En el mundo de Dominick Decker, la marca de flor con la que se nace lo es todo, por lo que él, siendo un desmarcado no puede más que sentirse excluido, al fin y al cabo, la popularidad y el valor están definidos por aquello que no tiene.
Con la ment...
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Me desperté con la cabeza pesada y la garganta irritada. El sonido de la lluvia golpeando la ventana solo empeoraba mi malestar. Luego de las constantes lluvias, y tras haberme empapado hasta los huesos, no fue una sorpresa cuando el resfriado me atrapó.
La fiebre me mantuvo atrapado en un ciclo de somnolencia y desorientación durante toda la mañana. Finalmente, acepté lo inevitable: debía descansar. Me envolví en mantas gruesas y pasé el día intentando leer, aunque las palabras parecían bailar ante mis ojos, incapaces de sostener mi atención. El silencio de la casa solo hacía que mi aislamiento se sintiera más profundo.
Mientras yacía en la cama, pensé en Asher. La idea de escucharlo era tentadora. Pero antes de que pudiera tomar el teléfono, algo me detuvo. No quería preocuparlo ni causarle problemas innecesarios. Ya había hecho demasiado por mí, y la última cosa que quería era ser una carga.
Solté un suspiro y dejé que el teléfono cayera de nuevo en la mesita de noche. El silencio volvió a envolverme, pesado y opresivo, mientras la habitación parecía encogerse a mi alrededor, y el malestar en mi pecho se extendía con cada respiración.
Si tan solo mi abuelo y tío Jonathan no hubieran salido tan temprano. La soledad nunca me había resultado tan abrumadora como en ese momento.
Por la tarde, cuando el cielo comenzaba a oscurecerse con las nubes de una tormenta, escuché el timbre de la entrada principal. Me levanté lentamente, mi cuerpo protestaba a cada movimiento. Abrí la puerta y ahí estaba Ewart, con una sonrisa cálida y una bolsa en la mano.