Capitulo 7

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Capitulo 7

Darien

Caminamos por las calles de Illinois buscando un lugar para comer, ojos simples estornuda con fuerza y yo ruedo los ojos, <<<le dije que se abrigara más>>>

—Te dije que te abrigaras más —miro su rostro, sus mejillas y su nariz están enrojecidas por el clima, estamos a 9 grados, a pesar de las gruesas capas de abrigos, las bufandas y los guantes, el frío me hace estremecer la piel.

Entramos en una cafetería.

Nos sentamos en una mesa, la cafetería tiene un estilo rustico mezclado con toques contemporáneos. Una combinación que la hace ver acogedora pero moderna.

—¿Qué vas a pedir? —le pregunto a ojos simples, mientras miro la carta.

—No sé —lee con detenimiento la carta durante casi una eternidad, el camarero se acerca para tomarnos nota—. Unas tortitas y un batido de chocolate, por favor. —se decide.

—Yo tomaré lo mismo. —El joven asiente sonriente y se lleva las cartas.

—¿Te gustan las tortitas? —le pregunto intentando sacar tema de conversación.

—Si.

—A mí también.

El silencio comienza a hacerse incómodo, el ambiente es tan tenso que se puede cortar con un cuchillo. A los pocos minutos el chico viene con dos platos de tortitas y los batidos.

—Gracias. —Tanto Ariadna como yo le agradecemos y comenzamos a comer.

Saboreo las tortitas, diablos, hacia mucho tiempo que no comía tortitas. Mi abuela solía hacérmelas cuando era un niño, les ponía chocolate encima y me las comía con un vaso de leche caliente, era simplemente lo mejor del mundo y nadie lo puede negar.

Estas tortitas no se parecen a las de mi abuela, las de ella eran más suaves, más esponjosas. Estas están buenas, pero las de mi abuela saben a cielo.

Observo por el ventanal mientras comemos, sentada en el suelo, entre cartones y periódicos, una mujer tiembla por el clima, una manta roñosa y que no parece que abrigue demasiado es lo único que la protege del frío.

Su rostro se muestra demacrado. La gente pasa por delante de ella, ignorando su rostro el cual a pesar de su situación sigue mostrando una sonrisa, débil, pero al fin y al cabo una sonrisa.

La mujer mira con anhelo como las personas salen de los restaurantes cercanos, con el estómago lleno.

Bajo la mirada sintiéndome culpable por a veces gastar dinero en tonterías cuando hay personas que la están pasando así de mal, que tienen el miedo de no poder comer ese día, de que haya demasiado frío o de que les hagan algo mientras duermen.

Nací y crecí en un hogar humilde, nunca faltaba comida en la mesa aunque algunas veces el dinero fuera escaso.

Mis ropas no eran las mejores, pero yo estaba siempre agradecido, mi abuela las hacía ella misma, era costurera —se retiro hace varios años—. Mi padre era leñador y mi madre ama de casa, así que había veces que no llegábamos a fin de mes —más que nada porque mi padre se gastaba nuestros ahorros en sus vicios—. Ahora mismo el dinero no me es algo preocupante, tengo donde dormir, comida y ropa, puedo permitirme caprichos, pero siempre ahorro una parte para el futuro. Nunca sabemos lo que nos deparará el mañana.

Después de un rato terminamos de comer. Ariadna se mete en el baño y yo aprovecho para pedir algo para llevar.

—Déjame una doble de tortitas, un batido y una botella de agua, para llevar, por favor —la mujer detrás del mostrador asiente sonriente.

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