•Setenta y døs•

1.5K 304 81
                                    

2/2

Tras abrir los ojos, Suna sintió un fuerte dolor, apenas si podía moverse. Intentó voltear su cuerpo a un costado pero un tirón en la parte baja del abdomen se lo impidió.

Lo único que veía desde esa posición, era un techo verduzco el cual parecía querer derrumbarse en cualquier momento. También podía escuchar un constante pitido que acompañaba el ritmo de los golpeteos de su corazón.

¿Qué había sucedido? ¿A dónde la habían llevado? Se encontraba muy confundida porque lo último que recordaba, era estar huyendo.

Tardó varios minutos en notar que alguien estaba a su lado. Con mucho cuidado, volteó su cuello lo suficiente como para lograr ver quién estaba allí, y una sonrisa se dibujó en su rostro tras darse cuenta de que se trataba de su amigo, Seong. Este, estaba sentado en una silla, profundamente dormido.

Suna volvió a acomodar su cabeza sobre la almohada y sin bajar la guardia, cerró por un instante sus ojos. A pesar del dolor físico, mostraba una gran fortaleza, pues no dejaba de controlar a su animal, este estaba furioso, quería salir y despedazar a todos aquellos Alfas que habían atentado contra la vida de los cachorros. Ese recuerdo se proyectaba en su mente una y otra vez.
Ella jamás había pensado en casarse, mucho menos en formar una familia; una vida casera con un esposo y niños correteando por la sala, nunca había estado ni cerca de sus planes. Sin embargo, su lobo no pensaba igual, era consciente de que había cachorros indefensos y que necesitaban cuidados y protección, claro que en ello, Suna estaba de acuerdo con su animal, pues también estaba preocupada por los niños, pero le asustaba la intensidad con la cual el lobo anhelaba hacerse cargo de la situación, como si aquellos cachorros fuesen de su propiedad, como si nada en la vida fuese más importante que ello.

Suna aún no estaba familiarizada con su instinto, aquello que era tan natural en un lobo, aquello que tal vez en otra vida se hubiese dado de una forma tan fácil como el respirar.

De nuevo observó a Seong, tal vez más de la cuenta.

«¿Qué me sucede?», pensó. Quizás estaba vulnerable, haber estado haciendo equilibrio en el precipicio de la muerte, podía cambiar a cualquiera, pero pensar en que su amigo se veía atractivo cuando dormía, era apostar todas las fichas a que el disparo le había atrofiado el cerebro. No podía estar fantaseando con esas cosas en un momento así, ella sabía muy bien que el amor en épocas de guerra nunca iba bien, no solo distraía, también lo volvían a uno más vulnerable.

—¿Suna?

La voz de Seong se escuchó demasiado fuerte entre aquellas paredes vacías.

—Suna, ¿te encuentras bien? —insistió.

—¿Cómo sabes que desperté?

—Me estás apretando con fuerza.

Enseguida llevó su mirada hacia las manos entrelazadas y soltó el agarre.

—Disculpa, no era consciente de lo que… —suspiró— mi estúpida mano hacía.

Seong la observó sorprendido, ella no era de las mujeres que solían avergonzarse por ese tipo de cosas.

—Veo que te encuentras mejor —dijo a medida que tocaba sus mejillas, estas se sintieron calientes al tacto—, o eso creo.

Suna asintió con un movimiento de cabeza, luego tomó una gran bocanada de aire y exhaló con lentitud, el solo hecho de hacerlo le causó un fuerte dolor. 

—¿Necesitas algo? —ofreció su amigo mientras se levantaba de la silla. Se le reflejaba la preocupación en su rostro cansado.

Ella lo miró por un instante.

El último Omega || YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora