Capitulo XVII
Eros Abreu
El día de descanso de Psique comenzará en un par de horas, por fin un día en mucho tiempo un día en el que no tendremos que estar preocupados por la hora ni pendientes del maldito reloj, esa será una noche dedicada a ambos. Estas semana han sido increíbles y alucinantes he compartido momentos tan personales y mágicos con la chica que llevo amando desde siempre, aún la recuerdo dejando sus pisadas marcadas sobre la suave arena humedecida por las ligeras olas del Mar que descansan en la orilla, su cabello castaño siendo movido por el suave viento, sus pequeñas manos entrelazadas con las mías y sus dedos jugueteando con los míos, su rostro demostrando sorpresa convidado con un poco de incredulidad cuando le dije que había podido decir una frase en italiano, la salida a la heladería, de hecho hemos vuelto a ser niños y hacer ciertas cosas que solíamos hacer hace varios años, comimos pasteles de queso en la fabrica del cheesecake hasta estar satisfechos, también fuimos a patinar sobre hielo, odio el patinaje y mucho más cuando se hace sobre hielo, porque me molesta el sonido de las cuchillas al encajarse sobre le hielo, pero a pesar de eso accedí porque psique parecía muy emocionada de hacerlo, también nos escapamos de la universidad a la hora de su almuerzo para comer juntos en mi auto, lo cual me es desagradable pero ella parcia disfrutarlo, y el pasear tomados de la mano por todo el parque centra fue de lo mejor de todos estos días, sentir sus manos siempre me reconforta y también me hace odiarme porque psique no se lo merece ella merece a alguien mejor, a alguien que este dispuesto darlo todo por ella.
Cierro la pantalla del computador dejándome caer hacia atrás, resuelta que por más hermoso y gratificante que sea pasar el día con Psique, esto me está haciendo ahogarme en trabajo y desvelarme para poder adelantar un poco, me inclino en la silla hacia atrás con la espalda recostada a la pared y un lápiz de madera color rosa que robe del segundo cajón del cuarto de Atenea mientras no miraba tamborileándolo entre mis dedos, mientras mi cerebro se imagina a Psique en casa, jodido sea el momento del maldito día en que esto paso, y es que es lo desesperante... el no poder estar tranquilo el estar, deseando que se acabe el maldito día para volver a verla, siempre analizando la horas y los minutos para que todos valla de acuerdo al lo planeado y no se diga de mis manos.
—¿Qué putas te pasa Eros? —me dirijo a mi mismo a la vez que suelto un suspiro cansado. Mi cuerpo está realmente agotado puede que sólo tenga veintitrés pero tanto trabajo me hace sentir que soy un hombre de cincuenta y nueve años con tres divorcios, diez hijos y cinco nietos, estoy sumamente agotado, y para empeorar la situación el simple hecho de pensar que tengo que levantarme de aquí y bajar hasta la cocina hace que me agote aun más.
Entro a la cocina con cuidado, con tanto cuidado que incluso me quite los zapatos en el despacho, mis pies descalzos dejan huellas sobre el suelo recién trapeado, lo sé porque aún huele a menta y limón, mirando a todos lados con la poca luz de los faroles de la calle que se cuela por la ventana que está detrás del mesón del comedor, me arrastro hasta la cesta que está en la barra de la cocina, levanto todas la frutas en busca de algo de azúcar pero solo encuentro azúcar saludable, manzanas, peras, bananas, naranjas. Necesito golosinas, me despego de la canasta buscando como un maldito drogadicto agachado con la rodillas puestas sobre el suelo. Hermes siempre suele guardar dulces y golosinas en pequeños lugares en donde según él nadie sospecharía, hago crujir las bolsas que están en la despensa dentro de las alacenas.
—!Quien eres! —un grito de guerra me sorprende haciéndome girar la cabeza cuando algo muy duro me golpea justo en la cabeza
—¡Demonios, que carajos soy Eros! —me quejo llevando mis manos hacia mi cabeza deseando que no tenga que ocupar puntos, es un golpe fuerte que me hace doblarme de dolor gimiendo y apretando los dientes, para no maldecirla en la cara.
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A UN BESO me rindo ante ti
Teen Fictionenamorarte de alguien implica abrir tu corazón de par en par para mostrar lo mas perturbador de tu ser, enseñarle lo mas frágil y débil de tu persona