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La luz del sol se reflejaba en el verde césped, coloreando el paisaje sin miedo de verse demasiado llamativa. Los árboles se movían lentamente de un lado al otro, como si la brisa les dijera suavemente un secreto y ellos reaccionarán con una risa leve. Las flores sobresalían buscando la altura suficiente para verse más allá del alto césped y Chris sabía a la perfección que aquello era un saludo. Un asentimiento con la cabeza se le escapó en la soledad de aquel campo vacío.

La curva en sus labios fue una respuesta espontánea hacia la naturaleza. Sus ojos marrones se alzaron al cielo, buscando en su entrecerrada mirada, alcanzar las nubes con un suspiro dejado en el viento. Su cabello rubio ya estaba demasiado alborotado por sus ondas naturales, pero la brisa primaveral tocó con sutileza el extremo desprolijo. Chris soltó una suave risa y terminó de ponerse el guante derecho. A lo lejos, el puesto de apicultura le esperaba pacientemente.

—Hola de nuevo —saludó en voz alta el chico de la sonrisa. Hizo una extraña reverencia y dejó que las abejas tomaran vuelo alrededor de su cuerpo—. ¿Qué tal el invierno? ¿Lograron mantenerse calentitas? ¿Cómo están sus reservas?

Chris era un fanático de la naturaleza, eso era un hecho claro, pero los animales excedían con perentoria esa adoración. Especialmente las abejas. Cuando era niño, en sus momentos de ocio, leía guía enteras extraídas de la biblioteca sobre el cuidado especializado y detallado de la apicultura. El tiempo le permitió un aumento de adoración, la cual ni siquiera se inquietó por reprender. A la larga, comenzó a acompañar a su padre en la apicultura por hobby. Ese lugar, le despertaba emociones que solo tenía contadas veces.

—Voy a importunar su sosiego. Sabrán disculparme. —Chris continuó una charla unilateral con la sonrisa de por medio y se dedicó a cuidar de aquel lindo insecto, revisando las colmenas y asegurándose de que no hubiese problemas en cantidad de población o roturas en sus tan trabajados hogares—. ¿Ya vieron las flores? Sé que harán un increíble trabajo con ellas. El prado les pertenece.

Y con aquellas palabras, pasó un rato entre las abejas y se dedicó a recordar los detalles de cada una. Frases de por medio, apreciación a las nubes blancas del cielo y por segundos, simplemente miraba el paisaje y se perdía en un cerrar de ojos y el rozar de un viento primaveral. La época del año favorita del rubio.

Terminó su trabajo con satisfacción. Las abejas habían tenido un invierno cómodo y sin problemas. Agradeció aquello. Dejó todo en su lugar y terminó su tarea sin borrar en ningún momento la sonrisa de sus labios. Se despidió con respeto y nostalgia, asegurando visitar sus colmenas prontamente. Después de todo, viajó setecientos kilómetros solo por ellas y su familia.

Oh, y para detener una boda, eso también.

Llegó al camino de piedras detrás de la enorme casa donde yacían las personas que más quería en el mundo y se detuvo a la mitad del sendero cuando un grito lo sorprendió. Se quitó el velo redondo y sonrió aún más, marcando el hoyuelo en su mejilla y recibiendo los brazos de una chica rubia llena de pequeñas pecas y una estatura menor a la suya. Su hermana se veía hermosa en aquel vestido celeste.

—¡Estás en casa! Oh, gracias por venir. —Ruby, su pequeña protegida de la casa, le sonrió con pequeñas lágrimas atoradas en sus ojos. Chris la apretó en un abrazo fuerte.

—¡Estás tan grande! —aseguró el mayor, alejando a la chica para sostener sus mejillas regordetas entre sus dedos—. Ya eres toda una señorita. Ruru con diecisiete. ¿Quién diría que algún día pasaría?

La chica de mejillas rosadas por la corrida hasta su hermano, le sonrió en grande. Un encanto de la joven que Chris admiraba por completo. Una voz un poco más gruesa se oyó en el jardín, justo en la puerta de salida al exterior. Chris alcanzó a ver por encima del hombro de Ruby, el cabello rubio prolijamente peinado de su hermano menor. Sus pecas brillaron en sus mejillas cuando Chris alzó su mano en un saludo.

Puertas al cielo - [Chanho] [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora