15| Vitamina B.

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La brisa fresca del atardecer revolvía aún más el cabello castaño de Nazneen, mientras esperaba ansiosa por su dona rellena de chocolate. Había pasado una semana desde el cumpleaños del ojiazul y, aunque se veían a diario, eran pocos los momentos para disfrutar o discutir juntos. Además de que, dentro del hospital preferían guardar las apariencias para evitar chismes y problemas innecesarios.

— Aleja esa asquerosidad de mí –alega Ferman.

— ¿De qué hablas? –él señala el cremoso chocolate que se asoma en la dona de la joven –estás loco, esto es una delicia –toma otro bocado disfrutando el sabor en cada rincón de su paladar.

— Olvídate de que te bese mientras comes eso.

— Tú te lo pierdes, amargado. Ahora resulta que hasta el chocolate es malo –rueda los ojos.

— Para su información, señorita Dyncer, soy alérgico al chocolate –la castaña abre los ojos de par en par dejando a medio camino de su boca el cono frente a ella, de pronto un recuerdo viene a su memoria y suelta una leve risa.

— Entonces, hace años cuando te iba a regalar chocolates...

— Así es, sé que nunca me tuviste en buen concepto, pero la realidad era que me hacen daño.

— Pudiste haberlo dicho, no actuar como idiota.

— Sé que no tengo disculpa, pero los nervios me invadían y aún más las ganas de estar lejos de esos dulces –una sonrisa socarrona inunda el rostro de Nazneen.

— ¿El doctor Ferman se ponía nervioso ante mi presencia?

— Yo no dije eso.

— Pero lo diste a entender.

— Solo dije que debido a mis nervios actué como idiota.

— Lo bueno que lo aceptas.

— No puedo creer en lo que me he metido –suspira viendo a la pulga reír victoriosa.

Tantos años, Nazneen había tenido la idea errónea de que el ojiazul era un idiota de primera, que no tendría ni una sola oportunidad con él e incluso, en un momento de su vida, llegó a creer que era aspirar a mucho. Pero la realidad es que, por estar absorta en ideas erróneas o con la nariz metida en libros de amor, no se daba cuenta que cada vez que esperaba su turno para ver al doctor Adil había alguien que la observaba de lejos cada vez que tenía oportunidad, alguien que nunca se disculpó o se acercó a hablarle porque era una niña, porque estaba mal, porque era imposible.

Esa pequeña castaña había llamado la atención del entonces residente desde que él escuchó por primera vez su nombre, era simplemente hermosa con sus enormes ojos color café y una sonrisa que achinaba sus ojos cada vez que se apoderaba de su rostro. Pero era una niña, solo tenía 13 años y él ya era un adulto de 21, no debía tener esa clase de sentimientos. Unos meses después Beliz regresó de su viaje en Italia, esa pelirroja imponía con su sola presencia, parecía una decisión más acertada y no dudó compartir su vida con esa hermosa mujer que lo hacía sentir tan bien.

Pero el destino siempre tiene que cumplir su propósito y, aunque la etapa con Beliz y Kerem fue hermosa para ambos, los planes para la vida de Nazneen y Ferman debían cumplirse como estaba escrito.

...

— ¿Demir? –la confusión en su voz es inevitable, había venido a esta sala a buscar un expediente y encontrar al doctor dormido sobre el sofá casi la hace gritar.

— ¡Estoy despierto! ¿Cuál es la emergencia? –es el joven residente el que brinca para levantarse –oh, vamos Nazneen, no te burles.

— Creí... creí que lo excesos... se habían quedado en la facultad –habla con dificultad a causa de la risa – ¡Demir! –vuelve a hablarle cuando nuevamente se está quedando dormido.

Dr. FermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora