XXI

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El sol entraba por los ventanales rotos de la iglesia y dejaba un haz de luz en el rostro de Chris, quien escribía en su cuaderno sobre un tipo de enredadera. Minho, sentado en el altar con las piernas flexionadas, dibujaba con lápiz la imagen que tenía enfrente. Chris alzó la mirada cuando lo escuchó suspirar y su boca se frunció con reproche. Una sonrisa bailó en sus labios. Ya habían pasado dos horas desde que se escaparon de la feria y ninguno parecía estar al tanto de ello o no querían estarlo.

—¿Por qué sonríes? —Chris volvió la vista al cuaderno mientras la pregunta de Minho retumbaba con eco entre la naturaleza y los restos de la humanidad.

—Porque realmente no puedo creer que, hasta hace unos meses atrás, tenía ganas de mudarme a la Antártida con tal de estar lejos tuyo. —Chris no borró la sonrisa cuando Minho bajó las piernas del altar y lo miró con diversión.

—¿Y ahora? ¿Irías a la Antártida?

—Claro, pero te arrastraría conmigo —soltó con sinceridad el mayor, alzando nuevamente la vista de su cuaderno y viendo lo tierno que se veía Minho con las piernas colgando del altar.

—Creí que no te gustaba la nieve y el frío.

—No, pero me gustas tú. —Chris se levantó de su lugar y Minho sonrió ante la afirmación—. ¿A dónde te gustaría ir conmigo? Y no digas al cielo porque no voy a negarme y esta es la única camisa que me queda.

Chris se posicionó frente al menor, sus manos fueron a parar a sus bolsillos y Minho apoyó sus antebrazos en sus piernas para estar más cerca del rubio.

—A Brisbane —soltó con sinceridad.

—¿Y por qué allí? —Chris dio otro paso al frente, tomando de la barbilla a Minho y alzando su mirada unos centímetros.

—Porque allí es donde vivo con Gemma. Dónde está Holly —aclaró Minho—. Quiero que conozcas mi vida cuando la sociedad no me importaba. Cuando recién me lanzaba a la libertad y no había una cadena en mi cuello.

—¿Gemma sabe de esto? —Chris miró directo a los ojos del menor, quien pestañeó con suavidad, haciendo sonreír al mayor ante esa ternura involuntaria que desprendía.

—Lo sabía incluso antes que yo. Dice que tiene algún tipo de radar para estas cosas y hoy me aseguró que compartiríamos habitación en el infierno. Creo que tiene el mismo sentido del humor que tú.

Chris soltó una risa que llamó por completo la atención de Minho. Podía ver sus hoyuelos en sus blancas mejillas a esa corta distancia.

—Quiero conocer esa vida. Quiero conocerte a ti —aseguró cuando su risa cesó. Minho sintió su corazón acelerarse.

—Conocerás a Holly y sus peleas con Gemma sobre el centro de mesa en Navidad —afirmó el menor, mirando por encima del hombro de Chris la estatua de los dos ángeles—. Y a mis gatos, te obligaré a aprenderte sus nombres. Verás el espectáculo de fuegos artificiales el veinticuatro por la noche y saldremos a caminar por el costado de la playa en plena madrugada porque Holly dice que es una tradición enterrar nuestros pies juntos en la arena. Escucharás como Gemma se sube en la mesa cuando una araña anda cerca y Holly sale a defenderla con alguna escobilla barata mientras yo tomo un café en la cocina porque me niego rotundamente a acercarme a esos bichos.

Chris deslizó su mano de la barbilla de Minho hasta su mejilla, atrayendo su rostro al suyo hasta lograr que sus narices tocarán la punta con suavidad. Un tacto indefenso, el más sincero. Una sonrisa brillaba en aquellos labios que Minho se atrevió a apreciar. Se veía encantado ante las palabras sinceras del menor.

—¿Quieres una vida conmigo, Lee Minho? —Chris se separó del menor para mirarlo a los ojos.

—Creí que lo del casamiento iba en serio —bromeó Minho, sacándole una risa al mayor—. No me digas que era una metáfora, acabo de lanzarme nuevamente a la libertad.

Puertas al cielo - [Chanho] [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora