Capítulo 18

622 40 0
                                    

  Nunca había entrado a la habitación de Mandy, Tamara nunca se lo había permitido, pero cuando la misma Mandy les exigió entrar, pudo volver a sentir esas sensación de incomodidad, misma que sintió la primera vez que visito esa casa.

  Algunos muñecos vudú estaban sobre el escritorio cuyo espejo estaba adornado de versos en latín o un idioma que no logró reconocer a simple vista. La habitación era jodidamente fría y tenía la sensación de siempre estar siendo observada, ya sea por el espantapájaros tamaño humano a un costado de la gran cama, o por el cuadro del árbol de Greendale, apodado "Las Trece de Greendale" por las brujas ahorcados en él.

  Mandy pasó por su costado de manera apresurada y le indicó que la siguiera hasta subirse a la cama con ayuda de su nieta, quien seguía igual de confundida que la morocha. Cuando no esperaba menos, su dedo de acentuó en el corazón del árbol y se hundió profundo, haciendo sonar como si un gancho hubiera sido movido, entonces el cuadro se abrió como una puerta, dejando a la vista otra habitación.

—¿Abuela, qué es eso?

—Vamos, de prisa.

  La primera en pasar fue Mandy, seguida de Tamara y por último Isabella, quien poco convencida cruzó el umbral y pegó un salto hasta estar dentro de la otra habitación, toda de cemento y con dibujos satánicos por doquier. Intentó evitar el hecho de que las paredes y el suelo no solo estaban escritos, sino también manchados de un líquido rojo oscuro que ni siquiera se paró a preguntar qué era. En el fondo sabía que si preguntaba tal cosa, la respuesta no le sorprendería ya que se apreciaba perfectamente, y teniendo en cuenta que estaba dentro del escondite de una bruja negra, que lo de las paredes y el suelo era sangre seca. Fue entonces que el olor a muerte invadió sus fosas nasales, dándole grandes náuseas.

—Siéntate, Isabella.

  Volteó a verla rápidamente con sus ojos llorosos por las náuseas y se fijó en las cosas que había preparado la anciana frente a ella; una copa de plata, un huevo y una daga también de plata. Tragó saliva dificultosamente y por inercia volteó a ver a su mejor amiga. La expresión de pánico en su rostro solo causó que desconfiara aún más de la situación, dando un paso atrás.

—Isabella, siéntate por favor.

—Abuela, ¿Para qué son esas cosas?

  La mayor miró a su nieta y luego a su amiga, soltando un suspiro y bajando la mirada a la daga.

—Tú energía negativa es muy pesada, Isa. No sé qué has estado haciendo o qué te han hecho, pero necesito hacer esto para comprobarlo.

—¿Comprobar qué? —preguntó con voz ahogada.

—Si te han embrujado.

  Sintió el azúcar bajarse en cuanto esas palabras salieron de su boca. ¿Embrujada?, pero ella no conocía a ninguna bruja a excepción de Mandy, y tampoco tenía conflictos con nadie para confirmar que alguien le tenía tanto odio como para llegar a embrujarla.

—Por favor Isabella, toma asiento.

  Apretando sus manos en forma de puño volvió a mirar a Tamara, ahora haciendo contacto visual entre ambas. Cuando ella hizo un leve asentimiento fue suficiente para que caminara hasta la mujer y se sentara sobre el frío suelo, sintiendo la presencia de la pelirroja a un costado de su cuerpo. Miró la daga nuevamente y luego se centró en las palabras de la abuela.

—De acuerdo, seré breve —tomó aire. —. El huevo me ayudará a saber si estás embrujada o no, todo depende de la yema, si ésta sale normal entonces estás sana, pero si sale roja... entonces alguien te embrujó.

—¿Y la daga?

—Necesito tu sangre, Isa.

  Sus manos estaban temblando sobre sus piernas y cuando volvió a bajar la mirada a los objetos entre ambas sintió un fuerte pesar en el cuerpo. Si ella estaba embrujada, ¿Qué carajos se supone que haría?.

𝒯𝑒𝒹𝒹𝓎 𝒷𝑒𝒶𝓇  | 𝐊. 𝐓𝐇 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora