, llamando la atención del castaño que se encontraba viendo la televisión mientras golpeaba el mueble con las yemas de sus dedos, estaba inquieto, parecía que acababa de darse un baño, su cabello estaba húmedo, llevaba un pantalón negro y una camisa azul, ropa que tenía de él guardada para cuándo necesitaban prestarse sus respectivos departamentos.

Mario volteó pronto al escuchar su nombre, vió a su amigo ahí parado frente a él, de pronto su corazón se aceleró y sus manos se humedecieron por los nervios.

Habló torpemente “...Armando, ¡ya despertó!, pensé que dormiría un poco más” cuando Armando no respondió, siguió preocupado “eh, perdón pero tomé una ducha para despertar mejor, estoy algo desvelado... no me imagino usted ¿cómo se siente? estoy seguro de que debe tener una pastilla para el guayabo por ahí, puedo buscarla o si quiere puedo prepararle un tinto o…”

“O nada, Mario, no me haga nada, más bien dígame qué hace usted aquí ¿qué pasó ayer?” preguntó con frialdad.

Mario arqueó una ceja extrañado “¿está jugando conmigo, no?” rió bajo nervioso.

“¿Parece que estoy jugando, señor?” se acercó más al sofá, molesto “¿qué hace en mi casa, eh?, ¿no se había ido de mi empresa prometiendo que no volvería a verlo?”.

“Mire, ayer me llamaron de un bar para ir a recogerlo después de que a usted señor, se le hiciera divertidísimo ponerse a practicar lucha romana con la primera persona que encontró, y para que sepa, no estoy aquí solo para molestarlo, usted me pidió que me quedara, y… y porque me preocupé por usted, no podía dejarlo aquí solo en el estado en el que se encontraba”.

Armando arqueó una ceja mientras mentalmente buscaba algún recuerdo que comprobara la versión del castaño, suspiró cansado al tener un breve recuerdo del final de lo que parecía una conversación profunda que terminó con él llorando en brazos de su amigo “sí, ya recuerdo algo… bien” se cruzó de brazos y volteó su mirada a otro lado “gracias, pero ahora puede irse, no lo necesito más”.

Mario se puso de pie y asintió acercándose “me iré-” una vez lo suficientemente cerca de el contrario posó su mano sobre su hombro “cuando que me diga que estará bien solo”.

Armando lo miró rápidamente “ay Calderón, por favor, ¿si?, no sea ridículo”.

“No hombre, no soy ridículo... puede que usted no se acuerde pero ayer me dijo, me suplicó que no lo dejara y realmente no quiero hacerlo, no se me da la gana, ¿qué tal?, lo siento Armando pero si ayer ya lo arreglamos, hoy también, venga aquí, siéntense a mi lado y vamos a hablarlo ya que ambos estamos sobrios” Mario volvió a su lugar en el sofá.

Mientras que Armando sorprendido por la respuesta de este, no pudo más que aceptar, conocía a su amigo, no lo dejaría en paz hasta aclarar las cosas, se sentó en el sillón contrario y lo miró “bien, ¿de qué quiere que hablemos?”.

“¿Cómo que de qué?, quiero que me diga que de verdad no puede perdonar que haya tomado ese diario, ¿no recuerda? me sacó a golpes por eso”.

“Si me acuerdo bien, Calderón, se tomó libertades que no le pertenecían, leyó ese diario aunque le dije que no lo hiciera, pero eso no es lo que más me molestó, no señor, me molesta que sea tan cínico, que me dijera que lo leyó porque compartimos la experiencia, porque ambos conocemos la intimidad de esa mujer, eso me molesta, ¡es que parece que no le importa ni un poco! cuando yo, Mario, no he podido pegar un ojo desde que iniciamos con eso” respondió Armando con dolor y enojo en sus palabras.

Mario lo escuchó atento, y como muy pocas veces en realidad, le dió vueltas a lo que debía responder, «deje ya de sufrir por esa mujer, Armando, acabó contigo, con tu empresa y ahora con nuestra amistad y tú no puedes verlo, estás cegado, incluso cuando ayer confesó que lo que más le ha dolido es que lo deje, su maldito orgullo no lo deja decírmelo sobrio» habría dicho si no lo hubiera pensado bien, aún cuando moría por decírselo, por recordarle cada palabra de lo que había dicho la noche anterior, en cambio simplemente suspiró pesado “perdón, Armando, no debí tomar ese diario y no debí molestarlo cuando sabía lo que padeció con todo esto”.

Mario no acostumbraba a pedir perdón, a nadie, cuando era chico tiró un jarrón de su abuela y en lugar de admitir su error y pedir perdón, escondió el jarrón debajo de su cama y siguió su vida tranquilo, al menos hasta que alguien lo encontró al limpiar, para entonces ya era tarde pues el chico había pedido dinero a sus padres y había reemplazado aquel jarrón, sin sentir pena o culpa, luego de mayor nunca dejó esa costumbre, tampoco nadie le dijo que estaba mal, al descubrir el jarrón sus padres tiraron los restos y siguieron sus vidas, tenían cosas más importantes que hacer, su padre en su trabajo... y su madre criando a la pequeña bebé que era su hermana, aún cuando creció nadie dijo nada por no saber disculparse, porque él buscaba la forma de salir del problema siempre, y cuando no había ninguna forma de hacerlo, huía; ahora, ¿qué marcó la diferencia esta vez? ¿por qué no huyó? ¿por qué no reclamó?, simple: Armando.

Para Mario, Armando era todo, y si a algo le tenía miedo (tal vez el único miedo de Mario Calderón): era perderlo, entonces a pesar de ser una persona que no se disculpaba, luego de verlo el día anterior tan adolorido, con ganas de morir, sabiendo que lo que estaba buscando en ese bar era que alguien lo matara, el castaño no podía dejar que eso pasara de nuevo, temía perderlo para siempre, por eso pensó tanto antes de responder.

Armando se sorprendió de lo honesto que sonó su amigo al disculparse, definitivamente no era algo que esperaba, pero lo agradecía demasiado, no quería volver a estar lejos de él y sabía que si el mayor no se disculpaba su ego no lo dejaría tranquilo “bien, supongo que si lo dice en serio, puede quedarse, pero aún tenemos mucho de qué hablar, no solo quiero que volvamos a ser amigos, Calderón...”

Y ahí fue cuando el corazón de Mario se aceleró.

“Quiero que vuelva conmigo a la empresa, tenemos que buscar la manera de recuperar nuestro prestigio, de demostrar que podemos hacer las cosas mejor, yo sé que podemos, juntos”.

Mario bajo la mirada decepcionado, claro ¿qué había pensado? “seguro, volveré a la empresa con usted, ex presidente” subió la mirada sonriendole un poco “y seguro que lo haremos mejor”.

Compartieron miradas de complicidad y sonrisas de tranquilidad, estaban en paz porque estaban juntos.

[...]

Luego de esto pasaron horas hablando, mientras que Mario hacía el desayuno para ambos en la cocina de Mendoza, este lo escuchaba atento, compartían anécdotas y opiniones, lo mismo más tarde en la comida, cuando estaban juntos todo era diferente, parecía que solo ellos dos existían en un mundo ideal sin problemas, lleno de color, en esos momentos en los que solo se miraban el uno al otro olvidaban todos los problemas que tenían detrás, ni siquiera cuestionaban por qué se sentían como se sentían estando juntos, solo eran ellos dos, como siempre.

“Nos agarró la noche” dijo Mario viendo por la ventana la ciudad que brillaba nada más por el reflejo de las estrellas y la luna “será mejor que vuelva a mi apartamento ya, Armando”.

Armando lo miró borrando la pequeña sonrisa que tenía desde hace ya un rato, la cambió por un gesto de nostalgia y asintió “sí, mañana madrugará ¿cierto? ¿lo veré de vuelta en Ecomoda?”.

El pelinegro miró atento a su compañero, con una mirada de añoro y esperanza, Armando muy en el fondo sabía cuál era la respuesta que necesitaba, y sabía, aunque no le gustará admitirlo, que Mario era indispensable para él, casi como el aire que respiraba.

“Sí, lo veré ahí” sonrió el castaño para el expresidente y tomando su saco caminó hacia la puerta para abrirla.

“Mario” lo paró Armando.

Mario volteó antes de salir y miró a Armando “¿si? ¿qué pasa?”.

Armando apretó un poco los labios “gracias por haber estado aquí” pronunció tímido.

Los hoyuelos de las mejillas de Mario se remarcaron al sonreír, estaba feliz por las palabras de su amigo, por poder haber estado con él de nuevo, porque todo se había arreglado.

“Para eso estamos, muñeco” dijo y finalmente abandonó el apartamento.

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