Capítulo 27.

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Observo el atardecer desde donde estoy.

La brisa fría en mi cara hace que no piense tanto y que pueda relajarme.

—Ten cuidado, Lala.

—Siempre tengo cuidado.

—Lo dudo mucho.

—¿Cómo te atreves a decir eso?

—Hace tres días estabas en un hospital en Nueva York y ahora estás aquí en Venezuela.

Volteo para ver a mi mejor amigo.

Hace tres días me escapé del hospital en cuanto Derek se fue creyendo que estaba dormida.

Vine aquí esperando que nadie me siguiera. Estando en el hospital recordé a Derek besando a esa chica, a mis amigas hablando mal de mi y solo quise desaparecer.

—No seas así conmigo, Fabri.

—Lala, yo te adoro.—Se acerca y me abraza.—Pero no estoy feliz con lo que hiciste. Estabas en el hospital.

—Era una simple anemia, ya me siento mejor.

Él aprieta los labios.

Suspiro.

—Lo siento. No te enojes conmigo, nunca lo has hecho.—Hago un puchero.

—Bien, sabes que no puedo enojarme contigo.—Deja un beso en mi cabeza.

—¿Por qué defiendes tanto a Derek?—Le pregunto curiosa.—Yo soy tu mejor amiga.

Él se ríe.

—¿Celosa por él o por mi?

—Un poco de ambas.—Le sonrío.

—Eres un caso.—Sonríe negando con la cabeza.

—Tu caso, bebé.—Lo observo.—No me cambies el tema, Fabricio.

—Está bien. Lo defiendo porque demostró que te quiere demasiado estando aquí.—Me explica.—Nadie es perfecto, mi niña, pero un chico capaz de esforzarse por no pelear o discutir contigo para que disfrutes de tu viaje, que intenté entender español, que le cocinara a Valentina y que le regalara cosas a muchos aquí, demuestra mucho.

Lo observo.

—Tú siempre dices que prefieres acciones y no palabras. Sin embargo, creo que nos has podido interpretar las acciones de él.

Eso me confunde mucho.

—¿A qué te refieres?

Él sonríe.

—Dijiste que antes de venir acá, él ya había investigado de Venezuela para tener un tema de conversación contigo.—Asiento.—Pero estando aquí te preguntó muchas cosas, creo que él quería escuchar de tu boca como tus ojos ven todo.

Mi boca se abre al oírlo.

—Cuando no quisiste terminar el recorrido en la cueva del guácharo, él no dudó en regresar contigo, y solo siguió porque tú se lo pediste.—Abro mis ojos sorprendida.—Cada vez que tienes pesadillas, él se queda hablando contigo hasta calmarte. Cuando creíste perder tus anillos, él los guardó para ti.

Miro mis manos.

—Layla, puede que él no se exprese con palabras, pero sus acciones gritan lo que siente por ti.—Sonríe.—Él suele mirarte mucho, sonríe cuando lo haces y se enoja si tú te enojas. Incluso, adoptó varios gestos tuyos.

Al borde del abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora