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Día siguiente.

Mario miró su reloj “8:10”, afortunadamente había logrado llegar temprano, a pesar de haber dormido apenas unas horas y haber tardado muchas más en convencerse para despertar, ahí estaba, entrando al ascensor de Ecomoda.

“Mire nada más quien llegó… y más temprano de lo que pensé”.

Mario rodó los ojos, justo a quien deseaba ver más que a nadie.

“Buenos días también, Danielito”.

Daniel subió al ascensor con su mirada fija en él, casi como si estuviera analizandolo.

“¿Seguro que son buenos?” una sonrisa ladina apareció en su rostro, listo para burlarse “parece no haber dormido en años, solo espero que no se me quede dormido”.

“Siempre tan amable y encantador” Mario sonrió falsamente, y discreto volteó para impedir al otro seguir observándolo “estoy perfecto, estoy listo para que me exploté un día más”.

Daniel rió saliendo del ascensor “si con lo que hizo ayer se sintió explotado espere a ver”.

“Buenos días, doctor” dijeron todas las secretarias al unísono al verlo llegar.

Daniel apenas les sonrió y se acercó a la ex secretaria de Mario, ahora secretaria de Armando, Sandra.

Mario caminaba detrás de él así que podía escuchar perfectamente su conversación.

“¿Sandra, no? ¿ya se digno a llegar su jefe?”.

“...Umm, no, doctor... don Armando aún no llega”.

Daniel volteó hacia Mario y arqueó una ceja como si él pudiera darle alguna explicación, este solo se encogió en hombros.

“Mhm, qué sorpresa” dijo irónico “en cuanto llegue le dice que necesito que vaya a mi oficina”.

“Sí, doctor, yo le digo”.

Entonces siguió su camino a la presidencia, Mario detrás de él, que iba pensando: no sabía que tan buena noticia era que Armando no hubiera llegado aún, es cierto que estaba molesto y confundido con él luego de la noche caótica pero no había terminado de decidir si tenía más ganas de no ver su cara o de verlo y aclarar todo el maldito asunto de una vez.

Entendía que el alcohol podía tener efectos, pero incluso el que Armando tomado se pusiera a buscar pelea le parecía más razonable de excusar que el que fuera un ebrio meloso y después sobrio se portara como si fuera de hielo.

“¿Tan cansado lo dejó anoche que no se digna a aparecer a sus horas?, Mario, no sea desconsiderado” rió Daniel desde su escritorio, sacándolo de sus pensamientos.

“¿Cómo?”

Daniel suspiró, divertido “Ese hombre lo tiene embobado definitivamente, Mario. Le dije que ahora entiendo sus ojeras y el retardo de Armando”.

Mario miró a otro lado y cerró la puerta de la oficina “no pienso decir más nada, Daniel, no estoy con ganas de discutir, estaré en la cueva si necesita algo, jefe”.

Gruñó por lo bajo y caminó a la pseudo oficina cerrando detrás de él.

[...]

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