CAPÍTULO 27

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Le comenté a la madre de Ethan que estaba buenísima la comida. Obviando así el gran nudo que se me estaba formando en la garganta y que casi me estaba impidiendo comer.

Ella alegremente empezó a charlar, a añadir a su marido en la conversación. Yo me enganchaba como podía a la conversación, hasta que se centró totalmente en mi. Pero antes de ello, una chica apareció en el jardín.

— ¡Hombre! ¡El famoso! — Chilló aquella chica con el pelo castaño.

— ¡Lucrezia! No esperaba que vinieras. — Contestó Ethan.

El se levantó a abrazarla. No sabía quien era.

— Ella es mi hermana Lucrezia, dolcezza. — Me explicó. — Y ella es mi novia Elina, Lucrezia.

La tal Lucrezia, la cual era preciosa, me abrazó y me sonrió. Luego se sentó con nosotros a comer. Pero la conversación volvió a centrarse en mi.

— ¿Que te hizo escribir el libro, Elina? — Me preguntó su madre.

— Pues quizás el echo de poder contar una historia a la gente. De que puedan escapar de su mundo.

Su hermana sonrió ante mi respuesta. Sin duda le había gustado.

— ¿Y tus padres que piensan de todo esto? — Volvió a preguntar su madre.

Mierda.

Me atraganté con la comida, y sin querer me manché con el vino que estábamos bebiendo. Era la excusa perfecta para ir al baño.

— ¿Donde está el baño? — Pregunté casi en un susurro.

— Arriba a la izquierda. — Contestó Lucrezia desubicada.

Me levante prácticamente corriendo de aquella mesa. Quería evitar esa pregunta por todos los medios. El nudo en la garganta se había echo muchísimo más grande.

Narra Ethan:

Sabía perfectamente porque Elina se había ido. Lo sabía de sobras. No culpaba a mi madre por ello, ella no lo sabía.

— ¿He dicho algo malo, hijo? — Preguntó mi madre preocupada.

Suspiré.

— No tiene contacto con sus padres. La echaron de casa. — Solté mirando a la nada.

Vi a mi madre taparse la boca. Lucrezia me miraba apenada y por primera vez mi padre también.

Joder, tenía que ir a por ella. Tenía que saber si estaba bien.

— Voy a verla, ahora vengo.

Me levante de la mesa y subí prácticamente corriendo al piso de arriba. No soportaba verla así.

Narra Elina:

Sabía perfectamente que quien estaba subiendo las escaleras era Ethan.

Yo estaba sentada en el suelo. Me había deslizado por la puerta.

Y si, estaba llorando. Recordar este tema me dolía muchísimo. Más de lo que la gente se imaginaba. Nadie era consciente del dolor que conllevaba perder a unos padres, y no en el sentido de la muerte, si no, perder el contacto, perderles la pista, y no saber absolutamente nada de ellos, pero saber que están vivos y siguen su vida como si nada.

— ¿Elina?

No respondí. No quería que me escuchase así.

— No disimules. Se que estás llorando, y no hay nada que me duela más que eso. — Suspiró. — Ábreme la puerta, y déjame abrazarte.

Un abrazo suyo era una de las cosas que necesitaba. Así que no dude en abrir la puerta.

El me vio y me miró apenado. Acaricio mi mejilla húmeda y después volvió a cerrar la puerta detrás suyo. Me estrechó entre sus brazos, y empezó a acariciar mi pelo.

— Siento no habérselo contado. No pensaba que fuese a preguntar hoy. — Susurró. — Disculpa a mi madre, de verdad.

— Ella no lo sabía, no al culpo. — Logré decir.

— Solo quiero recordarte que eres la mujer más fuerte que he conocido en mi vida, ¿de acuerdo? Y que cualquier preocupación o pensamiento que se te pase por esa diminuta cabeza me lo puedes contar.

No dije nada más y apoyé mi cabeza en su pecho. Cerré los ojos y me deje llevar por el momento.

Me sumí tanto en mis pensamientos que hasta que alguien no volvió a tocar en la puerta no me di cuenta de absolutamente nada.

— Debe de ser mi madre, vendrá a disculparse.

Ethan abrió la puerta. Para nuestra sorpresa, la persona que había detrás de la puerta era Lucrezia.

— Yo... Siento molestaros, pero me gustaría hablar con Elina, Ethan.

Nos miramos entre los dos. No tenía ni idea de porque su hermana quería hablar conmigo, pero aún así con la mirada le dije que podía irse, que iba a hablar con su hermana. Él dejó un beso en mi frente y se fue.

Lucrezia me agarró de la mano sin más.

— Que sepas que si necesitas a alguien, puedes contar conmigo. A partir de ahora considérame como tu hermana.

Las dos reímos en lo último.

— A fin de cuentas eres la novia de mi hermano, ¿que más faltaría? — Añadió finalmente.

— Estoy encantada de ello, Lucrezia.

— No me llames Lucrezia, odio que me llamen por mi nombre entero. Llámame Lu, Lucre o Zia, el que te guste más.

Sonreí ante eso. Me encantaba esta mujer. Tenía que presentarle a Coral, se llevarían genial.

— Además, entre artistas nos entendemos, ¿no?

— ¿También eres artista? — Pregunte sorprendida.

Ella asintió sonriente.

— Me dedicó a la fotografía, y yo lo considero un arte. Así que si, soy artista.

Le pregunté por sus fotografías. Me enseñó varias y me quede fascinada, realmente era muy buena. Me daba pena que no lo valoraran como se merecía.

No me di cuenta, pero volvíamos a estar en el jardín. Ahí, la madre de Ethan me miraba apenada. Yo fui hacia ella y la abracé.

— No te preocupes, no lo sabías. — Susurré.

— Lo siento, cariño. — Susurró esta vez ella.

Aquella mujer me trató como su hija, y aunque me traía demasiado recuerdos, me sentí genial aquella tarde. Me sentí querida por un grupo de gente, y me sentí en familia después de casi dos años arrancadas de la mía, por así decirlo.

Nos despedimos casi tocando las seis de la tarde. Teníamos que volver a casa a hacer las maletas para el tour.

Con lo que me quedaba de este día, era con Lucrezia. Habíamos conectado, y sabía que de aquí iba a florecer una bonita amistad. Hasta me había ofrecido ir a tomar algo juntas o hacer planes juntas, ademas de mantenerla informada de su hermano.

L'amore sei tu // Ethan Torchio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora