La soledad se aferraba a mí como una enfermedad terminal, consumiéndome poco a poco. Cada día que pasaba, sentía que una parte de mí se desvanecía, pero no había nadie dispuesto a hacer esos días más llevaderos.
Y así, una vez más, me despertaba con mi vieja y amarga amiga: la ansiedad. Sus garras se clavaban en mi pecho, apretando cada vez más fuerte.
Mis dedos temblorosos se enredaron con los botones de la camisa. Los golpes del día anterior me dificultaban incluso una tarea tan ridícula como vestirme.
La parte deprimida de mí peleaba contra mi parte más cuerda para evitar ir a la escuela. Odiaba lo mala que podía ser mi propia mente cuando se llenaba de pensamientos negativos.
Tomé un poco de maquillaje que compré el día anterior con la intención de disimular las marcas de los golpes, pero desistí al notar mi lamentable intento: las plastas mal aplicadas solo resaltaban los moretones.
Rendido, tomé una toalla y lavé mi rostro, dejando las heridas nuevamente a la vista.
Antes de salir de la habitación, no pude evitar mirarme otra vez en el espejo. El par de ojos marrones me devolvió la mirada, pareciendo reprochar la flagrante falta de esfuerzo que puse en prepararme como cada mañana.
Una vez que estuve en el comedor tomé una manzana y me dispuse a salir.
—Domi, espera un momento —me llamó mi abuelo con voz cálida mientras salía del cuarto de lavado.
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Una primavera llamada Asher
Ficção AdolescenteEn el mundo de Dominick Decker, la marca de flor con la que se nace lo es todo, por lo que él, siendo un desmarcado no puede más que sentirse excluido, al fin y al cabo, la popularidad y el valor están definidos por aquello que no tiene. Con la ment...