XX

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Minho llegó a su habitación con paso seguro, apoyando su espalda en la puerta una vez dentro y sonriendo cuando vio a Gemma sentada en la cama con su cabello alborotado, la marca de la almohada en su mejilla izquierda y dedicándole una mirada curiosa a cada detalle que el mayor presentaba en su cuerpo testigo de haber tenido una gran noche. Minho entró a la habitación con despreocupación, quería ver cuánto aguantaba Gemma antes de pedirle que hablara.

—¿A dónde crees que vas, Lee Minho? —reprochó la chica con su voz aún algo dormida, mirando como el mayor entraba al baño sin prestarle atención.

—Buenos días a ti también, Gemma —saludó desde adentro del baño. Gemma soltó un bufido aún en la cama.

—Y vaya que son buenos. Ven aquí antes de que me agarre un pico de abstinencia por falta de detalles. —Gemma palpó la cama para indicar que Minho debía volver a la habitación. El mayor se asomó con una sonrisa.

—¿Detalles de qué, querida?

—Voy a arrancarte esa sonrisa con mis uñas, Lee Minho. —Gemma levantó sus manos en forma de garras y Minho soltó una risa.

—No eres muy simpática por las mañanas, ¿no es así? —Minho volvió a la habitación y se acostó en la cama sin importarle mucho el césped de su ropa.

—Habla, cariño y no te olvides de ningún detalle —insistió la chica, cruzándose de brazos y mirando con reproche al mayor. Minho sonrió y cerró los ojos en la cama.

—Me gusta, Gem —admitió, haciendo que su prometida abriera los ojos con sorpresa—. Me gusta un hombre y no cualquier hombre. Me gusta Christopher Bang, la última persona en este mundo que debería gustarme.

Gemma se lanzó a abrazar al mayor con un grito eufórico. Minho soltó una risita cuando una calidez invadió su pecho al saber que alguien iba a escucharlo ser él mismo sin juzgarlo. Que alguien se emocionaría siempre que le contara lo que su corazón dicta y que no trataría de tachar sus problemas con otros encima. Gemma era la única persona en el mundo a la que Minho le daría la contraseña de todos sus secretos.

—No te sientas mal, cariño. Enamorarse es algo tan humano como pensar. No puedes enojarte por cada decisión que tu corazón toma porque pasarás toda tu vida tratando de romper una imagen que tu espejo no está dispuesto a dejar de mostrarte. —Gemma tomó a Minho de las mejillas y el mayor la miró con ternura—. Sé que tienes mil cosas en la cabeza en este momento, pero realmente me gustaría que te dejaras llevar. ¿Lo harás, Min?

—Trataré de hacerlo, pero si esto que yo siento llega a afectar a las personas que me rodean, Gem... —Minho se enderezó en la cama y Gemma lo miró con pena en sus ojos—. No quiero arruinar la vida de nadie por amar sin fronteras.

—¿Y estás dispuesto a arruinar la tuya por la de los demás? ¿Realmente vivirás así? —Minho no respondió, Gemma sabía que costaría un tiempo curar esa herida de exigencia que la sociedad hizo en él—. Deja que fluya, Min. Deja que el viento te lleve a dónde sea que él quiera llevarte y deja de pensar a qué altura estás del suelo o cuánto falta para la próxima parada. Disfruta el paisaje, cariño. Disfruta el viaje. Holly y yo vamos a cubrirte.

—Te quiero, Gem —admitió el mayor, sacándole una sonrisa a la chica y recibiendo un golpe en su hombro por aquella dulce oración.

—Yo también, mi fiel compañero al infierno.

Un abrazo los unió rápidamente y luego, entre cosquillas que el mayor comenzó sin piedad, ambos terminaron riendo en la cama y molestándose mutuamente.

Unos golpes en la puerta los alertaron a ambos. Minho miró a Gemma y esta lo tapó rápidamente con una manta para cubrir su camisa llena de césped y su pantalón con restos de tierra. La puerta se abrió y Jiyu apareció en el umbral con una mano en la cabeza y un rostro poco amigable. Los dolores debían ir en aumento últimamente.

Puertas al cielo - [Chanho] [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora