XXX - [FINAL]

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Llegar de nuevo a una zona rural luego de pasar casi un mes en Brisbane fue para Minho bastante difícil de asimilar. Si la situación se remontara a un pasado dónde aún no sabía lo que ocurría realmente bajo el techo de su casa, habría buscado mil excusas para no visitar a su madre e incluso estaría refunfuñando desde que bajó del tren hasta llegar a ese camino de tierra donde todo dio inicio.

El gran hogar Lee estaba al frente, esta vez sus maletas no se habían confundido con las de Chris y estaba completamente solo. Gemma y Holly estaban en plena luna de miel, de la cual Minho no pudo saber dónde se festejó, y Chris insistió en preparar la casa y ordenar esta semana antes de que llegara navidad y las fiestas explotaran la ciudad.

Lo admitía, estar solo no era del todo de su agrado cuando se había acostumbrado a pelear con Chris todas las mañanas y acabar los dos metidos en el baño con la excusa de no gastar mucha agua o a ver a Holly en todas las ventanas con un cenicero cerca y a Gemma dando vueltas por los espejos porque su cabello «estaba intratable ese día». Entre nosotros, Gemma tiene el cabello intratable siempre.

Tocó la puerta y esperó a que Changbin le abriera. Era temprano por la mañana y ver su cabello lleno de ondas naturales fue un punto perfecto para una sonrisa.

—No eres fanático de madrugar, ¿verdad? —Minho extendió sus brazos y Changbin le devolvió ese abrazo con una sonrisa dormida.

—No, pero hay un psicópata en la puerta de mi casa a las seis de la mañana. No puedo dejarlo solo afuera. —Changbin se movió a un costado para que Minho entrara—. Mamá está en el jardín, no eres el único psicópata con gustos extraños de poner el despertador cuando el sol todavía duerme.

—¿Seungmin y Jeongin? —Minho respiró hondo al ver su hogar intacto. Todo estaba donde siempre estuvo.

—Duermen, cómo personas normales. —Changbin se dio la vuelta y comenzó a subir las escaleras de regreso a su cama.

—Gracias, señor simpatía. —Minho sonrió cuando lo único que recibió de su hermano fue un gruñido.

Dejó sus cosas y salió al jardín. Jiyu estaba en una silla mecedora. Tenía cuarenta y cinco años, pero últimamente se veía como una mujer que pisaba los sesenta. Minho tomó asiento en el porche de la casa y le extendió la mano a su madre para que la apretara.

—Hola —saludó el menor. Jiyu pestañeó varias veces y se giró a verlo.

—¿Minho? ¿Estás aquí? ¿Por qué? —La mujer sonrió, una curva y sus arrugas aumentaron.

—Por ti. No viniste a Brisbane para la boda de Holly y Gemma. Amas las bodas, madre. ¿Qué está pasando? —Minho apoyó su mejilla en la pierna de la mujer y la miró con pena, sabiendo exactamente que esa sería una de sus últimas mañanas. Estaba agotada, se veía abatida.

—No lo sé, no puedo levantarme de la cama sin que me duela la cabeza. Me están matando los dolores, Min. De vez en cuando, todo se torna blanco y luego negro. —Jiyu miraba el jardín con la mirada perdida en la naturaleza—. Quizás debería prepararte unas galletas. Has tenido un viaje largo.

Jiyu hizo el amague de levantarse, pero Minho la detuvo. Seguía saltando de un tema de conversación al otro sin mucho puente.

—¿Qué te han dicho los médicos?

—Que no entienden que puede ser. Está bien, mi madre siempre decía que lo único que el ser humano intenta dominar y sigue fallando en el intento, son la naturaleza y su destino. —Jiyu sonrió, Minho tragó duro—. ¿Quieres que le diga algo a los ángeles de tu parte? Ellos me cuidan.

Minho bajó la mirada, lo poco de cordura que quedaba en su madre era una conversación con un café, el resto se reducía a hacerla sonreír con pensamientos extraños.

Puertas al cielo - [Chanho] [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora